Lejos, muy lejos de casa

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2. 

Lejos, muy lejos de casa


Central Park, Manhattan, New York

Usagi tuvo un vuelo muy incómodo. No dejaba de sentirse rara, como culpable. Y era algo realmente absurdo y ridículo. Ella no había hecho nada malo. No era una fugitiva. Aún así, su necio corazón seguía dándole la contraria respecto a dejar a Mamoru. ¿Y si todo era una confusión? ¿Y si él había recapacitado? Varias veces juró haberlo visto en el aeropuerto, pero sólo eran hombres vagamente parecidos. Incluso cuando abordó, creyó haber escuchado que la llamaban desde la sala de espera, pero tampoco. Buscaban a una chica llamada Mizaki. Qué ingenuidad la suya creer que a éstas alturas, él iba a arrepentirse e ir a buscarla para pedirle que se quedara, tal como sucedía en las películas.

Cierto era que Mamoru había intentado contactarla muchas veces desde la fiesta, pero cuando vio el inicio de un mensaje que decía "Lo siento, no quise que te enteraras así, pero..." supo que él sólo buscaba limpiar su conciencia y no curar su corazón herido ni mucho menos recuperarla, así que bloqueó su contacto para no recibir más dolorosa información y trató de mentalizarse de que todo iría bien en el viaje.

Cuando se bajó del avión, se sintió abrumada y desorientada. Las calles eran un conjunto de ruidosos enjambres automovilísticos, los altos edificios estaban alumbrados con millones de luces multicolores y la gente era tanta, que la llevaban como en olas de aquí para allá. Usagi tardó una hora y media en conseguir un taxi. Cuando al fin pudo llegar a la dirección que Minako le proporcionó, sintió ganas de llorar.

La habían estafado. Una imponente torre de departamentos estaba frente a ella y se elevaba hasta el cielo. Autos extravagantes y limusinas aparcaban o se retiraban de la entrada, todos acompañados de un pomposo valet. Era imposible que esa fuera la dirección. Y en estos momentos, quizá, ya habían ladrones saqueando lo poco que tenía de su casa.

Usagi sacudió la cabeza. Eso era incoherente. ¿Quién pagaría un viaje tan largo para robar una cabaña en un pueblo perdido europeo? Pero entonces si no era una estafa, sin duda era una broma, porque si aquella teoría era imposible, pensar que Cameron Díaz o alguna celebridad así había querido intercambiar lugares con ella para pasar las vacaciones era todavía más difícil de creer.

—Bueno, preguntando no pierdo nada —murmuró abatida, mientras se dirigía a la recepción arrastrando los pies y segura que, en menos de lo que cantaba un gallo, estaría pidiendo otro taxi camino al aeropuerto de regreso, pues no contaba con el dinero para costear un hotel, menos en ésas temporadas.

Casi se le cae la mandíbula al piso cuando el empleado le entregó una pequeña llave dorada y le dijo que debería dirigirse al penthouse, y le cargó el equipaje. Usagi le dio un abrazo asfixiante al señor uniformado quien se separó abochornado y le abrió el elevador para que se entrara pronto.

Sus ojos se abrieron de par en par y brillaron como estrellas cuando la puerta se abrió. Una maleta se le cayó de la mano haciendo un ¡plop!. Dentro, el lugar era más que fascinante, era como un sueño.

El lugar era enorme. Todas las paredes eran color nata y estaban adoradas de cuadros coloridos y modernos. Al fondo, los amplios ventanales mostraban el cielo claro de New York y sus vistas magníficas, e incluso si prestaba atención, podía ver claramente la estatua de la libertad no muy lejos de ahí.

Usagi avanzó encontrando muebles grandes, raros y desiguales en diseños, todos en colores intensos como púrpura o marrón y con cojines en estampados divertidos. De vez en cuando, pasaba por alfombrados de peluche o que conducían distintos lugares: a una salita con una chimenea eléctrica ultramoderna de acero, un estudio o la cocina, que estaba impecable y vacía. Las repisas tenían fotos de gente que cuyos nombres no conocía pero sus rostros sí. Era gente famosa, quizá cantantes o actores. Y ahí, en una de las repisas principales, había una fotografía enmarcada de una muchacha preciosa que modelaba en traje de baño la portada de Elle, y que resultó ser nada más y nada menos que Minako Aino.

Un amor de intercambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora