Amor

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Un nuevo amanecer daba comienzo. El lugar estaba extremadamente silencioso, un silencio acogedor que les brindaba tranquilidad a todo el que habitaba el Boar Hat.

Todos dormían plácidamente, disfrutando de los sueños que se sentían tan bien en sus memorias; más un rubio no estaba del todo dormido gracias a alguien.

Sintió como lo zarandeaban con muchas ganas, interrumpiendo el maravilloso sueño que tenía de su esposa a su lado, aunque no necesitaba soñarlo para acercarse a esa escena, podría tenerla en cualquier momento de su día.

Sabía quién murmuraba su nombre de una forma tan inocente y adorable para suavizar su despertar, quién lo sacudía con desespero para que abriese sus ojos; el simple roce de la piel de la fémina era inconfundible para él.

Abrió sus ojos, agradecía que aún estaba oscuro para así no recibir la dura luz del sol en sus ojos cansados; esperó unos segundos para disipar el sueño y así atender a la fémina que lo necesitaba. Una vez con las energías recargadas de manera inmediata,  se incorporó y vió a su mujer con una sonrisa apacible.

Ella sonrió apenada por haberlo despertado a las cuatro de la mañana únicamente por sus antojos; pero no podía evitarlo, sentía la extraña necesidad de ser atendida por su amado, la atención y cuidado que él le dedicaba a ella era algo que la hacía sentirse muy cálida sin la necesidad de ser tocada. La felicidad era el sentimiento que la embargaba cada vez que eso ocurría.

Él esperó a que ella hablara, manteniéndose apoyado por sus manos por detrás; ella jugaba con sus dedos y al levantar la vista para tratar de articular alguna palabra se topó con el marcado abdomen de su marido, lo que la hizo enrojecer por la hermosa vista frente a ella.

Él sabía lo que provocaba al dormir semi desnudo, lo hacía a propósito únicamente para ver a su amada de esa manera. Ella solo reaccionaba así cuando sus alocadas hormonas despertaban y brincaban con deseo hacia él, y su inestabilidad emocional provocaba sus sonrojos y pena al verlo así; su embarazo provocaba todo eso.

Tuvo la dicha de experimentarlo por primera vez en su primer embarazo, y por supuesto le fascinó la idea de verla de esa manera, por lo que pensó en aprovechar cada instante que podía para verla así.

Ella no era cohibida, sus hormonas sabían permanecer estables cuando un bebé en desarrollo no estaba en ella, era atrevida y confiada, eso a él le encantaba. Él era igual, atrevido, confiado, sensual, sabía cómo engancharla.

Eran el uno para el otro.

Él decidió parar el espectáculo, de lo contrario su mujer explotaría por ansiedad que se instalaba en su corazón, queriendo explorar un territorio que ya conocía a la perfección.

Él tomó la camisa que estaba sobre el taburete que se encontraba allí, se la puso sin abotonarla por completo, dejando, por lo menos, su abdomen marcado cubierto.

No dijo nada, solo tomó la mano de su esposa para hacerla levantarse, abrió con cautela la puerta, salió de la habitación guiando a su esposa hacia el lugar donde sus necesidades serían saciadas.

Una vez en el primer nivel, indicó a su esposa sentarse en un taburete frente a la barra, lo cual ella aceptó sin protestar. Fue a la cocina y empezó a ponerse manos a la obra.

La mujer esperaba ansiosa por la comida de la madrugada, el aroma que salía de la cocina le hacía agua a la boca, se sentía excitada por tan solo imaginar el plato que estaría frente a ella.

Finalmente llegó, un pastel de carne, que bien podría ser para unas cinco personas, se mostró humeante frente a sus ojos. Un agradable aroma llegó a sus fosas nasales, haciendo que su paladar se pusiera ansioso por probar esa exquisitez.

La sangre no nos hace familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora