Diez

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   Contra todo pronóstico, a Neito y a Hitoshi les dio tiempo de camuflarse tras el muro de papel que hacía de separador entre el salón de baile y el comedor, antes que los pantalones azules yaciesen a la altura de los tobillos.


   – Ven... –Hitoshi tomó a Neito por la cintura y lo arrastró hacia sí con la seguridad con que daba ordenes a los batallones de recién enrolados. Le gustó sentirse dominado; acababa de descubrir que tenía una nueva fantasía erótica y, además, cumplida.

   – ¡A sus ordenes, mi teniente! –Neito se cuadró en calzoncillos juntando los talones y haciendo un saludo mal estructurado.

   – Ummm ¿Qué haremos con este cadete insolente? En la primera formación de su vida y en paños menores...

   – ¡Qué me los quite!... –Neito, que estaba en pleno apogeo alcohólico y libidinoso, iba elevando el tono sin percatarse siquiera.


   Mientras que detrás del panel de papel se estaban dando un festín un mando naval y un diseñador de tres al cuarto, del otro lado había un revuelo que no dejaba  lugar a duda de que alguien se estaba percatado de que allí, tras la fina cortina, se estaba cociendo algo indecoroso: el deseo desenfrenado, la falta de respeto a las instituciones y la patria.

   Había quien decía que, si las sospechas eran ciertas y allí se estaban metiendo mano dos jóvenes donceles, podrían juzgarlos por mancillar el espíritu integro de la bandera que tan orgullosa lucía en lo alto del mural.

   Izuku trataba de pasar la velada de la mejor manera posible dadas sus circunstancias. Sentía un profundo dolor en el estómago que identificó como pena. No podía dejarse vencer por una ausencia que lo estaba matando, así que decidió rematarse él mismo sirviéndose otra copa de lo que fuese que había en la ponchera. Primero lo olió, no fuese a ser el liquido solo zumo y le provocase una acidez: una cosa era morir de resaca y otra, de vulgar reflujo gástrico. Comprobado que emanaba vapores alcohólicos, se dispuso a llenar (no servir) una copa.


   – ¿Será posible...? Es más difícil pillar un trozo de fruta que hacer una ecuación... –Izuku ya estaba alcanzando los niveles óptimos de alcohol en sangre y la prueba era que hablaba solo sin reparar en que no lo estaba.

   – ¿De cuántas incógnitas para ser exactos? –Izuku giró la cabeza con la esperanza de que el comentario hubiese salido de su imaginación, pero se encontró frente a un espécimen masculino de salir en el calendario Men's Healts.

   – ¿Perdón...? –Fue lo más ocurrente que le salió después de fijar la vista en las manos de aquel flamante marino. Eran grandes, morenas y deseables; de hecho, le parecieron tan suculentas que pensó que eran más apetecibles que el trozo de fruta de la ponchera. En ese instante supo que quería llevárselas a la boca.

   – Digo... –y el desconocido le arrebató el cucharón con ánimo de coger la fruta, lo hizo a la primera. Le sirvió la fruta del deseo al momento de haberse hecho con el mando– que si se te resisten las matemáticas, son mi fuerte.


   A Izuku estaban a punto de derretírsele los oídos y sus partes bajas. Estaba borracho y atónito, y aquel pedazo de hombre estaba intentando ligar con él y de forma tan sutil. Le entraron ganas de decirle que no se esforzase mucho en ser original, que él era facilón si se avistaba un buen polvo a menos de un metro de diámetro.


   – Si se te dan tan bien como la pesca creo que me podrías enseñar muchas cosas, ja ja... –Al segundo de haberlo dicho se arrepintió. El comentario no había sido ni lúcido ni gracioso.

   – Te enseño lo que quieras a cambio de saber tu nombre. –Pero ¿no le quedaba claro que él no necesitaba sentirse un príncipe para hechar un polvete?

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