Capítulo 21.

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Problemas en el paraíso.

No recibí ni un solo mensaje de su parte en el resto de la tarde. Luca no me escribió en ningún momento y mi caparazón de chica enrabietada me denegó la oportunidad de hacerlo yo misma.

Estaba siendo poco razonable, pero de alguna forma, enrevesada e inexplicable, sentía que debía darle el espacio que necesitaba. Por mucho que aquello incrementase mi recién descubierta ansiedad.

Cuando el sonido de mi despertador inundó la habitación, abrí los ojos con sumo cansancio. Apenas pude dormir en toda la noche. Me vi sumida en una sucesión de sueños extraños, frágiles y agitados. Fueron unas horas en blanco que dieron como resultado una Eleanor más desastrosa, desaliñada y torpe de lo usual.

Fallé tres veces a la hora de ponerme la sudadera.

Tres puñeteras veces me metí la prenda del revés.

Rumiando mi mal humor bajé los escalones, con la energía de un zombi con resaca. Localicé a mi hermano sentado en la mesa, manejando su teléfono móvil con una pequeña arruga marcando el espacio entre sus cejas.

—Rob —llamé con la voz ronca y pastosa de la primera palabra del día.

Robert desplazó los ojos de su pantalla a mi persona. Frunció los labios, mientras que su mirada se escurría minuciosamente por el caos de ser humano en el que me había convertido. El chichón del día anterior estaba ahí, pequeño pero presente, burlándose de mí.

—¿Una mala noche?

Suspiré, sin ánimos de explayarme en el problema.

—¿Puedes acercarme hoy a clase? —pregunté, ignorando su cuestión anterior.

Mi hermano no tardó en asentir. Hubo un asomo de duda en el fondo de sus pupilas, pero no hizo mención alguna al asunto. Agradecí el silencio y me lancé al café como si se tratase de un elixir de vida.

—Tendremos que salir un poco antes —informó—. Debo pasarme por la biblioteca para ultimar los detalles de un trabajo. Y esta tarde no podré ir a recogerte.

Hice un mohín desesperado. Hacía demasiado frío como para hacer el trayecto andando y el destartalado autobús no era una opción viable. Su recorrido ni se acercaba a mi barrio.

Rob sacudió la cabeza, esbozando una sonrisa de diversión ante mi expresión de angustia. Me deshice en protestas cuando me despeinó el cabello en una costumbre irritante. Aparté los mechones de mi rostro de mala gana.

—No pongas esa cara, enana —me mostró su teléfono móvil. En la pantalla podía leerse el chat abierto con Troy. Éste se ofrecía a buscarme tras las clases—. Sabes que no iba a dejarte tirada.

—Gracias —pronuncié con sinceridad— no sé qué haría sin mi hermano mayor y sus dos serpas.

Robert intentó mantener un semblante serio, pero la comisura de su labio izquierdo se alzó unos milímetros, en una sonrisa mal escondida.

—Un poco más de respeto. Venga, o llegaré tarde.

Palmeó la mesa en un gesto enérgico que desentonaba con la hora que era. Ni en mis mejores disponía de la mitad de aquella energía a las ocho de la mañana. Rob no se detuvo, poniéndose en pie. Imité su acción y lo seguí hasta la camioneta.

Volver a ir a clase con él se asimiló de una forma extraña.

Por un lado, era como si todo hubiese regresado a su cauce natural; como si las últimas semanas se hubiesen tratado de un sueño apartado de la realidad.

Cole © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora