Capítulo 13

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.°•..°•..°•.Pesadilla |°•..•°•..•°•.


Recién abría los ojos, los sentía pesados, la fuerte luz solar no le permitió ver claramente. Estaba perdido.

No entendía que había pasado, pero oír aquella voz que tanto ama lo trajo devuelta a la realidad, o al menos al lugar donde se fingía que era la realidad.

Sus ojos se abrieron de par en par y se incorporó de inmediato únicamente para ubicar a la dueña de la melodiosa voz que había pronunciado su nombre.

— otra vez... Tú...— murmuró sintiendo sus corazones latir frenéticamente, taladrando su pecho queriendo salirse.

La mujer frente a él le sonrió como él recordaba.

— pues si Meliodas ¿Quién más podría ser?— dijo con un tono de reproche, pero no se notaba por su sonrisa.

A pesar de ser un sueño o la realidad, él amaba como se escuchaba su nombre en los labios de aquella mujer; era como una hermosa melodía saliendo de ella.

Eso lo hacía calmarse inconscientemente.

Pero no se lo permitió al recordar la horrorosa escena que acababa de presenciar hace a penas unos segundos.

Miró a sus alrededores desesperado por encontrarlo, o hallar indicios que indiquen que él se encontraba bien.

Se levantó de la cama rápidamente y salió de aquella conocida habitación para dirigirse a la contigua.

Abrió la puerta de aquella habitación de un azote, asustando al ser que se encontraba dentro de ella y a la mujer que seguía sus pasos con preocupación.

Meliodas miró al pequeño castaño con una alegría indescriptible y fue hacia él para abrazarlo como si su vida dependiera de eso.

— ¡Papá, me estás dejando sin aire!— dijo el pequeño tratando de zafarse de los brazos fornidos de su padre.

Meliodas volvió en sí tras oír su infantil voz. Con suavidad y lentitud se alejó del niño para otorgarle una vez más su espacio.

— por los demonios ¿Qué te sucede Meliodas?— preguntó la mujer extrañada por la actitud del hombre.

Él volteó a verla, la abrazó sin previo aviso, tomándola desprevenida una vez más.

Ella no tuvo de otra más que corresponder aquella muestra de afecto. Él lo necesitaba más que nada.

— yo... Yo pensé que te perdí... Lo ví con mis propios ojos... Como tú y Ryota se iban de mi vida...— murmuró Meliodas sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas que no pudo retener por mucho tiempo.

Ella suspiró y palmeó la espalda del rubio para darle confort—. ¿Otra vez tuviste esa pesadilla...?— él asintió mientras de aferraba más al cuerpo de la mujer—. Ay Meliodas, mi amor, estamos aquí, no nos pasó nada de eso...

Ryota se acercó a ellos y se unió al abrazo para darle paz a su padre—. Papá, tranquilo, nosotros estamos aquí, sanos y salvos gracias a ti...

Meliodas lo recibió y los abrazó a ambos con bastante fuerza, queriendo jamás soltarlos para evitar que lo mismo vuelva a pasar.

La mujer y el niño no tuvieron de otra más que quedarse en aquel abrazo por largo tiempo, esperando que el rubio los soltara de una vez.

Quería sentirse en paz, no volver a ver las escenas más horrorosas que un ser vivo pudiera presenciar. Para Meliodas, las palabras no alcanzaban para describir esas experiencias.

La sangre no nos hace familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora