OCHO

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Natalia Romanova prestaba atención mientras que Bruce Banner, su reciente apoderado legal, le explicaba algunos problemas que habían estado teniendo en una de sus empresas. 

―Los socios optaron por realizar un corte de personal en ciertas áreas hasta que se solucione el problema ―terminó de hablar. 

La rusa movió sus dedos encima de la mesa mientras pensaba en alguna otra solución. 

―¿Qué les dijiste? ―indagó después de unos minutos. 

―Propuse que el recorte lo hiciéramos en sus ganancias de los siguientes dos meses. Se negaron... 

Ella lo miró preocupada. A los socios no les temblaba la mano al tomar decisiones que afectarían de forma negativa a los trabajadores de jerarquías inferiores si sus ganancias no se veían afectadas. 

―Pues no me agrada esa opción. 

Su celular comenzó a sonar en su bolso. 

―Dame unos minutos ―pidió tomando el aparato y abandonando la sala de conferencias. 

En el pasillo, la recepcionista le sonrió al verla, permaneciendo pendiente en caso de que necesitara algo. 

Natalia caminó hasta quedar frente a uno de los ventanales. 

―Hola, amor ―contestó la llamada. 

―Hola, hermosa. Quería recordarte que esta noche será la cena de fin de año en casa del fiscal general. 

Natalia se mordió una uña. 

―Hiciste bien en llamarme, casi lo había olvidado. ¿Es a las siete? 

―Exacto. Llegaré a casa a las cinco. 

―Intentaré llegar a esa hora. Iré de compras. No tengo vestidos elegantes en los que pueda entrar con mi vientre abultado. 

―Puedo organizar algunas cosas aquí para salir más temprano y acompañarte de compras ―propuso. 

―Agradezco la oferta, pero estaré bien sola. Nos vemos en casa ¿sí? 

―De acuerdo. Te amo. 

―También te amo. 

Romanova buscó entre los contactos de su celular a la dueña de una boutique donde acostumbraba comprar y ya conocían sus gustos. Hizo una cita para después de la hora del almuerzo. El acento sureño de la mujer le recordó a la diseñadora de interiores que se estaba encargando de la remodelación del despacho para Andrew en la casa. 

La idea de cómo solucionar el asunto del recorte se le presentó en ese instante. No era muy práctico que ella asumiera el costo que se necesitaba para que no se produjera el recorte, pero lo haría con el dinero de la venta de la mansión en la que había vivido y aborrecía tanto. Apresuró el paso para regresar a la sala de juntas. 

~<>~

―Bienvenida, Natalia ―Maria Hill, una mujer de cabello negro y aproximados cuarentena años, la recibió amablemente en su boutique.

Todo en aquel lugar gritaba lujo y buen gusto. Comenzando por el traje azul que vestía la dueña, el cual parecía haber sido confeccionado especialmente para su esbelta figura.

Natalia se quitó la gabardina roja, dejando en evidencia su vientre levemente abultado. 

―Felicidades ―sonrió Hill―. No sabía que estabas en cinta. 

―Gracias. 

―Ponte cómoda ―señaló al sofá blanco a unos pasos―. He llamado a Wanda, por si necesitemos algunos ajustes en sus diseños. 

DESLIZ || Andrew Barber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora