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-Tiene que ser una broma- respondió.

-Voy a arreglarlo- la ignoré e intenté colocar la manija en la puerta. 

Ella se acercó lentamente y en silencio a mi lado.

Probé ponerla de mil maneras, pero de ninguna forma encajaba. Suspiré agobiado y miré hacia el cielo. 

-Estamos encerrados- susurré temiendo su reacción. 

-Joder- respondió con suavidad colocando sus dedos sobre sus ojos, masajeándolos. 

-En serio lo lamento. - la miré y por primera vez fui consciente del poco espacio que había entre nosotros -Pensé que no habría nadie en el baño, por el cartel-

-Pensé lo mismo- sonrió. Sentí que el alma me volvía al cuerpo al verla sonreír. Quizá al fin y al cabo no me odiaba tanto...

-Voy a llamar a mi amigo, para que suba a sacarnos- tomé mi celular.

-Gracias...- balbuceó mientras se alejaba un poco de mí.

Marqué cuatro veces a Jeremy, pero nadie contestaba. 

-¿No atiende?- preguntó Sara cuando vió que cortaba por quinta vez. 

Negué en silencio, ya malhumorado porque nada salía bien esta noche. 

-Voy a llamar  a mi amiga- respondió y colocó el celular en su oído luego de marcar. 

Los segundos pasaban, y a pesar de que intentaba una y otra vez llamarla, nadie atendía.

-Tampoco responde- anunció finalmente rendida.

Suspiramos nerviosos a la misma vez.

Luego de un silencio incómodo, Sara se sentó con cuidado en el piso.
La miré confundido.

-Por lo visto vamos a estar un rato largo aquí- me respondió encongiéndose de hombros.

Asentí y la imité, sentándome contra la otra pared del baño.

De nuevo, el silencio nos invadió. Primero cada uno se sumergió en su celular. Por mi parte, le mandaba mensajes a Jeremy pidiendo que viniera a ayudarnos... Esperaba que los leyera pronto. Supuse que ella estaba haciendo lo mismo con su amiga.

Sin embargo, luego de cuarenta minutos, los dos ya habíamos dejado el teléfono de lado.

-Tengo hambre- susurró ella de pronto. Nuestros ojos se encontraron y no pude evitar sentir una electricidad recorrer todo mi cuerpo.

-Yo igual- me sentí aliviado de que al menos me hablara... De otro modo, ésto no podría ser más engorroso. -¿Te está gustando la ciudad?-

Si, lo sé. Era un poco patética la pregunta, pero realmente estaba aburrido y harto del encierro. Me gustaba charlar, y no toleraba esta situación con tanto silencio.

Me miró confundida unos instantes y luego su rostro se suavizó.

-La verdad que si. Aunque ya conocía la ciudad, cambió bastante-

-¿La conocías?-

-Si... Viví hasta los catorce años aquí. Luego nos mudamos por el trabajo de mi padre-

Asentí escuchándola con atención.

-Viví aquí toda mi vida-respondí- pero nunca te ví-

Se encogió de hombros.

-El destino- respondió simplemente.

A la mierda con el destino. No quería saber nada de ese maldito, que hacía que conociera a una mujer como Sara y cuando me decidía a olvidarla, me encerraba en un baño con ella.

-¿Siempre eres tan pensativo?- preguntó de pronto, sacándome de mi transe. La miré sin entender. - Es que sueles quedarte en silencio, mirando a la nada, con tu ceño fruncido...- se explicó.

Bueno, para ser una persona que me odiaba, me había prestado bastante atención.

-Nunca me di cuenta. Vas a ser una buena psicóloga- respondí sonriendo, y me pareció que el cielo se abría ante mi cuando ella también lo hizo.

-Quién sabe...- susurró mirando al suelo. 

Y aquí estaba otra vez, el maldito silencio incómodo. 

Era increíble, pero cuando hablábamos parecía que nos sentíamos cómodos haciéndolo. Sin embargo al rato la conversación se terminaba y la burbuja se pinchaba.

-Sara- murmuré y su mirada se encontró con la mía -Disculpa si el otro día en la calle parecí un psicópata.-

Se echó a reír, y no pude evitar acompañarla.

-No pasa nada...- parecía que iba a decirme algo más, pero en su lugar, se quedo en silencio. 

Y con esa simple conversación confirmaba varias cosas: 

En primer lugar, sí, había quedado como un psicópata y probablemente la había asustado. 

En segundo lugar, sí, seguía manteniendo su firme postura de no querer salir conmigo. Se notaba a kilómetros, no había que ser un genio.

Y en tercer lugar... bueno, no sé que decir en tercer lugar, que no sea obvio. Sara es y será por siempre la chica que quise pero no pude tener entre mis brazos. 

De pronto me dí cuenta que me observaba, y recordé entonces lo que me había dicho, sobre que me quedaba en silencio pensando. 

Le sonreí con complicidad, y ella me respondió riendo y bajando su mirada.

Un golpe en la puerta nos sobresaltó. 

-¡Sara!- una voz femenina habló del otro lado. 

¿Confías en mí? (3° Libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora