Especie inmutable

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El zoológico se construyó con el propósito de conservar especies en peligro de extinción y como herramienta educacional relacionada con dichos animales, cuyas voces se desvanecían de su hogar original. Hoy en día había perdido esa brújula, visto que debió adaptarse a la realidad que le tocaba atravesar. Al presente, no contaba con presupuesto para mantener el banco genético y se impedía procrear por cuestión de espacio a los pocos especímenes que aún quedaban. No era un dilema a cavilar: si había que escoger el uso de un cubículo en calidad de residencia entre un animal o un humano, el segundo siempre tenía las de ganar. La escasez de moradas era un problema mayúsculo.

Por lo menos no había sido del todo en vano el esfuerzo, se animaba la bióloga en tanto que llevaba el último de los osos pandas al experto en taxidermia. Su siguiente domicilio sería en el almacén subterráneo que se encontraba atiborrado a más no poder.

Un sonido proveniente de la otrora piscina de delfines hizo que detuviera su vehículo de transporte. Se apeó del mencionado con la curiosidad revoloteando en la mente. Lo que había oído era un ruido imposible bajo cualquier sentido, los elefantes se habían extinguido hacía cincuenta años o más.

La tonada a modo de un soplido de trompeta volvió a producirse. ¿Estaría alucinando? Ella nunca había visto uno de esos paquidermos, salvo en imágenes auditivas móviles durante su época de estudios universitarios en el curso de Especies Extintas. No obstante, fue una criatura que le causó impacto, por lo que la eligió para uno de sus reportes. Podría jurar que lo que acababa de percibir era el llamado de una de ellas. Asomó la cabeza al seco estanque que se hallaba en reconstrucción a fin de proveer futuras habitaciones humanas.


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Valeria, guardando absoluto silencio, posiciona con movimientos suaves pero diestros la culata del rifle en la parte frontal de su hombro derecho. No es la primera vez que va a disparar a un animal, mas la sensación de euforia contenida no ha disminuido ni un ápice. Advierte que la sangre fluye rauda a lo largo de su cuerpo, algo que ella siempre describe como: "me siento más viva que nunca".

La bestia se abanica con sus orejas enormes y, de pronto, pareciera ponerse en alerta. Valeria, con la visión enfocada sobremanera en la criatura, divisa unas patitas por detrás de la misma justo cuando aprieta el gatillo. El animal cae de golpe. Fue un tiro mortal instantáneo.

Un chillido rompe la magia del momento. La cría de quien acaba de morir se ubica atrapada bajo la mole de lo que fue su progenitora. Un segundo disparo rasga el aire y el lamento casi agónico cesa de inmediato.

-Era lo mejor -afirma impasible el guía de la mujer.

-Claro, no es que tuviera la posibilidad de sobrevivir. Y ese cuento de que no quedan suficientes elefantes, pues que se lo vendan a otra persona. Los hay hasta demasiados, ya invaden las comunidades, ¿no es cierto? Que es porque se ha reducido su hábitat; las tonterías que se inventan los activistas. Así que más bien estamos haciendo una labor social caritativa -concluye y veloz se acerca a los cuerpos yacientes con un teléfono en la mano. Se toma una autofoto.

-Listo. Mis seguidores se pondrán felices con esto. Defensorcitos verdes, no me importan ni un comino. Los humanos estamos hechos para la caza, lo tenemos en nuestros genes -asevera Valeria mientras se toma una fotografía adicional y la manda a sus redes.

-Bueno, vámonos ya -ordena -. Hace mucho calor y este par inicia a apestar más de lo usual. Unas fotos con un rinoceronte como siguiente trofeo de expedición serían geniales, ¿verdad?


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La vista descifró la incógnita de manera rauda, aunque eso no hizo menos dolorosa la revelación. Sabía muy bien que era imposible lo que su corazón anheló por un instante, pero la respuesta no dejó de perturbarla. Pensaba que el hecho de ser parte de esta generación, donde se acepta como axioma la imposibilidad de un futuro compartido con seres vivos no humanos, le garantizaba evitarse la desilusión de corroborar tal premisa de nuevo. Patético error.

El sonido que la había llamado hizo presencia por tercera oportunidad. En esta ocasión, lo acompañaba la estampa que sus ojos desplegaban ante ella: un niño manipulando un juego de hologramas. Él poseía un rifle, también de la misma tecnología, con el que disparaba hacia la imagen de un elefante una y otra vez.


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Este relato fue escrito para participar en un concurso organizado por la editorial Zenda Libros que requería escribir uno de cien a mil palabras, real o ficticio, sobre un animal o varios.

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