Cavilaciones al amanecer

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Esto fue escrito para participar en en concurso de relatos cortos (1000 palabras como máximo) organizado por Zenda libros y patrocinado por por Iberdrola. Para poder participar es necesario escribir una historia protagonizada por una heroína, así que acá va la mía (los que la lean espero lo disfruten )


Para aquellas admirables heroínas anónimas.

Otro día más y el clima sin cambiar. Un cielo límpido de nubes en invierno garantizaba temperaturas bajas, si bien no parecía que la nieve los saludaría hoy. Con las manos entumecidas, evitando añadir cualquier bulla, movió con cuidado la abertura de la tienda de campaña para ingresar y cerrar de inmediato la entrada precaria. A ver si esa acción evitaba la huida de calor y así se conservara por un lapso adicional en el interior. Su vista se volcó al instante en los cinco niños que aún dormitaban: tres suyos y dos... dos que ahora lo eran. Los solía llamar sobrinos antes que la bomba, esa que destruyó el edificio de su hogar, acabara con la vida de sus padres. Recordaba tales acontecimientos como en un estado de sueño, sopor, mejor dicho, en una pesadilla. El explosivo anónimo arrasó no solo con el inmueble de su apartamento, sino con su vida; hurtando con descaro la de su esposo e hijo recién nacido. Había salido con los suyos restantes y los de su hermano a visitar a los abuelos, dejando atrás al bebé con el padre. Ella no quería ir, sin embargo, se lo había prometido a los pequeños hacía un buen tiempo y ese día aparentaba ser uno de los tranquilos, sin tiroteos que te obligaran a resguardarte en donde pudieras. Su marido ofreció quedarse con el retoño para que ella tuviera también un descanso de sus exigencias continuas. ¡Lo que daría en el presente por escucharlas!

¿Qué comerían hoy? El rumor, trotando de un lado a otro con urgente angustia, era que las raciones no iban a ser repartidas hasta la siguiente semana...


Otro día más y el clima sin cambiar. Bueno, un poco sí porque nevó durante la noche. Con las manos entumecidas, cerró sigilosa la boca de la edificación de cañamazo. Ya era un año, lo que pensó sería una morada temporal, ahora era su residencia. Los cinco niños seguían descansando, inconscientes por el momento. Dentro de un rato, los llevaría a la escuelita provisional que había organizado dos meses atrás. Acudían un número mayor de chiquillos que lo anticipado y, si bien no recibían una gran educación, esperaba que aprendiesen cosas básicas. Ella había sido profesora en su ciudad, en su vida irreconciliable con la actual. Presentó la idea a la organización que manejaba el campo y esta le procuró una tienda de campaña grande, algunos implementos, así como unas cuantas mujeres del lugar que podrían ayudarla.

¿Qué comerían hoy? Su prole tenía un apetito que no conseguiría saciar, pero ella podía privarse y decirles de nuevo que mami cenaría después...


Otro día más y el clima sin cambiar. Pensaba que uno se acostumbraría al frío y descubrió que era una falacia. Con las manos entumecidas, juntó la solapa de tela para sellar el acceso a su vivienda. Tres años, mil noventa y cinco multiplicado por veinticuatro horas le habían dicho sus alumnos mientras impartía la clase de matemáticas. Sus estudiantes eran infantes enclenques, que aparentaban una edad mucho menor de la real si se los contemplaban desde lejos, mas si los observabas con atención, podías leer en sus ojos por encima de cien vidas; podías atisbar, a gritos, sucesos que nadie debería experimentar. ¿Y sus propios niños? Sí, aquellos que todavía dormían, ¿qué le decían sus miradas al despertar?

¿Comeremos hoy, mamá?


Otro día más y el clima semejaba danzar con alegría. El sol calentaba casi con lujuria sus mejillas en tanto que ponía llave a la puerta al salir de su casa. Su casa... Y no, no una de lona, sino una de techo firme, ventanas con vidrios, paredes sólidas. Era ya un segundo año, esperaba que las crueles aflicciones del pasado se escondieran con pudor, recónditas, dentro de la memoria de sus hijos y no como en la suya, acechándola para propinarle un zarpazo en el minuto menos pensado. Los cinco niños ya se encontraban acomodados en la camioneta que ella misma conduciría hacia sus escuelas. Luego, la entrevistarían para un puesto de docente, ¡quién lo creyera! No obstante, lo que le robaba el corazón era que en esta fecha presentaría su propuesta a la institución que administraba campos de refugiados, aquellos en tierras ahora lejanas como en el que sobrevivieron. Su proyecto tenía como objetivo la creación de una red de educadores voluntarios para tales emplazamientos.

¿Qué comerían hoy? El supermercado les daba innumerables opciones, sin embargo, la pregunta no dejaba de saltarle a la mente, la acosaba una y otra vez porque ellos, los que se quedaron atrás, ¿qué comerían hoy?

Atrapar el presente y otros relatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora