Inesperada oportunidad (versión corta)

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—¡Hora de la historia! —reclama entusiasmada Choden.

—¡Yo escojo! —afirma Chodak mientras se sienta de un salto al costado de su hermana.

—No, ¡tú lo hiciste ayer! —replica Champo, haciéndose espacio entre los dos.

—Soy el mayor, yo lo haré.

—Los tres nacimos en la misma fecha, minutos de diferencia no cuentan —sostiene la pequeña.

—Crías, si siguen así, se irán a dormir ahora —interrumpe Yonten, el padre de los trillizos.

Su esposa entra a la habitación y ambos se posicionan al frente de los revoltosos.

Al final del día siguen la tradición de su clan, donde uno de los progenitores refiere un relato según el tema elegido por alguno de sus hijos. La cumplen con gusto, puesto que los trillizos se calman unos momentos.

Yonten, toma la palabra:

—Saben que es por turnos. Anteayer fue Champo, ayer Chodak, entonces hoy...

—¡Soy yo!

—Así es, Choden —confirma su madre.

—A ver... ¡Lo tengo! Mamá, ¡cuéntanos como fue tu primer día de trabajo!

—Aj, qué aburrido —se queja Champo.

—No lo será —interviene Yonten— ¿Saben que su madre fue la primera de nosotros que trabajó en Katmandú?

—¡Oh! Seguro los humanos salieron corriendo y gritando —se ríe Chodak.

—Cuéntanos, cuéntanos —insiste Chode, dando palmaditas.

—Si me dejan hablar —sentenció Gawa.

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«Había pasado poco más de medio siglo del terremoto que destruyó nuestros enclaves ocultos, cuando tuvimos que pedir ayuda al monasterio Riongbuk. Los monjes nos recibieron con temor, pero no dudaron en acogernos y acomodarnos en Basum. Sus habitantes, también generosos, nos enseñaron a comunicarnos con ellos y descubrimos juntos que yetis y humanos podemos ser buenos vecinos. Debido al clima y altitud, preferimos residir en la altiplanicie tibetana.

«Los yetis nos acostumbramos a la vida de los humanos. Yo gustaba mucho del...

—¡Hockey sobre hielo! —irrumpió Chode—. Pero, mamá, dinos cómo fue el primer día en tu trabajo que ya sabemos lo otro.

—A eso iba. Desde siempre quise ser un entrenador de hockey, así que casi me da un ataque al corazón cuando leí el anuncio de empleo con los Sherpas Imparables, el equipo que se acababa de formar en Katmandú. La ciudad había perdido demasiados turistas. Antes iban allí a ver o escalar Everest, pero, con la gran disminución de nieve, la montaña perdió la magia para muchos. Además, subirla se hizo muy difícil por su roca lisa, resultado del deshielo.

—Los humanos no son fuertes como nosotros —aclaró en tono de sabelotodo Chode.

—Apliqué al puesto y me lo dieron. Mi jornada inicial consistía en observar el equipo en acción en su primer partido; uno amistoso con los Canadienses de Montreal.

«Esa mañana, me encontraba en casa de mi amiga Ditya en Haibung, a menos de treinta kilómetros de Katmandú. Yo vivía en Basum, pero no fue complicado cruzar Everest y transcurrir la noche allí. Desperté como si tuviera un par de leones de las nieves que luchaban entre sí dentro de mi estómago. Había dormido poco, preguntándome si cometería algún error que les hiciera cambiar la idea de contratarme.

Atrapar el presente y otros relatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora