Tres.

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   Neito. Cuando nació su abuela exclamó: ¡Si la memoria no me falla, es un niño! Contra toda evidencia, se equivocaba. Ser, lo que se dice ser, era un varon; lo de "hombre" estaba por ver. Y tanto que se vio. La cosa empezó pronto, cuando lo mandaron a la guardería. Sería la pedagoga del centro la encargada de comunicar a sus progenitores que el niño presentaba comportamientos no muy habituales en los de su sexo. En clase de psicomotricidad siempre se liaba a tirones de pelos con las niñas par hacerse el primero con el tutú de ballet y el hula-hop. No es que estos sean de uso exclusivo femenino, lo extraño es que cuando se ponía el tutú no había quien le explicara que era un disfraz y que para marcharse a casa tenía que volver a ponerse sus vaqueros con los que había llegado por la mañana.

   Sus padres fueron informados de los acontecimientos, aunque solo su madre se percató, de que la naturaleza, a veces, hace con los cuerpos lo que realmente le da la gana.

   Contra todo pronóstico, la pubertad de Neito no fue mala: los niños no eran muy crueles con él, se aceptó el hecho de que no le gustase el fútbol sino los futbolistas. Fue en esa dulce infancia cuando se conocieron Izuku y él. Desde el primer día que coincidieron en la fila de segundo de primaria, se cayeron bien. Izuku era nuevo en el cole y no sabía a quién arrimarse. Allí estaba Izuku, impecable, con pasadores de colores en el pelo y una mochila de Hello Kxtty amarilla. Esperó y esperó a que alguien le diese la bienvenida a las instalaciones, pero eso no pasaba. Las niñas parecían no verlo y los niños no lo veían seguro. Hasta que vio aparecer por el patio a un ¿niño? enclenque con su misma mochila pero azul, y con el pelo repeinado.

   - ¡Hola, yo soy Neito, las nuevas cosas de Hello Kxtty son geniales, tengo más!... ¿Quieres verlas?- Y no se separaron jamás. En el proceso de transformación de Neito, fue Izuku su asesor, su amigo, su crítico más constructivo y su yo más fiel.

   Así fue como Neito cambió su identidad para con el mundo. Con Izuku se sentía como en casa y estaba seguro de que nada sería tan desastroso o aburrido que no mereciese un "Best-Worst" (W-B) al final del día. Debió de ser en aquella época cuando inauguraron este juego que, con los años, se convirtió en una tradición, de diestro y siniestro y de amores y desamores. La cosa iba así: si estaban juntos, empezaba el que estaba de mejor humor; en casos de empate, empezaba el que había sido W el día anterior. Si no se habían visto o no se preveía un picoteo, aunque fuese fugaz, se llamaban.

   Fue en una de esas veces cuando Izuku se enteró de que por fin Neito había Take a walk on the wild side: por fin había salido de dudas, no solo era amanerado por costumbre o mimetismo con ls féminas de su entorno, es que el sexo con un hombre le gustaba.  Vaya si le gustaba. Aquel día no hubo W, solo hubo relato de B y se llamaba Sekijiro. Neito y el tal Sekijiro no se conocían. Habían coincidido en un curso de Tantra en una asociación budista y, nada más verse, habían saltado chispas. El caso que hasta ese momento Neito no se había planteado el iniciarse en el arte del buen amor porque, a falta de oportunidades, era muy joven. O eso pensaba. No creo que tuviese más de 18 años cuando ocurrió, pero para él fue el principio de un yo que ansiaba y una liberación hormonal tan feroz que pasó de ser ligeramente amanerado a ser una "chica con pelotas", como le había dicho Mina años después cuando se hicieron amigos.

   Y la tarde de Tantra se convirtió en una tarde-noche-madrugada de iniciación sexual digna del Anaga Ranga*. Lo que estaba escrito desde el preciso instante de su concepción empezó a aflorar con la misma naturalidad con la que él había empezado a hablar. De una mirada elecrizante en el simposio sobre el ying y el yang, pasaron a un café latte, dos de azúcar y un vaso de agua. Sin darse cuenta, Neito se estaba sincerando con un desconocido que no parecía tener más de 30 años, aunque para él fuera la viva imagen de la madurez.

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