Nota: estoy reescribiendo esta historia. Anteriormente la había publicado, pero decidí quitarle el Mpreg y rehacerla un poco diferente.
**Desde que era un niño, Naruto había soñado con vivir en un cuento de hadas. Solía imaginarse rodeado de una vasta vegetación, explorando y teniendo aventuras junto a personajes ilustres.
En un cuento, podía ocurrir cualquier cosa. Pero lo que más gustaba a Naruto era cuando llegaba al final. Porque un cuento siempre tiene un final feliz. El protagonista logra lo que se propuso en un inicio y, al finalizar el relato, todo el mal se desvanece y solo hay lugar para las sonrisas y el buen tiempo.
Naruto estaba prendado de las historias de fantasía, porque él mismo añoraba algún día tener un final similar. Porque, desde que perdió a sus padres a una edad temprana, y se vio forzado a vagar por toda suerte de orfelinatos junto a su hermano menor, más se aferraba a la idea de que las cosas mejorarían en el futuro. Que había algo grande esperándole, algo que recompensaría su terrible y oscura infancia.
Desafortunadamente, su cuento no era de hadas. Él no era intocable, y sus sueños no eran más que simples borrones que el tiempo se había encargado de distorsionar.
Con mucha dificultad, logró llegar hasta la mesa. Boruto lo miraba enfurruñado, de brazos cruzados mientras sacudía el plato vacío que tenía frente a él.
-Lo siento- forzó una sonrisa y se apresuró a preparar algo.
-¿Qué te ha pasado en el brazo?- la pregunta de Boruto lo distrajo momentáneamente de su labor. Había introducido la tostada en el aparato y ahora buscaba la mantequilla
-Me…me he lastimado haciendo ejercicio- deseó sonar lo mas natural posible, pero no pudo. Así y todo, Boruto le restó importancia.
-Si que eres torpe, papá.
Forzosamente, Naruto sonrió. No terminaba de acostumbrarse a que Boruto lo llamara padre, pero aquello estaba fuera de su jurisdicción.
-Si- se acarició el brazo por encima de la venda. Tarde se dio cuenta de la humareda que se estaba acumulando sobre el tostador. Fue Boruto quien se dio prisa para desconectarlo y, furioso, vio el pan quemado. Su desayuno estropeado.
-¿Por qué tengo que tener un padre tan idiota?
-Te haré otro.
Naruto intentó detenerlo, pero el menor de deshizo de su agarre, mirándolo con fastidio, como si hablara con un idiota y no con su propio hermano.
-He dicho que lo dejes así.
El comedor se quedo en silencio cuando Boruto se retiró a su alcoba. Y Naruto permaneció silente, mirando a la nada misma hasta que la presencia del recién llegado atrajo irremediablemente su atención.
Madara Uchiha poseía un porte elegante, exquisito. Tenía una mirada fuerte y atrayente, era increíblemente serio y apuesto. Sin embargo, Naruto no lo amaba. Se había casado con él por la sencilla razón de que Madara lo había adoptado. A él y a Boruto. Los había liberado de un encierro para darles una vida mejor y llena de lujos. Si Naruto hubiera sabido lo que el destino le deparaba, quizá no lo habría hecho.
-Te he hablado, Naruto.
Apartó la mirada de la ventana, recobrando consciencia de donde y ante quien se encontraba.
-Madara san…- sus palabras se vieron interrumpidas por el fuerte golpe contra su mejilla. El pómulo comenzó a escocerle. Y así, con el rostro ladeado, enrojecido y sumamente confundido, repasó sus acciones.
¿Qué había hecho mal esta vez?
Madara tomó el móvil de la barra, mostrándole con reprimida molestia el numero de mensajes y llamadas. El móvil estaba silenciado.
-Dije, que te he estado hablando.
-Me olvidé ponerle el sonido- se explicó, bajando cada vez más la voz para que Boruto no se diera cuenta de lo que estaba aconteciendo. -Lo siento- juntó ambas manos y efectuó una fugaz reverencia a modo de disculpa. -No volverá a pasar.
-Asi será- sentenció Madara, oprimiendole el muslo con fuerza. Naruto reprimió un gemido de dolor. Asintió varias veces y, para cuando quiso darse cuenta, el mayor lo besaba con brusquedad, obligándole a corresponderle.
Así era la rutina de todos los días. Así era la historia de una familia infeliz.