El turno de Lance

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Lance supo que algo andaba mal cuando Keith no apareció a la lección de esgrima de ese día.

No lo había visto desde la noche anterior en la cena y un sentimiento de preocupación lo embargó desde entonces y se intensificó aún más en este instante.

Keith nunca faltaba a las lecciones y Lance tampoco cree que lo haría sin avisar con anticipación.

Tras 10 minutos de espera, puso la tapa en la punta de la espada para convertirla en un lapicero, la guardó en el bolsillo izquierdo de su chaqueta verde militar y se levantó de las gradas para ir rumbo a la cabaña 13.

Un sentimiento de culpa se instaló en él al darse cuenta que pudo haberse cerciorado de su amigo la noche anterior tras su ausencia.

Llegó a la puerta de la cabaña de Hades y no titubeó para tocarla con los clásicos golpecitos que hacía en su casa.

Al no tener respuesta alguna, se movió hacia la ventana de al lado. Aquello tampoco sirvió porque Keith se había encargado de cerrarla junto con las cortinas.

Resopló frustrado e insistió con la puerta.

"Tal vez se le pegaron las sábanas al cuerpo" -pensó y continuó.

-¡Keith! ¡mullet! ¡samurái! -exclamó, tratando de no hacer tanto escándalo para el resto de las demás cabañas-. Kogane, si no me abres de puerta en este instante, jamás te perdonaré por dejarme plantado en el entrenamiento de hoy.

Lance esperó un par de minutos antes de perder la paciencia.

-Bueno, está bien. Me obligas a tomar medidas desesperadas -sacó de su bolsillo un pequeño clip que llevaba por todos lados e hizo práctica de una técnica que los hijos de Hermes le enseñaron en su primera noche en el campamento.

«Bendito seas, Hermes» -pensó cuando la cerradura hizo un clic y la puerta se abrió. Dudó un poco si entrar; después de todo, era la primera vez que entraba a la cabaña del hijo de Hades.

Asomó su cabeza y examinó el lugar. Alrededor de todo el campamento, corrían sospechas sobre la apariencia de la habitación de Keith: desde un viejo ataúd como cama hasta las paredes pintadas totalmente de negro, el cuarto únicamente iluminado por antorchas. Sí, un lugar «digno» de un hijo de Hades.

Al ver el espacio, Lance solo pudo pensar que el sitio era tan... Keith: las paredes estaban pintadas de un tono gris claro; la madera de todos sus muebles pintados de un color de caoba oscuro. Toda la habitación parecía ordenada excepto por la cama, cuyas sábanas blancas y cubrecama roja yacían destendidas y arrugadas.

Lance pegó un pequeño brinco cuando oyó la puerta del baño abrirse de repente y vio a Keith salir de este con el cabello desaliñado y la pijama aún puesta, frotándose los ojos.

-¿Lance? -preguntó sorprendido cuando notó la presencia del nombrado frente suyo-. ¿Qué haces aquí?

Lance estuvo a punto de soltar un reproche de falsa indignación por haberlo dejado plantado a las seis de la mañana, pero se detuvo al notar los ojos de Keith de color rojo y con una mirada de tristeza que jamás había visto en el rostro del hijo de Hades.

-¿Qué haces es mi cuarto? -repitió, esta vez con el ceño fruncido, pero Lance pudo percibir un pequeño quiebre en su voz.

-Lo siento, yo solo... -Lance alzó sus brazos en signo de paz-. No viniste a la práctica de hoy y tampoco a la cena de ayer. Solo... quería saber si algo andaba mal.

De inmediato quiso no haber soltado eso porque, con solo ver el rostro de Keith, la respuesta era demasiado obvia.

Lance tenía algo muy en claro: Keith era de las personas más reservadas que había conocido en su vida. Si bien habían tenido un buen avance en los últimos meses, Lance estaba muy seguro que el hijo de Hades no se abriría a contarle los pensamientos o sucesos que lo agobiaban.

Sombras y OcéanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora