Nueve

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   - ¡Voy, voy! Nadie en sus cabales toca el timbre de esa manera; bueno... sí, sí que hay alguien... Mina.

   Neito pulso el botón de abrir el portal cuando corroboró sus sospechas de que el dedo que tocaba el timbre era Mina. Miró el reloj y pensó que Izuku ya llevaba hora y media de citaarregladesastre y aún no tenía noticias de como iba la cosa. Ni un mísero mensaje. Nada de nada, claro que también pensó que la ausencia de noticias son buenas noticias.


   – ¡Hola, Neo... hazme sitio que me meo! –Mina entró y besó a Neito con tal prisa que erró y le propinó el beso de bienvenida en el oído. Neito protestó, pero ella iba demasiado ocupada soltando las bolsas que traía en la mano y bajándose los pantalones antes de llegar al baño.


   Neito iba detrás de Mina recogiendo todas las pertenencias que ella había tenido que ir soltando si no quería mearse el parquet a Izuku. Según iba cogiendo bolsas, revisaba dentro para comprobar qué manjares megaengordantes serían el festín de la tarde.

   Mina se dio prisa por tomar posición en la cocina, si no Neito lamería todos los donuts de la caja para marcar territorio. Ella no era escrupulosa, en cambio él era muy posesivo: cuando lamía una golosina, se enfadaba si alguien osaba tocarla siquiera. Era muy suyo lo del beso mafioso: una vez chupado, sentenciado (esta norma se aplicaba a todos los ámbitos: el gastronómico y/o sexual los que más).


   – Oye, ¿Izu llamó para saber cómo va la reconciliación? –Mina hablaba mientras rescataba al vuelo tres roscos de chocolate antes de que Neito les pasase la lengua –. ¿Palomitas con o sin caramelo?

   – ¿Hay que elegir?

   – No. – se comerían los dos paquetes, la tarde era larga y la espera de noticias de Izuku provocaría nervios, así que mejor darles que hacer al estómago.

   Mientras las bolsas se iban hinchando en el microondas, Neito y Mina llevaban víveres hasta la habitación. Aquello era una organización de hidratos de carbono.

   Sonó la campanilla del microondas acompañada de un delicioso olor a palomita recién hecha. Mina fue a responder al reclamo mientras Neito extendía sobre la cama de Izuku la manta multiuso (de ver la tele, la de los dolores de tripa, la de urgencias para ir al baño por la noche...). Si aquello no era el limbo era algo muy parecido, pero... faltaba algo. El báculo del poder, el mando de la tele.

   – Hazme sitio, que voy... –Mina apareció con dos ollas repletas a rebosar de palomitas dulces y saladas.

   – Mina ¿no había algo más mono donde traerlas? –Neito iba gateando por la cama en busca del mando.

   – Ciertamente, mariposilla mía... Las palomitas se comerán en olla, os plazca o no –Mina estaba de pie sobre la cama blandiendo ambas ollas como si fueran dos ánforas griegas.

   – Me las como, me las como, no vamos a ponernos exquisitos. ¿Concursos?

   – ¡Dale!

   Los dos disfrutaban de la super merienda ridiculizando a los concursantes de la tele. Cuando...

    – ¡Izu! –soltaron al unísono. Andaban los dos tan ensimismados con sus manjares y sus improperios que no lo oyeron entrar.

   – ¿Cómo fue? –La pregunta hubiese sobrado de haber oído los pasos de alma en pena que arrastraba desde el ascensor –. ¡No me lo digas! –Neito sabía que algo no había ido bien.

   – Suéltalo Izu... ¿Se acabó? ¿No sois novietes?

   Izuku no reparó en que la cama estaba llena de aperitivos y dejó caer su pena sobre el colchón. Neito, que se lo vio venir, rescató el último pastelito de morir aplastado por el culo de su amigo. Mina y él no dejaban de preguntar y preguntar sin esperar la respuesta. El pobre Izuku no era capaz de decir ni mu. Solo clavaba sus ojos verdes en el polvo de la lámpara del techo.

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