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Un infante corría con miedo por los lúgubres pasillos del extenso edificio, cada cierto lapso miraba a sus espaldas para ver si era seguido. Su respiración era agitada, sentía sus labios temblar y sus corazones latían frenéticamente.
— debí hacerle caso... Debí hacerle caso— murmuraba repetitivamente con arrepentimiento.
Se topó con una gran puerta que llevaba su nombre, exclamó con alivio y se adentró a aquella habitación para mantenerse alejado del mundo exterior.
Creía que si se quedaba un largo tiempo su fechoría sería ignorada y olvidada, lo que lo ponía en calma.
Con deseo vió su cama y se lanzó a ella con alivio puro. Quería descansar del maratón que había dado, pero unos toques a su puerta lo asustaron.
Temeroso de que sea aquella mujer que tanto ama se acercó a paso lento.
— ¿Quién es?— interrogó en un tartamudeo notorio.
— soy yo, no te preocupes— dijo con confianza una voz familiar para el infante.
Aliviado de que no sea ella abrió la puerta y dejó ver a un hombre de cabellera rubia, brillante como el sol en el lugar más tétrico; con unos ojos brillantes tal cuales esmeraldas y una baja estatura visible para el pequeño infante.
El rubio se adentró y lo vió con reproche, el niño solo bajó la mirada mientras cerraba la puerta tras de sí.
— ella te dijo claramente que no usaras tu poder dentro del castillo— le recordó con un tono grave el rubio.
— ¡Lo sé, lo recuerdo!— dijo con los nervios de punta—. Cuando se entere me va a castigar... ¡No quería hacerlo, lo juro!
— no es a mi a quien tienes que decirle eso.
— es que me da miedo verla cuando está enfadada...— murmuró mientras jugaba con sus dedos.
— ¿Cómo no va a estar enojada si destruiste una pared?— dijo retórico—. El ruido sonó por todo el lugar, por eso estoy aquí.
— ¡Haz algo papá!— le suplicó desesperado en hallar una solución.
— lo siento, pero no hay nada que yo pueda hacer. Esa mujer es el diablo cuando se enoja...— susurró para sí mismo.
El joven castaño lo miró decepcionado por su respuesta.
— no te desanimes, no creo que sea tan severa por un simple accidente— intentó animarlo con una sonrisa. Él infante lo vió con esperanzas—. Si te haces responsable todo saldrá mejor.
El pequeño suspiró y asintió—. Gracias papá...
— no hay de qué, hay que apoyarnos entre nosotros.
Ambos salieron de la habitación, el rubio de lo más calmado, a diferencia de su hijo, quien iba con los nervios visibles.
En un corto recorrido llegaron a una gran sala, donde vieron a la mujer que el niño tanto temía encontrarse.
— así que estabas con él— confirmó la mujer al verlos juntos. Se acercó a paso firme, se puso a la altura del pequeño y lo miró severa—. ¿Qué hablamos hace poco?
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La sangre no nos hace familia
FanfictionDoce años, casi trece años cumplidos después de que la guerra culminara y Los Ocho Pecados Capitales tomaran diferentes rumbos, éstos vuelven a verse, pero no en una situación agradable. Conocerán un peligro que ha acechado a la familia de los demon...