✨Capítulo 12✨

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Tira el cigarrillo al suelo y lo pisa, dando un vistazo a la casa antes de alcanzar la puerta del copiloto. Abre la misma, apretando su mano, inconsciente de ello.

—Ya lo hablamos, joder —Armando baja del coche con lentitud, recibiendo la ayuda del contrario sin pedirla o necesitarla del todo.

—¿En serio quieres ocultarlo? —Conway habla serio, hosco, conectando los ojos con los de su pareja.

—¿En serio quieres decirle? Tiene 6 años.

—Y sabe más de lo que debería. No quiero que si pasa algo debamos mentirle y decir que lo dejaron.

Armando suspira pesado, vuelve a dudar. No quiere preocupar a Horacio, tampoco desaparecer un día sin que sepa las circunstancias.

—Bien, pero será luego.

Con el olor a plomo y sangre desvanecido entre las horas, ambos tocan la puerta de Greco, saben que es bastante temprano, pero tenían desarrollado el instinto sobreprotector. Aunque el superintendente temió por la vida de Armado el día anterior, por ello, con mayor razón quería llegar rápido.

Viktor abre la puerta, deduciendo de quienes se trataba. Saluda en ruso como es costumbre, y los deja pasar entre la respuesta al saludo. Conway se detiene cerca suyo, duda, y retoma el paso. Armando mira hacia el patio, divisando a Greco y Horacio, el primero sostiene a Perla mientras el segundo le pone el arnés. Lleva la zurda hasta su costado derecho, una mueca de disgusto surca su rostro, desapareciendo al oír:

—¡Armando! —Horacio se acerca corriendo hasta él, abrazándolo, dando sin saber sobre a herida, obligándolo a contener el dolor.

—Buenos días —saluda, ocultando el quejido en su voz rasposa.

El niño se separa, saludando a Conway en otro abrazo, el cual es correspondido con menos frialdad que al inicio, con el cariño que no se tuvieron los primeros días. Ya ha pasado tiempo, y Horacio sabe extrañar, lo hace siempre.

En el fondo, algún día le gustaría llamarlos padres, eso cuando sienta que de verdad lo son, porque le cuesta despegarse y confiar totalmente, pues Gustabo siempre dijo que no se fiara de nadie, y palabras le retienen en dudas. De cualquier manera, Conway y Armando quieren dejar de ser "tutores", cuando ya lo consideran familia, de esa que no nombras, solo llega, se queda, y es familia; Horacio es esa familia, ese hijo que buscaron —literalmente, aunque eso no quita lo bonito—.

—¿Todo estuvo bien o tengo que degradar a Volkov? —bromea Jack, con una sonrisa socarrona.

El pequeño ríe, sabiendo que Conway siempre hace ese tipo de bromas.

—No, pero puedes darles un día libre.

—¿Y eso?

—Volkov me dijo que va a... —es interrumpido por el ruso, quien le mira ofuscado, aunque no enojado de verdad.

—Horacio.

—Oh, cierto —parece recordarlo, así que guarda silencio.

Armando ríe ante las ocurrencias del menor, dándose cuenta de algo: y es que, unos centímetros más y no estaría allí, la idea que siempre era rutinaria se ha vuelto un escalofrío en la espalda, un amargor metálico en la boca. Entonces, considera que debe intentar dejar una parte para quedarse con la otra, con la más importante.

Toman las cosas de Horacio para llevarlo a casa, los adultos intercalan palabras. Un agradecimiento curiosamente sincero escapa de los labios de Conway, Armando también agradece, aunque más tranquilo, menos raro. Horacio se despide de los comisarios también con un abrazo, y a Soyla le deja una caricia en la cabeza. Van al apartamento, dejando a Greco y Volkov ocupándose de cosas personales.

En lo que pueden llamar casa, el mecánico decide hablar, sentándose en el sofá y dejando salir un suspiro. En una mano un vaso de agua, en el otro unas pastillas que se lleva a la boca con rapidez. Horacio está con Jack en el cuarto del menor. Tardan unos minutos en volver al salón, logrando que se acomode más recto.

—Horacio —llama, con calma.

—¿Qué pasa, Armando? —rodea el sofá para sentarse a su lado, moviendo los pies que no alcanzaban el suelo.

Conway toma asiento en uno de los sofás solitarios, cerca, pero no tanto, de alguna manera vigilando.

—¿Quieres saber en qué trabajamos?

—¡Sí!

—Vale... —carraspea, indagando en su propio vocabulario—, la verdad, es algo peligroso.

—Dijiste que eras agente secreto, ¿es eso? —Armando esboza una sonrisa.

—Algo así, de hecho.

—¿En serio? —alza un poco la voz, con ojos brillantes.

—Sí, los dos —era más fácil definirlo de esa manera.

—Eso..., ¡es increíble!

—El problema, Horacio, es que es peligroso y...

La emoción se desvanece al caer en cuenta, pues hasta los agentes de la televisión a veces morían, muchos por intentar hacer las cosas bien, otros solo tocaban la parte mala.

—Creímos que era mejor decírtelo, por si llega a pasarnos algo —confiesa Armando, Conway baja la cabeza, frustrado.

—No, eso... —el pequeño corta su hablar, intenta contener las lágrimas.

—Ayer me hirieron, no fue grave, pero —no sigue cuando lo ve llorar, así que cambia sus palabras—. Por eso, lo dejaré cuando pueda.

—¿Qué? —confundido, se limpia las mejillas con el dorso de la mano.

—Me di cuenta que tú eres más importante que buscar criminales —sonríe un poco, calmando su expresión lo mejor que puede—, y quiero quedarme con lo más importante.

—¿Yo?

Algo se rompe, algo se repara, algo se crea y algo se refuerza. Aunque sea un poco mentira lo de dejarlo, pues nadie sale del CNI como si nada, así que, mejor dicho, evitará ese tipo de trabajo de campo, ignorando que probablemente sigan enviándolo de tirador algunas veces.

Horacio sorbe su nariz.

—¿Soy importante? —pregunta bajito.

—Claro.

La mirada de distinto tono busca a Conway.

—Horacio, tú... eres nuestro hijo, joder. Claro que eres importante —suelta el superintendente, quitándose las gafas, cosa muy rara, pues en los ojos estaba la puerta a su alma, y solo Armando podía verla sin reparos.

—Hijo —balbucea, sabe que quiere llorar, y termina haciéndolo.

Armando lo atrae para abrazarlo, escuchando los sollozos del menor. Estaban siendo el soporte que se propusieron ser al querer adoptar.

—Yo —habla entre las lágrimas y los sollozos que han surgido, al contrario de lo usual, por emoción, esa felicidad que no recordaba haber saboreado, pues ahora no tenía pizca de amargura, ahora de esa amargura ambigua caían las ultimas lagrimas—, quiero quedarme con vosotros, no quiero que le pasen cosas malas a ninguno.

Escucha la risa raposa de Armando y se apega, Conway sonríe un poco.

Si podía estar con ellos hasta el final, lo haría.

Hasta que el sol deje de brillar, no nos iremos, Horacio.

—Y no permitiremos que deje de brillar, no creas que te libras.










...

Buenas! este capítulo debió publicarse antes, pero por algunos problemas personales, no fue posible. Una disculpa.

Gracias por leer.

Estrellas en el techo. [𝘚𝘱𝘢𝘪𝘯𝘙𝘱 𝘈𝘜]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora