El momento de unión

648 53 8
                                    

Todos sabían que las peleas contra criaturas mitológicas podían ser complicadas. Pero esto… ¡era demasiado! Sobre todo porque no se trataba de uno solo, sino de nueve.

Lance soltó un bufido, exhausto, mientras miraba la pelea entre sus amigos y empusas con la mirada nublada. Él estaría ayudando, por supuesto, si es que no estuviera tirado en el pasto con una herida sangrante brotando de su brazo derecho. 

Fue repentina la aparición de las empusas. El grupo de amigos había decidido salir del campamento por unas horas para pasar el rato. Quién diría que la presencia de tres hijos de los tres grandes atraería monstruos hacia ellos, ¿verdad? Lance maldijo al pensar que Keith le diría un «te lo dije» con su tono presuntuoso una vez que se libraran de esto.

La niebla que envolvía a las criaturas era tan espesa que las hacía pasar fácilmente como mujeres mortales muy guapas, si Lance tenía que admitir. Sin embargo, una vez que una de ellas había tratado de coquetear con él. Obviamente, aprovechó la oportunidad para mostrar sus encantos. Ese intento casi le cuesta la vida y es el motivo por el que no podía pararse ni coger su arco para dispararles y mandarlas al Tártaro. Por lo tanto, ahí tenía a sus amigos, tratando de formar una barrera alrededor suyo para que ninguna de las empusas pueda llegar nuevamente a él y lastimarlo.

«Bien hecho, Lance», se regañó mentalmente, evitando moverse demasiado.

Vio que Shiro convocaba un rayo con su espada para atravesar y electrocutar el cuerpo de una de las empusas, la cual no tardó en desvanecerse y el hijo de Zeus fue a por otra. Por otro lado, Pidge y Hunk se las habían arreglado para acabar con otras dos con uno de sus artefactos en el que habían estado trabajando los últimos días.

«Nerds», se burló mientras trataba de erguirse lentamente.

Por último, Keith lanzaba apuñalaba a diestra y siniestra a cualquiera que se le atravesaba en el camino con su daga. Sus movimientos eran rápidos y ágiles. Las sombras se arremolinaban a sus pies y las usaba para moverse de un lado a otro para atacar. Lance quería evitar mostrarse maravillado por ello, pero se le hacía imposible.

Keith Kogane era uno de esos semidioses prodigio que tenía total control en sus poderes y que era un as con la esgrima, mientras que Lance le habían tomado años el poder controlar sus poderes (casi) a la perfección y a mejorar con el arco y flecha. El hecho de que algunos campistas se lo repitieran constantemente («maldita cabaña de Ares») solo había causado una sensación de inseguridad y ganas de querer superar al hijo de Hades costara lo que le costara; en el proceso, y sin querer hacerlo a propósito, había impuesto una rivalidad entre ambos. Rivalidad que duró años y que solo ocasionaba que se evitaran mutuamente. Rivalidad que se mantuvo hasta hace unos meses, donde los mandaron a una pequeña misión a ambos. Ahí descubrieron que, en realidad, no era tan malo estar juntos. Se complementaban muy bien, no solo en aspectos de la personalidad, sino también en sus poderes. Agua y sombras  parecían fundirse en uno solo cuando tuvieron que luchar contra un cíclope.

Los ojos de Lance se abrieron con pánico en cuanto vio que una de las empusas se abalanzó sobre Keith, tirándolo al piso con la amenaza de clavar sus garras y colmillos en su piel. Se retorció por un buen momento sin poder sacársela de encima.

Con todo el dolor que lo invadía, Lance hizo todo lo posible para coger el arco y flechas que estaban a unos centímetros de él. Soltó un quejido en cuanto dobló los brazos para agarrar el arco y apuntar la flecha a la empusa.

Tensó y soltó, logrando que atravesara el hombro de la criatura, causando que su cuerpo se estremeciera y, también, permitiéndole a Keith que se parara con agilidad y que hundiera su daga en el estómago con fiereza, volviéndola polvo.

Fue cuestión de segundos hasta que Keith se acercó a Lance y le ayudó a levantarse, haciendo que sus brazos lo rodearan y que se apoyara en él. 
Probablemente sería la pérdida de sangre, pero Lance no pudo evitar quedarse viendo una galaxia reflejada los bonitos ojos violetas de Keith y  decir:

— Lo hicimos— una sonrisa se dibujó en su rostro—. Somos un buen equipo. — y se ensanchó aún más cuando Keith le devolvió una sonrisa suave.

Con cuidado, terminó de levantarlo y sus amigos corrieron a verlo. Keith se hizo a un lado cuando Pidge le acercó para darle de comer algo de néctar y ambrosía y Hunk en vendar la herida.
Lance aún se sentía algo perdido en cuanto llegaron al campamento; como consecuencia, lo primero que hicieron fue mandarlo a dormir a su cabaña.

El sueño no tardó en apoderarse de él en cuanto su cuerpo se hundió entre la suave textura de sus sábanas y el olor del mar lo relajó hasta no poder resistir. Keith Kogane sosteniéndolo en brazos fue su último pensamiento antes de cerrar sus ojos.

Sombras y OcéanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora