Era apenas mediodía, mas ya se sentía lo suficientemente harto como para ir a su casa y tomar una siesta. Yuuri revoloteaba por la tienda mientras su perro le seguía de cerca, no recordaba en qué momento le había dado permiso para que trajera al caniche. Ahora, mientras veía como Makkachin olfateaba peligrosamente el ramo de margaritas, se arrepentía.
El clima de Paris era agradable, lo suficientemente caluroso como para usar camisetas delgadas, lo suficientemente frío como para usar una bufanda que complementara su imagen. Para un chico que viene de Rusia, la verdad es que Yuri está muy agradecido con la temperatura del lugar.
Ahora, por otro lado, estaban en otoño, esa hermosa época del año donde las noches llegan un poco antes y las hojas se vuelven anaranjadas. Un atardecer junto a la gran torre era todo lo que Yuri podía pedir, eso y un buen café. Pero había algo que le estaba molestando, aún cuando fuese un hombre realizado a sus veinticuatro años, con un negocio grande y próspero, y un departamento en la ciudad del amor. Yuri Plisetsky podía presumir de una excelente memoria, algo bueno si de pedidos se trataba, mas podía ser una maldición si se relacionaba con él.
Pronto iba a ser su cumpleaños.
A su mente llegaban esos ojos negros matadores.
Y a veces su garganta se apretaba, y prefería huir a la parte trasera de la tienda, donde podía oler las flores en busca de calma. Violeta azul, clavelina roja, blanco manzanillón.
Pero antes de que pudiera ahondar más en sus pensamientos, antes de hundirse en esa tristeza que de un momento a otro pasaba a ser rabia, pudo escuchar como alguien entraba. La campana sonando, el viento golpeando con pereza y un par de hojas colándose a su tienda, junto a un hombre moreno, de espalda ancha. Espalda ancha, manos grandes y unos ojos que pudo reconocer al instante. Negros, matadores.
Contuvo el aliento, y Otabek Altin le miró con igual sorpresa.
¿Qué estaba haciendo él ahí? Después de tantos años, después de todo lo ocurrido. Quiso gritar al verle, soltar esas lágrimas que a veces escapaban de sus ojos en las noches más frías, quiso maldecir. ¿Qué le traía por ahí? Más le vale andar con cuidado, más le vale andar con claridad, porque si quería engañarlo otra vez, Yuri estaba dispuesto a engañarle primero.
Mantuvieron el contacto unos largos segundos, Yuri se fijó en cada detalle de él antes de hablar, aunque pasó por alto algo, quizás porque era doloroso, quizás por simple descuido.
— ¿Qué te trae por aquí?
Por puro reflejo sus ojos se llenaron de lágrimas, en un segundo pudo ver como la mano de Otabek Altin, aquella que años atrás le sostuvo entre sus brazos, la misma que acariciaba sus mejillas y tomaba de él para los besos más profundos, ahora tenía un extraño resplandor.
Un anillo de compromiso.
— Estoy buscando a quien haga los arreglos para mi boda.
Yuri parpadeó un par de veces, tanto por la impresión como para alejar la humedad que amenazaba con llenar sus ojos. Enfocó luego la mirada en Otabek, con el ceño fruncido y los labios apretados. La sorpresa dio paso a la melancolía, y el dolor en su pecho se transformó en fuego que encendió su ira otra vez, como fue hace siete años.
Yuri lo maldijo, una y mil veces, antes de abrir la boca nuevamente. Esta vez, con una sonrisa amable.
— Claro, mi compañero va a tomar tus datos, a él le puedes explicar lo que deseas.
Decidió dejar el mostrador apenas acabó de hablar, yendo directamente hasta su amigo nipón. Yuuri regaba un par de plantas que estaban recibiendo el sol en la ventana principal, Makkachin estaba sentado obedientemente a su lado.
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La Jardinera [Otayuri]
FanfictionOtabek y Yuri se conocen cuando son unos adolescentes y se embarcan en una relación rápida y romántica en partes iguales. Años después, tienen que volver a verse cuando Otabek se va a casar, y busca quien haga adornos florales.