Déjeme... Ser su héroe, señorita Rei.

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Al terminar de escribir, el timbre que dio la finalización de clases resonó por toda la escuela, sonriendo alegremente, guardo sus cosas y salió corriendo de su escuela. No sin antes de despedirse de su mejor amigo, el cual, le veía un tanto curioso. Hitoshi había notado que su mejor amigo se hallaba más animado últimamente, no le hubiese llamado la atención, de no ser porque era cuando debía ir al hospital psiquiátrico. Sabia que al igual que si mismo, a Izuku le gustaba ayudar. Solo que ambos lo hacían de maneras diferentes, mientras él mismo se encargaba da ayudar a los animales en el refugio en el que trabajaba su madre, Izuku le gustaba hacer feliz y ayudar a las personas que no se encontraban con la mejor salud mental. Algo admirable, por decirlo menos. No todos los niños de siete años, hacían lo que ambos. No trataban de ayudar a animales sin hogar, no ayudaban a personas que necesitasen al menos poder dar una sonrisa genuina una vez más. Suspiro pesadamente, mientras guardaba sus útiles escolares, para luego salir de su aula. Mientras lo hacía, trato de pensar en que podría estar animando tanto a su amigo últimamente. Dejo de darles vueltas a aquel asunto, no tenia sentido preguntarse aquello, solo seria una perdida de tiempo realmente valioso. Dos semanas desde aquella extraña actitud, sin embargo, no le pensaba preguntar. No de momento.

Miro alegremente la puerta de la habitación delante de él, toco dos veces y hablo.

-Señorita Rei, soy yo, ¿Puedo entrar?

-Claro.

Su voz, en las últimas dos semanas, podía oírse un poco más animada. Las enfermeras habían notado que solo era estoica, pero era amable y cortes, no como los primeros tres días que llego a su nuevo hogar. Además de eso, también notaron que el pequeño brócoli adoraba pasar tiempo con la mujer de cabello blanco. Siempre alegraba a todo el mundo, pero pese a eso, pasaba la mayor parte del día Rei.

Abrió la puerta, siendo recibida por la mirada relajada de la peli blanca. Sin perder tiempo, tomo la mano de la mujer, arrastrándola, sacándola de la habitación. Ella se confundio un poco por sus acciones, sin embargo, no dijo nada, simplemente lo siguió. Recorriendo gran parte del hospital en el proceso, hasta que llegaron a una enorme entrada. La cual atravesaron, dejando ver una especie de pequeño parque. Arboles, pasto, una que otra banca. Fue ahí cuando la mujer por fin noto, que el pequeño peliverde, quien traía su uniforme de la escuela, también tenia una mochila que se notaba llena.

-Sígueme, hoy haremos algo diferente.

La alegría que transmitían las palabras del pequeño, le hizo dar una pequeña sonrisa. Realmente le gustaba pasar tiempo con él, y también con Inko. La mujer pasaba al menos una hora a verla, los días que el pecoso no podía visitarla. Y pese a que Inko era una madre al igual que ella, no podía evitar preferir pasar tiempo con Izuku. No sabia a que se debía aquello, simplemente prefirió pasar tiempo con él que con su madre. ¿Tenia que ver con la alegría que solo un niño de la edad de Izuku podía dar? ¿O era un sustituto de sus propios hijos? Ella no estaba segura da la respuesta correcta.

Izuku la llevo hasta la parte más alejada de la especie de parque de aquel hospital, se hallaba en la zona trasera de edificio. Y justo ahí, se encontraba un gigantesco árbol. Rei se había sorprendido por el mismo, ella no podía ver el árbol desde su propia habitación, realmente, nadie podría verlo. No había ventanas en aquel sector, ninguna ventana daba a aquella zona. El peliverde coloco la mochila en el suelo, abriéndola, para sacar de la misma una manta roja. La cual extendió y coloco sobre el pasto, la misma, media cuatro por cuatro. Se quito sus zapatillas rojas, dejándolas a un lado de la manta. La susodicha, se quitó unas sencillas zapatillas blancas. Suerte que cuando el pequeño entro a la habitación, aun tenia sus zapatillas blancas de cuando había subido a la terraza a ver mejor el cielo.

-Siéntate Rei-san, te traje algo que te aseguro que te gustara.

La mujer, se sento al lado del pequeño, quien saco una pequeña caja, tendiéndosela a la oji gris. Quien lo tomo, asombrada.

Mis llamas no te lastimaran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora