Capítulo 1

1.5K 58 37
                                    

°•.~\ Inicio /~.•°

Un infante corría con miedo por los lúgubres pasillos del extenso edificio, cada cierto lapso miraba a sus espaldas para ver si era seguido. Su respiración era agitada, sentía sus labios temblar y sus corazones latían frenéticamente.

— debí hacerle caso... Debí hacerle caso— murmuraba repetitivamente con arrepentimiento.

Se topó con una gran puerta que llevaba su nombre, exclamó con alivio y se adentró a aquella habitación para mantenerse alejado del mundo exterior.

Creía que si se quedaba un largo tiempo su fechoría sería ignorada y olvidada, lo que lo ponía en calma.

Con deseo vió su cama y se lanzó a ella con alivio puro. Quería descansar del maratón que había dado, pero unos toques a su puerta lo asustaron.

Temeroso de que sea aquella mujer que tanto ama se acercó a paso lento.

— ¿Quién es?— interrogó en un tartamudeo notorio.

— soy yo, no te preocupes— dijo con confianza una voz familiar para el infante.

Aliviado de que no sea ella abrió la puerta y dejó ver a un hombre de cabellera rubia, brillante como el sol en el lugar más tétrico; con unos ojos brillantes tal cuales esmeraldas y una baja estatura visible para el pequeño infante.

El rubio se adentró y lo vió con reproche, el niño solo bajó la mirada mientras cerraba la puerta tras de sí.

— ella te dijo claramente que no usaras tu poder dentro del castillo— le recordó con un tono grave el rubio.

— ¡Lo sé, lo recuerdo!— dijo con los nervios de punta—. Cuando se entere me va a castigar... ¡No quería hacerlo, lo juro!

— no es a mi a quien tienes que decirle eso.

— es que me da miedo verla cuando está enfadada...— murmuró mientras jugaba con sus dedos.

— ¿Cómo no va a estar enojada si destruiste una pared?— dijo retórico—. El ruido sonó por todo el lugar, por eso estoy aquí.

— ¡Haz algo papá!— le suplicó desesperado en hallar una solución.

— lo siento, pero no hay nada que yo pueda hacer. Esa mujer es el diablo cuando se enoja...— susurró para sí mismo.

El joven castaño lo miró decepcionado por su respuesta.

— no te desanimes, no creo que sea tan severa por un simple accidente— intentó animarlo con una sonrisa. Él infante lo vió con esperanzas—. Si te haces responsable todo saldrá mejor.

El pequeño suspiró y asintió—. Gracias papá...

— no hay de qué, hay que apoyarnos entre nosotros.

Ambos salieron de la habitación, el rubio de lo más calmado, a diferencia de su hijo, quien iba con los nervios visibles.

En un corto recorrido llegaron a una gran sala, donde vieron a la mujer que el niño tanto temía encontrarse.

— así que estabas con él— confirmó la mujer al verlos juntos. Se acercó a paso firme, se puso a la altura del pequeño y lo miró severa—. ¿Qué hablamos hace poco?

La sangre no nos hace familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora