Prólogo:

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[...]


Caminando entre los árboles de aquella noche, bajo las estrellas, una intensa nostalgia me invadía. Pese a los soplos de la brisa, mechones de cabello volaban al compás, mientras se adherían a mi rostro.

Había perdido una parte de mí, y no había nada que pudiera hacer para llenar este vacío. Con el tiempo el dolor disminuirá, pero por ahora su memoria se mantenía latente.

Sequé mis lágrimas posteriormente, sabía que él me reprocharía sollozar por algo irremediable. Pues ya era hora de curar la herida.

Sin darme cuenta, me detuve en un puentecillo de madera, el cual se encontraba frente a un cautivador lago. Apoyé mis brazos sobre la barandilla de éste, mientras distinguía, cómo la luna se reflejaba inefable ante las relucientes y oscuras aguas, creando una mangata en marcado contraste con la vegetación. Un lugar verdaderamente fascinante y mágico en medio de toda mi aura entristecida.

Esta era mi vía de escape. Agradecí encontrarme sola en aquel lugar y me desahogué. Saqué la frustración e impotencia que sentía en mi interior, mediante sollozos y gritos eufóricos, que me hicieron sentir mejor por un instante.

Miré la palma de mi mano, y recordé haber traído el collar que él me regaló esa noche. Aquel collar que no había sido capaz de sujetar nuevamente en mi mano, debido a que traía consigo los recuerdos devastadores. Recuerdos del episodio en el que lo perdí para siempre.

-Te necesito aquí conmigo papá. ¿Por qué me dejaste sola?¿Por qué no pude hacer nada? Perdóname por no haber sido suficiente, por no haber podido salvarte. Debí ser yo quien muriera, no tú. No merezco vivir. Estoy jodida porque pese a tus esfuerzos por protegerme, sólo ha habido dolor desde que te marchaste.

"-Jamás te culpes por lo que suceda a tu alrededor, no puedes responsabilizarte por las consecuencias inevitables de la vida."

Como era de esperar, nadie respondió, ni emitió algún sonido.

Dos corazones.

El collar era de dos corazones. Uno de ellos tenía mi inicial escrita, y el otro no tenía ninguna.

-Este collar es lo único tuyo que me acompañará.- suspiré con resignación.

Tenía miedo. No sabía aún, si estaba preparada para comenzar de nuevo. Y menos cuando alguien importante en tu vida se ha ido.

Lo observé una vez más sobre mi palma y decidí guardar la joya en mi bolsillo.

-Quizá soy muy cobarde al aferrarme al dolor. Pero cuánto daría por abrazarte una vez más.- más lágrimas rodaron por mis mejillas y sentí mi mundo decaer.

El tiempo sin duda no se recupera, y habría hecho cualquier cosa por darme cuenta antes de ello. Aquella noche en la que le grité tantas cosas horribles, en la que me desquité por las acciones del pasado. La noche en la que lo vi llorar por primera vez, donde se arrepentía por las veces en las que lo necesité y no estuvo. La noche en la que me pidió perdón, y la última vez que lo vi.

-A pesar de todo, no hablaba enserio cuando dije que te odiaba. No te he odiado nunca. Jamás podría odiarte.

Sólo era mi orgullo herido hablando. Mi orgullo y mi dolor.

[...]

Regresé a casa aliviada, como si de una etapa por cerrarse se tratara. No es fácil decir adiós.

A veces sólo necesitas escapar. Y ya lo había hecho tantas veces, que por fin había terminado por encontrarme.

Ya en mi habitación, me recosté sobre la cama. Me puse a imaginar lo diferente que sería todo, si las cosas no se hubieran suscitado como lo hicieron. ¿Sería la misma Harmony? No, definitivamente no.

Había estado alejada de todo lo que significaba ser yo misma. Si no hubiera pasado por eso, no sería la persona que soy ahora. Quité mi abrigo, y mis botas para cambiarme por algo mucho más cómodo.

Me puse de pie frente a mi escritorio, encendí el difusor de aroma vainilla, y me senté a escribir un poco.

Lo hacía cuando necesitaba expresar mis sentimientos. No soy del tipo que le cuenta sus problemas a los demás, soy más de escribirlos y encerrarlos en tinta y papel, que probablemente nunca vuelva a leer, o al menos no en un futuro cercano. No por miedo o cobardía, sólo quería pensar que era mi manera de dejarlos ir.

Y en esas cartas, podía. En esas cartas sólo era yo. Sin ataduras, sin prejuicios, sin críticas.

Yo y mi dolor. Yo y mi felicidad. Yo y mi amor.

Cuando terminé de escribir, guardé la carta junto a las demás en la misma caja de madera que escondía bajo mi cama. La caja lucía muy vintage y anticuada, perfecta para que nadie sospeche que se hallaba mi humanidad allí.

Marcaban las 2:00 am, y mis bostezos se hicieron presentes debido a la falta de sueño.

Frente al espejo que se ubicaba al costado de mi armario, me eché un vistazo. Aún sentía cierta inseguridad por aquella secuela que el accidente me dejó, sin embargo sonreí, no iba a derrumbarme para siempre. Me puse más cómoda, y decidí acostarme para dormir.

Pero antes, saqué nuevamente de mi bolsillo el collar que mi padre me había regalado. Aquel que había sostenido en el puente, y lo coloqué alrededor de mi cuello. Era delicado y hermoso. Repasé mis dedos por encima de los dijes, y me conecté con todos aquellos recuerdos.

Cada anécdota, cada risa, cada lágrima. Eso es vivir.

Volviendo a ser lo que somos.

Apagué las luces dejando sólo la vista del exterior proyectarse frente a mi ventana. No supe en qué momento caí rendida por el sueño, pero en mi mente, todo era calma.

Todo comenzaba a cobrar sentido.

El arte de consumirnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora