No quiero irme

301 39 17
                                    


9. 

No quiero irme


Manhattan, New York, EU

 Usagi abrió la puerta del apartamento

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Usagi abrió la puerta del apartamento. Seiya, vestido con una camisa de seda azul índigo y unos pantalones negros con chaqueta negra, se había quedado petrificado en el umbral. Pero no sólo eso, se le había abierto descaradamente la boca y sus ojos azules parecían salirse de las órbitas.

Usagi no sabía si eso significaba algo bueno o algo malo, así que le entró una risita nerviosa.

—¿Te vas a quedar parado ahí sin hacer nada? —lo mosqueó aparentando estar molesta.

Seiya atinó a parpadear, como si se le hubiera vuelto a activar el cerebro.

—¿Cómo? ¿además de la erección?

—¡SEIYA!

Seiya carraspeó y sacudió la cabeza, pero no podía dejar de mirarla impactado.

—Perdona, Odango... es que me has tomado por sorpresa. Joder, si tuviera ochenta años ya me habrías matado. Pfff, estás espectacular —sonrió totalmente descolocado. Usagi estaba muy sonrojada, y bajó los ojos al piso con timidez.

—¿Entonces? ¿Es lo suficientemente sexy para ti? —le retó.

—Tanto que debería ser ilegal.

Usagi comenzó a reír.

—Iré por mi bolso.

Cuando le dio la espalda, Usagi pudo detectar cómo Seiya murmuraba algo acompañado de un gemido bajito. Había olvidado lo descubierto que era el vestido por detrás. Eso le hizo sonreír de oreja a oreja.

Por primera vez, no viajaron en motocicleta. Un Mercedes negro clásico los llevó hasta la puerta del 1 Oak, uno de los clubes más exclusivos de la ciudad. Aquello fue bueno, porque aunque no nevaba, la noche era fría y todo New York le habría visto hasta el apellido de su abuela.

El lugar estaba a reventar. Fuera había largas colas de chicos buenísimos y mujeres con mechas rubias en minifaldas y shorts entallados de cuero, todos con sus bolsos de marca esperando ansiosos entrar. Seiya se aceró a la puerta y apenas le hizo una seña de reconocimiento a alguien dentro, los dejaron pasar enseguida. Se alegró de qué él no dejara de tomarle de la mano, porque los zapatos, a pesar de ser exquisitos, no dejaban de parecerle muy peligrosos en aquellos escalones oscuros.

Sólo por eso, claro.

Parecía muy pequeño por fuera, pero por dentro era todo lo contrario. Era un edificio alto, probablemente antiguo y reconstruido; con cúpulas vidrio multicolor y candelabros que ocultaban las luces artificiales de la discoteca. Las mesas estaban acomodadas en periferias, eso hacía que el centro de la pista pareciera el doble de tamaño de lo que era. Usagi abrió la boca admirada. A pesar de que estaba abarrotado aun se podía caminar y bailar con libertad. A juzgar por la cola de afuera, era claro que no cualquiera entraba.

Un amor de intercambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora