✨Capítulo 7✨

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Especial de navidad 2/2

Volkov detiene el auto a la entrada del estacionamiento de comisaría, Greco se baja primero para abrirle la puerta a Horacio, quien es esperado por sus tutores. Jack se nota algo molesto mientras que Armando ha retomado su usual serenidad.

El mecánico es quien se acerca primero.

—Chaval, nos diste un susto de muerte —comenta riendo un poco, acariciándole la cabeza.

—Perdón, Armando —musita en voz baja.

—¿Puedo saber que sucedió?

Interrumpe un ofuscado Conway, regañando tanto al niño como a los comisarios. Ya discutió con su esposo por la situación, lo culpó de alguna manera que Armando no quiso concebir. Y esa pequeña tensión de hace rato, a pesar de haberse calmado un poco, seguía presente.

Horacio es tomado en brazos por el mecánico, cosa que acepta, pues realmente siente que necesita a alguien conocido cerca, requiere la certeza de que no está solo.

—Lo encontré en la calle, parece que iba siguiendo a alguien —explica Greco a Conway.

El niño esconde la cabeza en el cuello de Armando, abrazándolo.

—Horacio ¿a quién estabas siguiendo? —cuestiona Jack, con el ceño fruncido, no recibe respuesta alguna, pues el nombrado no quiere darla.

Armando le oye musitar un lo siento.

—Está bien, lo importante es que volviste —le tranquiliza en voz suave—, ¿vamos a casa? —Horacio asiente, y eso le basta al mayor para alejarse de los policías y subirse a un taxi estacionado cerca.

Indica la dirección y vuelve la vista a quien ahora es su hijo, prefiere no atosigarlo con más preguntas, no cuando le ve decaído, triste. El regreso a casa es silencioso y se hace bastante extenso por lo mismo.

Ya en casa, Horacio observa el árbol de navidad que armaron hace algunos días. Mientras tanto, Armando procura encargarse de la cena. El único sonido en el departamento es la televisión que reproduce unas caricaturas a las que el pequeño no toma atención. El mayor le mira de vez en cuando, queriendo saber qué pasa por su cabeza, qué ha sido de su vida antes de llegar allí. Deja la preparación en el horno y se sienta a su lado, logrando su atención.

—Horacio ¿puedes decirme qué sucedió? Se que todo esto puede ser extraño para ti, de pronto te mudaste con nosotros. Pero me gustaría saber lo que rodeaba tu vida antes de eso, siempre y cuando quieras contarme.

Los ojitos de Horacio lo enfocan y hace una mueca. Siempre escuchó que era un problema, un error de su miserable madre quien prefirió abandonarlo a los maltratos de su padre en lugar de afrontar todo. Y si de algo está seguro, es que no quiere ser desechado nuevamente, la simple idea de volverse otro problema le carcome la mente y lo lleva a las lágrimas, porque Armando es bueno y Jack también, aunque a veces le dé un poco de miedo.

Siente como el mecánico le rodea en un abrazo.

—Sea lo que sea, no tienes que decirlo si no quieres. Aunque me gustaría ser de ayuda, chaval.

Entonces es cuando Horacio decide contarle todo, se guarda varias partes, algunas que ha olvidado, otras que su propia mente le niega, y unas pocas que no quiere vocalizar.

Empieza hablando de su madre, mostrando el reloj que siempre llevaba consigo, explica que ella se fue porque "papá" no era bueno. Armando escucha atentamente, con cierta sorpresa. Luego vienen los maltratos de su padre, mencionó que solía odiar las festividades porque siempre llegaba borracho y hacía llorar a "mamá", y luego a él cuando no la tuvo para desquitarse. El final es más largo que toda la historia, pues habla de Gustabo a detalle, le llama hermano y menciona brevemente como lo conoció en el parque, cuando el de cabello rubio se escondía en uno de los juegos, temblando ligeramente, con pintura corrida en el rostro.

El mecánico va atando cabos, por eso se asustaba ante los sonidos estridentes, por eso parecía intimidado en su primer día de escuela, y por eso había salido corriendo detrás de alguien.

—Horacio —el pequeño le mira, triste, esperando la peor respuesta que puede recibir—, lamento que hayas pasado por todo eso, ningún niño merece tal infancia. El tema es... que ahora, tanto yo como Conway, no permitiremos que nada de eso vuelva a pasarte. Nos tienes a nosotros, no estarás solo.

Seguido lo abraza, escuchando aun así los sollozos de Horacio, como si se desahogara por el pasado y a la vez agradeciera por el presente.

Luego, para olvidar las lágrimas, hornean galletas de animalitos deformes, pues solo tenían un molde redondo y el menor quería hacer algo más que círculos.

(...)

Conway llega cerca de las 11pm, irritado por tener que quedarse hasta más tarde atendiendo una licorería donde los sujetos ni siquiera sabían negociar. Ve extrañado como Horacio se acerca, sonriendo, casi emocionada por verlo.

—¡Llegaste!

El superintendente esperaba que estuviese molesto por su actitud de hace horas, y resulta ser todo lo contrario. Esboza una sonrisa.

—Armando, ahora podemos cenar —toma de la mano al agente y lo arrastra hasta la mesa, donde el mecánico se ríe.

La cena, aunque simple, transcurre más amena de lo que creían los mayores, que se miran unos segundos como poniéndose de acuerdo para lo de los regalos, pues ahora había un niño con ellos, y ninguno planeaba matarle la fantasía sobre santa Claus.

Las horas pasaron hasta que la mañana arribó, los regalos descansaban bajo el árbol. Horacio fue despertado por Conway, sí, por Conway, quien lo exaltó más que de costumbre, pues fue algo semejante a entrar de golpe exclamando que Santa Claus había pasado por el departamento. La navidad nunca fue una fecha que supiera manejar, en parte le parecía estúpido, pero hacía su mejor esfuerzo dentro de lo que cabe.

El pequeño, tras el gran susto que recibió de su tutor, fue con él hasta la sala, abrazando su oso como de costumbre. Abrió los ojos por sorpresa al ver una jaula con un Poodle blanco y pequeño en su interior. Armando estaba cerca, fingiendo leer la etiqueta que descansaba sobre la jaula.

—Este es para ti, Horacio.

El pequeño le pasó el oso a Conway —quien lo sostuvo sin rechistar— y se acercó, arrodillándose en el suelo y mirando al mecánico en busca de aprobación, consiguiendo que abriera la jaula.

La perrita salió, acercándose a olfatearlo, ladrando como si intentara comunicarse.

Horacio le acarició la cabeza, pensando inmediatamente un nombre; "Perla", por el simple hecho de que el color se asemejaba a los aros de perla que su madre siempre usaba.  







...

Quiero agradecerles por todo el apoyo, realmente nunca creí que uno de mis escritos consiguiera este alcance. Este año tuvo sus cosas buenas dentro de tantas tragedias, y una cosa buena fueron ustedes, lectorxs. Cada comentario, vista o like; realmente me llena el alma saber que les gusta mi escritura. Y lo pacientes que han sido con cada actualización. Un gracias no me alcanza, os quiero. ❤️

Editado: 16/05/21

Parte editada publicada: 18/05/21

Gracias por leer.

Estrellas en el techo. [𝘚𝘱𝘢𝘪𝘯𝘙𝘱 𝘈𝘜]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora