Jonathan S. Kent

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El aroma lo sofocaba y nublaba su vista por segundos. Su respiración estaba acompasada y sí, definitivamente estaba húmedo.

-deja de lamerme-

Damián cerró los ojos buscando paciencia, lo que pensó serían unas noches desenfrenadas de sexo salvaje con su alfa se había convertido en más de tres semanas de secuestro.

Jonathan entró en modo alpha kryptoniano. Damián lo describía en sus informes como:

Empalagoso.

Cada hora Jonathan lo acechaba, rondando a su alrededor, olfateándolo y lamiendo desde la punta de los dedos de sus manos hasta la cicatriz de su nuca. Se restregaba con cada centímetro de su cuerpo y se acurrucaba en su cuello.

- te amo - susurraba cada noche y cada maldito minuto detrás de sus oídos, cuando lo aprisionaba entre sus brazos, como si el moreno pudiera escapar de los brazos firmes alrededor de su cintura.

Brillante.

Si no amara verlo sonreír, seguro odiaría cada diente resplandeciente con la capacidad y el descaro de opacar el sol.

Damián estaba a punto de tumbárselos con un golpe si no dejaba de sonreírle cada vez que lo veía y es que el corazón del omega no lo resistiría mucho, pues se agitaba y bombeaba tanta sangre a sus mejillas que mando a la mierda todo el entrenamiento con La Liga de Asesinos.

-¿por qué estás sonriéndome?-

- Te veras hermoso llevando a mis cachorros -

Territorial.

Después de decirle aquello Damián casi lo apuñala con kryptonita, pero se quedó estático mirándose al espejo.

¡MIERDA JONATHAN!

Damián había sido secuestrado.

Damián, obviamente no traía su cinturón de herramientas, ni siquiera una espada, porque vamos, ni el cargaba una espada en Navidad, menos anticonceptivos o píldoras de emergencia o condones... NADA.

Jonathan estaba muriéndose de risa bajo el intento de asesinato con una almohada de Damián, quién se acaba de dar cuenta que no sólo tuvieron sexo, mucho sexo, sino, que no se cuidaron nunca. Nunca. Nunca. Mátame, Dios.

Bueno, volviendo, Jonathan S. Kent era un alfa territorial, más que Conner.

Damián lo descubrió cuando estaba admirando y acariciando a un pequeño petirrojo macho y Jonathan había comenzado a gruñir y destilar aroma hasta que la pequeña ave se fue atemorizada. Cuando Damián volteó hacia él, Jonathan fingió demencia y con apariencia de cachorro feliz e inocente se lanzó a besarlo.

Vigoroso.

Lo había pensado mucho, para describir a Jonathan con esa palabra, porque pese a la inocencia de su alfa, este era muy potente y resistente en la cama. Damián y la almohada matutina para su trasero lo confirmaban.

Y, por último, Jonathan S. Kent era amor.

Durante el sexo había comenzado a llamarlo habibi. Contrario a lo que espero, el alfa, su alfa, no fue agresivo ni brutal ni salvaje en la cama.

Fue perfecto.

Las manos de Jon-El dibujaron todo su cuerpo como si fuera la primera obra del romanticismo, recorriendo y endulzando cada centímetro de su piel. Donde había cicatriz, Jonathan lo había bañado de besos y aliento cálido, como si tratará de dibujar esperanza sobre la piel herida.

No tan cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora