—¿¡Qué dijiste!?, ¿¡no es que las ibas a salvar!? Eres igual de patético que ellos. No prometas cosas que no puedes cumplir, escoria.
—¡Masaru! —la mujer de cabellos rubios corrió hasta el hombre que había sido apuñalado y tirado al suelo tan fríamente como basura.
<<Las lágrimas que tanto quiso esconder para no alterar a nadie, ni a la misma Inko; habían caído como pesadas gotas de lluvia. Sus manos temblaron pero jamás dejaron de tomar con cariño las de su esposo que yacía en el suelo bastante herido. El de la barba rojiza sonrió por haber puesto en su lugar al hombre de las gafas y sin algún tipo de respeto, pasó por largo la deprimente escena y siguió hasta encontrarse con la mujer de baja estatura y piel pálida. La miró con gracia y siguió caminando hasta entrar a la primera casa>>.
Si Inko Midoriya tuviera algo que reclamarle a la vida, a su triste vivencia, sería el llevarse a todos los que más quería; arrebatándole todo lo que era preciado para ella.
En lo que iba su persistencia en la tierra, había mirado hacia el pasado muchas veces, tantas que contarlas era imposible. Cada una de las veces en las que miró, pareció amar más lo que dejaba que lo que tenía, porque perdía más de lo que ganaba.
Y siendo tan mayor, siendo tan indefensa, tan inservible, se recriminaba el no haber tenido el don. En los años de su juventud, jamás se preguntó la razón del porque ella no era como su madre, y tampoco le afectó nunca el no tenerlo porque para ella, era simplemente perfecto el que solo su madre lo tuviera.—Lo siento... —se deslizó con debilidad por la rocosa pared de la casa de afuera mientras seguía pensando con la mirada húmeda.
Egoísta, no hay otra palabra más que su mente podría darle entre tantas que ya había rebuscado. Sí, había sido egoísta, desconsiderada, despreocupada y entre todas esas palabras ofensivas que aseguraba merecer; porque no hubo recuerdo de ella en su cabeza preguntándose sobre el como curar a alguien, el como ayudar a su madre, el como bendecir una casa. Ni siquiera había un momento en el que deseara aprender a pelear y protegerse. Las tristezas que traía de vuelta, ninguna de ellas se hubiese ido tan lejos de su mente y corazón sino hubiese sido por su algodoncito.
Abrió sus ojos; dejando ver un triste brillo en ellos. Se levantó con pesadez y se encaminó hasta la mujer que sollozaba la muerte de su esposo. Se acercó, parpadeó una vez con suavidad y tomó su espada, le pidió a la de los ojos rubí con todo el valor que tenía que corriera tanto como pudiera y buscara a los chicos, se fueran y jamás regresaran. Había visto morir a las personas necesarias como para ver a más y aún así, jamás estaría lista para ver morir a alguno de ellos, de los que tanto protege ahora. Sacó una hoja algo arrugada, la acarició con tanta cautela que pensó en una suave colcha para cama ó, los esponjosos cabellos peliverdes que tanto amaba. Algunas lágrimas cayeron pero no tardó en limpiarlas, besó la hoja y con el dolor de su pequeño y débil corazón se la entregó a la dolida mujer de piel blanca. Se rehusó tantas veces en irse pero cuando su amiga se arrodilló frente a ella y le rogó que la dejara sola mientras veía como la casa se incendiaba, no pudo hacer nada más que estrujar su camisa entre sus manos y correr hasta perderse en el grande bosque.
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Ritanea; el lugar de los monstruos ✓TodoDeku •Hiatus
FanfictionEl pueblo de Osnob cuenta con más de 1500 años de antigüedad en los cuales son enriquecidos con bellas y extraordinarias historias por su misma gente. Osnob esta dividido por pequeñas aldeas inhabitables debido al gas lacrimógeno por parte de los e...