Capítulo 18

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Las tenues rayos del sol se adentraba sin permiso a la silenciosa habitación, la cortina que luchaba en evitar su entrada bailaba gracias a la sutil brisa que rozaba levemente a los individuos dentro de la habitación.

Sus cuerpos estaban tensos, sus miradas denotaban desespero mientras veían como el pecho del cuerpo postrado en la cama subía y bajaba con lentitud.

El rostro del niño en la cama se mostraba tan tranquilo, dando a entender que su mente y alma estaban descansando después de lo que su cuerpo había recibido.

La rasgada piel de la fémina era abrazada por los fornidos brazos del hombre que estaba a su lado, sus manos estaban entrelazadas, y cada que uno lo necesitaba el otro apretaba para darle a entender que no estaba solo. Era como si estuvieran sincronizados.

Ambos observaban con esperanzas al niño que aún no despertaba, preocupados de que el daño que había recibido hace dos horas lo haya afectado gravemente.

Sus estómagos se revolvían cada que recordaban esa perturbadora imagen que ansiaban borrar de su mente y corazones.

La espera ere realmente una tortura para unos padres preocupados por su hijo.

La puerta de la habitación fue lentamente abierta, dejando un espacio por donde una cabeza se asomaba y lograba ver la imagen que tenía más allá.

— capitán, pequeña, sé que debe ser duro, pero él va a estar bien— dijo Ban suavemente para no molestar a ninguno—. Elizabeth lo dijo, solo se desmayó por el ataque.

Meliodas sintió la mano de su mujer tensarse, supo al instante que recordaba ese horrible momento. Apretó su mano para darle calidez y así calmar su angustia.

Él sonrió al recordar que su hijo estaría bien, que solo se encontraba dormido y que era cuestión de segundos para que él recobrara la consciencia. Miró a su mejor amigo dejando apreciar su sonrisa.

— lo sabemos Ban. No te preocupes por nosotros, solo esperamos a que Ryota despierte, así nos quedaremos totalmente tranquilos— dijo Meliodas con serenidad.

— no se han alejado ni un centímetro de ese lugar desde que llegamos. Están vueltos un desastre— comentó Ban. Abrió por completo la puerta dejando verse totalmente.

— tú te ves peor que nosotros— refutó Meliodas entre suaves risas.

Ban sonrió al ver a su capitán reír honestamente, más se preocupó al ver el rostro lleno de miedo de la castaña.

Suspiró resignado, sabía que dijera lo que dijera, la preocupación de la castaña jamás se iría hasta que viera a su hijo consciente frente a ella.

— capitán— llamó serio la atención del rubio—, hágala sentir mejor— ordenó antes de salir de la habitación.

Meliodas supo que tenía que hacerlo, pero no encontraba las palabras para subirle los ánimos a su amada. Entendía su angustia, pero también lastimaba su corazón no verla sonreír aunque sea un poco.

Miró el rostro de su hijo, esperando que abriera sus ojos y trajera nuevamente la paz en sus corazones, pero sabía que para ello debía ser paciente. Era un mérito que Meliodas no estuviera enloqueciendo en ese instante.

Sintió un apretón por parte de su mujer, no necesitaba verla para saber que su expresión seguía igual o más triste que hace unos momentos.

— es mi culpa...— empezó a hablar la mujer con la voz quebrada, llamando la atención de su marido— perdónenme, si no fuese tan débil e inútil Ryota no estaría de ese modo... Nada de esto hubiese pasado...

La sangre no nos hace familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora