Víspera de Año Nuevo

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8. 

Víspera de año nuevo

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Manhattan, NewYork, EU

Usagi no podía verse a sí misma, pero si hubiera podido, habría visto a una muchacha pálida, paralizada, con los ojos abiertos como platos y la boca entreabierta como a punto de decir algo. Pero no tenía las palabras adecuadas, o más bien se había quedado muda de la impresión. Las rodillas le temblaron, amenazando con no poder seguir sosteniendo el peso de su cuerpo, y sólo dejó escapar un jadeo de asombro y de gran dolor por verlo nuevamente. En sólo ese segundo, Mamoru había re-abierto las heridas que con tanto trabajo habían empezado a cicatrizarle.

—Tú...

Fue todo lo que consiguió decir.

—Usa-ko —sonrió Mamoru, como si fuera un día cualquiera —. Al fin.

Cuando pareció reaccionar, Usagi pasó saliva y su cerebro le recordó que debía hacer o decir algo, incluso gritarle, lo que fuera menos quedarse parada como estúpida mientras la sonrisa de Mamoru la atormentaba. Entonces sostuvo la perilla de la puerta hasta que sintió que los nudillos se le pusieron blancos, y habló en un tono áspero y frío:

—¿Qué... qué quieres?

—Hablar contigo, pero claro. ¿Por qué otra razón estaría aquí? —dijo tranquilamente.

Las imágenes de la última vez que lo vio atravesaron su mente. El brindis, Setsuna y él besándose en su cara mientras presumían el anillo de compromiso que uniría sus vidas, y que había roto la suya. El corazón se le estrujó tan fuerte que de no ser porque su pecho se veía limpio, podría jurar que estaba desangrándose en carne viva.

—¿Por qué? —musitó, mirándolo con desconfianza, y, para su desgracia, mirando las flores con algo asemejado a la absurda esperanza.

¿Es que venía a pedirle perdón?

—¿Puedo pasar? Por favor —insistió él, echando un vistazo al pasillo—. Usa-ko, atravesé el mundo solo para verte. Dame al menos cinco minutos. Te lo ruego.

En una acción automática y no muy bien meditada, Usagi se lo permitió. Su cabeza estaba demasiado confundida y atrofiada para razonar que no se merecía ni siquiera un segundo de su tiempo, mucho menos ahora. Le seguía costando creer que él estuviese realmente ahí. ¿Estaba soñando? ¿Se había quedado dormida frente al televisor?

Mamoru entró a pasos cautelosos por el apartamento, y lo inspeccionó admirando lo que veía a su alrededor.

—No sabía que tenías amigos tan... acaudalados.

Y le extendió el ramo de rosas. Veinticuatro flores rojas, frescas y preciosas anudadas con un lazo rojo en papel transparente la tentaron. Usagi lo tomó entre sus manos, aspirando su agradable aroma, pero no dijo nada. Mamoru no pareció reparar en su falta de emoción. Ya se esperaba que estuviera reacia, al principio. Pero a eso iba. A convencerla de volver.

—Me dijiste que eran tus favoritas —acotó cariñosamente, aguardando por su reacción. Luego se distrajo con la impresionante vista panorámica de la ventana.

Hasta entonces su cerebro dejó de estar atascado. Usagi tomó uno de los pétalos suaves entre sus dedos, y esbozó una sonrisa amarga. Tras reflexionar un poco para sí misma, clavó los ojos en él y le espetó:

—¿Por qué hasta ahora?

Mamoru se giró tras oír su voz.

—Bueno, los vuelos están a tope por las fechas. Yo quería venir antes, pero no había un...

Un amor de intercambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora