Prólogo

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Rescatando a un Corazón

Prólogo

Un fenómeno poco usual, fantástico e imperceptible en el que las vivencias dolorosas se hacen tan pesadas que no se desea cargar con ellas, separándolas, apartándolas del interior, abandonando al principal receptor y causante de las fuertes emociones: el corazón.

El joven no creía lo que sus oídos escuchaban. Ella, la mujer que amaba más que nada en el mundo, con la que había encontrado consuelo después de años de soledad e incomprensión; sí, ella, lo había estado usando como un simple muñeco; un títere al que es fácil manipular para luego desechar. Negó con la cabeza en tanto las lágrimas surcaban sus ojos, incapaz de detenerse e iniciar un recorrido tormentoso a través del rostro, para finalmente azotar en el suelo y extinguirse, compartiendo el destino de sus ilusiones y amor.

—Pero... pero —intentó hallar las frases a pesar del desgarrador nudo que quemaba su garganta—. Tú dijiste...

—Palabras —lo cortó la mujer con una mirada fría y con la voz a más grados bajo cero—. Eran sólo palabras vacías, cualquiera puede decirlas.

Estaban en el departamento que compartían desde hacía poco. La había visto llegar con maletas en mano, irradiando felicidad, falsa felicidad; y ahora la veía marcharse con una crueldad que lo golpeaba. ¿Dónde quedaron esas promesas de amor? ¿Esos actos cariñosos dedicados el uno al otro? ¿Dónde dejó sus sueños? En el piso, hollados y sin vida, como parecía quedar su espíritu.

—Eres una carga, Helio. Me tenías hasta la coronilla con tus atenciones absurdas, con tus palabras empalagosas, con tus acosos; en fin, eres insoportable, pero debo agradecerte. Fuiste tan iluso de creer que realmente me interesaba en ti como para darme un techo después de que mis padres me botaron de casa, para darme el dinero necesario y poder irme de esta ciudad tan horrible. Es una lástima que tuvieras que gastar todos tus ahorros, pero lo que se regala ya no se quita, ¿verdad?

Una risilla desvergonzada y sádica salió de la boca de ella antes de tomar las maletas que habían estado en el suelo todo el tiempo, a su lado, para finalmente salir, no sin antes ser implorada por él, arrodillándose ante ella, desbordando su sufrir en sollozos, pidiéndole que se quedara, asegurándole que la perdonaba y que todo volvería a ser como antes. Acciones que a ella le resultaron repugnantes y sin honor, por lo que sin misericordia, le asestó una potente patada en el estómago, dándole a entender su decisión final, saliendo de aquel hogar en el que el suplicio llenó el ambiente en cuanto Helio quedó solo, desaguándose en lágrimas ante el dolor en su interior, y en saliva ante las punzadas en el estómago por el golpe, intentando respirar.

No se contuvo de rumiar su tormento en alaridos agudos y agónicos, en tanto se preguntaba con desazón por qué era que el corazón permitía experimentar y soñar con sensaciones tan hermosas como el amor, para después despertarlo a la cruda realidad con una sarta de daños y males. Se llevó una mano al pecho y clavó las uñas con ímpetu desequilibrado, deseando tomar el órgano literal para arrancarlo de su ser y de alguna forma librarse de las consecuencias del corazón figurado; salvándolo de aquel calvario.

Para nada; el corazón y sus sentimientos no servían para nada, fue su conclusión. Para nada bueno; simplemente para despedazar y matar en vida.

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