Capítulo 13; Un Corazón Roto.

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Una noche reunidos, en la morada de Mondragón, se encontraban José Pérez y otros dos amigos de ambos, conversaban sobre: la vida y las cosas buenas y malas de esta, se hallaban en un cuarto de 4x4 metros, con una ventana que daba a la calle, y 4 puertas, una que conducía de la pequeña sala, a la cocina, otra que daba al baño de visitas, otra que daba al patio de la propiedad y la última que daba al cuarto de Reyna. Ella se encontraba oyendo música, con sus audífonos, presumiblemente Reggaetón, la conversación de aquellos cuatro hombres no le importaba demasiado, aunque pronto cambiaría eso.

Se hallaba tirada sobre su cama, recordando un viejo amor, que el corazón le destrozó, cuando su madre llegó a decirle que la cena se encontraba lista, y en el lapso de tiempo de aquel breve anuncio; escuchó algo de la conversación; que al instante captó su atención; José estaba platicando el trato descortés, que le dio su pecador sobrino, cuando hacía unos días había ido a buscarle; no le dio importancia, hasta que escuchó las siguientes palabras "Mujer Pelirroja", las oyó cuando José se refería a la novia de Francisco.

Tras escuchar esta vaga descripción, no pudo evitar recordar, a aquella mujer fatal y aquel incidente debajo de un puente; para oír con más claridad pegó su oreja a la puerta, espiando, por medio del sonido aquella conversación, y mientras más adjetivos daban, y más platicaban sobre aquel incidente, sumado, a la historia paranormal de su padre; se fue preguntando cada vez más en su mente; - ¿Acaso esa mujer, será ella? -

Por su parte, doña Gabriela desde la cocina de la pequeña morada, también se hacía la misma pregunta; y para sus adentros pensaba; - ¿A caso la novia de Francisco es aquella bruja?;-

El corazón de Reyna; que ama con locura, late herido de muerte, recordando entre sueños de un reencuentro, a un viejo amor, que a ella no dedica otro pensamiento, que no sea de vergüenza por haberla besado, mientras, crea nuevos recuerdos felices, abrazado de otra mujer. Ojos que añoran un tiempo, en el cual él la amaba, mientras que ahora esos ojos marrones miran con deseo a otra mujer, y las manos que antaño se pasearon por su cuerpo, manos suaves, las manos de un hombre que su vida consagró al estudio, hoy acarician otra piel. Reyna casi al borde del solitario llanto, por un hombre que en esos instantes abrazaba con amor, a otra mujer.

Un hombre enamorado, una mujer enamorada, la tranquilidad de un cuarto solitario, cuadernos desordenados y abiertos, algunos en la cama, otros en la mesa de noche, hojas de un trabajo arrumbadas, y en la cama; ella lo abrazaba con fuerza; sus ojos azules, habían roto la línea de combate, y lloraban a mares, lagrimas amargas, mientras pedía perdón. Katya, desde que lo vio no había podido hacer otra cosa, que no fuera llorar y abrazarlo, mientras le pedía perdón, de este percal, Helena no se enteraba, puesto que era una de las pocas docentes, que se tomó enserio su trabajo a distancia, y entre el esfuerzo de preparar sus clases, no se enteraba del llanto de aquella mujer.

Ya cuando se encontró un tanto más calmada, mientras Francisco, acariciaba su cara y la tenía abrazada, ella pronunció la siguiente frase.

- Perdón por lo del otro día Francisco, no tenías manera de saber, y yo nunca te platiqué, sobre esa parte de mi vida; estábamos tan ocupados en nuestras noches de pasión, que jamás te conté; que tenía rango castrense. Es solo que me lastima tanto, recordar aquellos hechos; no se puede describir estar en combate, tu jamás comprenderías mi dolor, y quieran las Diosas que jamás me puedas entender, porque si un día puedes comprender este dolor, significaría, que fuiste a una guerra. -

Mientras decía esas palabras, su mente se sumergía en el dolor, de los recuerdos de aquellas amistades perdidas, y del amor de una familia, que le fue arrebatado, recordando el aspecto de los cadáveres, de sus dos mejores amigos de juventud y del de su mejor amiga, con las bocas abiertas llenas de moscas, y las espaldas de su padre y su madre aquella noche, antes de salir a la campaña. Y aunque suene trillado, la verdad es que, para Katya, la extraña relación con Francisco era la de más cercanía, de las pocas que le quedaban.

La Enzima de la LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora