Violeta se sienta en la silla de madera que produce un imperceptible quejido al recibir su peso; los años no pasaban en balde ni para la una ni para la otra. La mujer inicia a abrir una carta con el cuidado que se impone uno cuando se desea que la acción de sacar la misiva del sobre demore y, de esa manera, retardar el mal trago de descubrir el mensaje que el cerebro decodificará al leerlo.
Su jarro de metal, lleno con la infusión de la manzanilla que crecía al costado de la puerta de su casa, humeaba insistente, llamándola a beberlo. Violeta lo levanta, le da un sorbo y con lentitud traga el líquido, escucha el gorjeo del riachuelo inflado por la lluvia de esa mañana, echa un hondo suspiro y termina de extraer la hoja de papel, otrora resguardada en un envoltorio donde el sello del Ministerio de Educación luce prominente.
Violeta termina de leer, estruja la nota y la lanza al suelo. El olor del atardecer invadía ya la modesta morada, pronto tendría que encender la lamparilla a kerosene; hoy de nuevo la electricidad no funcionaba en el caserío.
"Violeta, estás loca, ¿a quién se le ocurre escoger una profesión tan mal pagada? ¿Para eso hemos ahorrado por años para mandarte a estudiar a la capital?"
"Violeta, hija, ¿por qué acá? ¿No podías haberte quedado en la ciudad y encontrar un puesto allí? Ya sé que la escuelita de nuestro pueblo necesita maestros, pero..."
"Violeta, es bonito por aquí, pero no me vas a negar que es un pueblucho perdido. Regresa conmigo a la capital. Tus alumnos tendrán un profesor nuevo y listo. Conmigo te olvidarás de estos chiquillos ya que tendrás hijos de verdad más la suerte de no trabajar porque, como mi mujer, no necesitarás hacerlo."
"Señorita Violeta, tiene razón, si esperamos a que el ministerio venga a pintar las aulas y arreglar el techo de la escuela, nuestros hijos tendrán nietos. Así que hemos decidido aceptar su idea y acá, las familias del caserío, ya nos hemos organizado para hacer los trabajos"
"Señorita Violeta, gracias, si no fuera por usted, seguro que Pablito nunca hubiera aprendido a leer" "Señorita Violeta, no acabé la tarea, perdón, tuve que ayudar ayer en la cosecha." "Señorita Violeta, mire mi trabajo, ¿no me quedó lindo?" "Señorita Violeta, no me sale, ¿me ayuda?" "Señorita Violeta..."
Una cosa era que a ella la retiraran del trabajo porque se decretaba que la escuela iba a ser cerrada debido a cuestiones de presupuesto, pero era un cantar muy diferente que sus alumnos tuvieran que caminar casi tres horas, en vez de alrededor de una los más alejados; o que tuvieran que irse a vivir cerca de la otra escuela, apartándose de sus familias; o, en el peor de los casos, que tuvieran que dejar del todo los estudios. No, eso sí que...
La mujer apura el último resto del té de manzanilla, recoge la carta arrugada y la estira sobre su precaria mesa.
—Soy Violeta Faustina María Riquelme Vargas, maestra y directora de la escuela rural Aurelio Fernández —dice, mirando el papel con un fulgor guerrero en los ojos mientras calculaba con rapidez que sus ahorros serían suficientes para el viaje a la capital. —¿Que piensan cerrar nuestra escuela? Pues eso está por verse, señores.
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"Pasión" fue escrita para participar en el concurso de relatos cortos (1000 palabras como máximo) llamado MiMejorMaestro, organizado por Zenda libros en colaboración con Iberdrola. El tema a tratar era un cuento, real o ficticio, en el que aparezca una persona dedicada a cualquier tipo de enseñanza.