El concierto

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El concierto

Odín cumplió con su parte del trato. Justo al rayar el alba, cuando Mina terminó de alistarse para ir a clases, vio frente a la puerta de su hogar una pequeña caja de cartón y al abrirla, descubrió los anhelados y problemáticos tickets para el concierto. Cuando se encontró con Ruth, quien le preguntó cómo le había ido, se limitó a responderle que al menos había conseguido lo que quería. Si derrochaba detalles y le contaba cómo es que Odín la había manipulado y extorsionado para no participar en el siguiente partido, sabía que la pelirroja se sentiría culpable por haberle aconsejado ir a verlo y se lamentaría por ella. No necesitaba de la auto-culpabilidad de su amiga y mucho menos de su lástima.

Arribaron a la universidad y después de cada quien tomar su respectivo camino, Mina se apresuró a encontrarse con Anahí y darle su propio boleto, quien gustosa lo aceptó, y la rubia no exageraría al decir que casi abrazaba el pedazo de papel. Con eso, el día transcurrió normal y dado que el concierto era tarde en la noche, ella no tuvo por qué faltar al entrenamiento, aunque en realidad, ya no lo necesitaba si no iría al partido, pero de igual forma quiso hacerlo. No obstante, no se mantuvo concentrada en el juego porque su mente se envolvió en el dilema de cómo rayos le diría al entrenador de su ausencia para el partido. Quizás sería bueno fingirse una herida o torcedura; después de todo, ¿no decían que los accidentes pasaban todo el tiempo?

En su lugar como espectador, en uno de los tantos asientos que formaban los peldaños de cemento ubicados a lo largo de la cancha, Corazón miraba a Mina con evidente inquietud. Su rendimiento en la práctica no estaba bien y todo era por su causa; si no la hubiese obligado a ayudarlo no tendría por qué estar pasando por tantas angustias e inconvenientes en su vida. No quería verla todo el tiempo con ese ceño fruncido; lo fruncía al pensar, al molestarse, al preocuparse. Quería verla sonreír, se veía preciosa cuando sonreía, y él no podía evitar sentirse completo cuando la notaba feliz; se sentía restaurado.

El entrenamiento terminó y Mina fue reprendida un poco por su entrenador ante su poca concentración, lo que provocó que Corazón se apesadumbrara más. De regreso a casa, la joven de orbes azules detalló a su compañero inusualmente callado; extremadamente silencioso para su gusto.

—Oye, ¿qué tienes? —preguntó directamente. Ella no era de las personas que se andaban con rodeos; le gustaba ir al grano.

—Estamos en medio de la calle, Mina —le recordó el castaño, y es que a ella ciertamente no le gustaba hablar con él en espacios tan abiertos.

—¿Qué más da lo que piensen de mí? No puedo evadir mi realidad. Dime qué te pasa.

Corazón abrió la boca, pero luego la cerró, dubitativo. Volvió a abrirla y balbuceó torpemente.

—Nada —respondió al final con voz queda y bajando la cabeza.

Mina soltó un suspiro de exasperación e impaciencia; no estaba de humor para jugar a ser psicóloga, sin embargo, lo intentó.

—¿Sabes cuál es el problema con las personas como tú y yo, Corazón?

—¿Personas como tú y yo? ¿A qué te refieres?

—A ser personas honestas y espontáneas. ¿Sabes cuál es nuestro problema? —Corazón negó con la cabeza—. Que normalmente somos un asco mintiendo, así que dime. ¿Qué tienes?

El silencio reinó entre ellos por unos momentos, pero casi después, él se atrevió a hablar, aunque con un tono tenue y suave.

—Lo lamento mucho, Mina. Tu vida se ha tornado un torbellino por mi culpa; se ha puesto patas arriba. No debí comprometerte a lidiar con una situación tan difícil.

Rescatando a un CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora