Capítulo 2

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No me gusta despertarme temprano, es una de las cosas que más odio de ir a la Universidad. Cuando el despertador de mi teléfono suena a las siete de la mañana, siento siempre una gran tentación de no levantarme de la cama y mandar los estudios a tomar por saco. Pero, obviamente, nunca lo acabo haciendo. Aunque me cuesta despertarme, levantarme de la cama no me cuesta nada.

Sería mucho más fácil si tuviese a alguien que me despertase por la mañana. Cuando era pequeña, mi madre no trabajaba tanto como ahora y me despertaba entre besos y abrazos. Ahora que estamos en Londres y se va siempre antes de que suene si quiera mi despertador, no lo hace nunca.

Y lo tengo comprobado, soy una científica empírica. Hay veces que se ha quedado a dormir Anne conmigo, y despertarme con sus caricias es muchísimo mejor que con el sonido predeterminado de mi IPhone.

Después de levantarme, me voy directa al baño a lavarme un poco la cara de muerta que tengo por la mañana. Me peino el pelo tan desastre que se me queda después de dormir y me visto.

No soy mucho de colores vivos a la hora de vestir. Prefiero ir de colores oscuros o muy pálidos, así soy yo, sencilla. Una sudadera negra, unos vaqueros negros y mis botas militares. No soy una macarra, por mucho que lo parezca, de hecho, las gafas me dan un aire de niña pequeña que a mí, sinceramente, me gusta.

Creo que todavía no he dicho mucho cómo soy físicamente. Bueno, nada muy especial. Tengo el pelo castaño oscuro, pero tengo unas mechas degradadas a rubias de menos a más bastante bonitas, nunca me ha gustado demasiado el pelo castaño, y esto me ha llevado a hacer mil cosas con mi pelo. Lo he tenido rubio entero, pelirrojo, corto, una media melena, con flequillo, con trenzas, de todo. Ahora me gusta mucho como lo tengo, largo y ondulado. Cuando vinimos a Londres decidí dejármelo así.

La parte que más me gusta de mi cuerpo son mis ojos. No son azules, tampoco son verdes, es una mezcla entre esos dos colores, y tengo algunos lunares por dentro del iris que me encantan. Por eso decidí llamarme Iris, creo que es lo que más resalta de mí, la expresión de mis ojos puede decir más que mil palabras, me encantan.

Aunque mi madre es bastante alta, se ve que yo no he heredado ese gen, porque soy más bien un Minion en comparación con ella. Un metro sesenta y dos centímetros que me hacen tener que mirar hacia arriba cuando hablo con la gente. Mi altura solía ser uno de mis grandes complejos en mi adolescencia. Que todo el mundo te trate como una niña pequeña solo por el hecho de medir menos. Las bromas sobre mi altura. En fin, un coñazo.

Últimamente le doy bastante al ejercicio en casa, me gusta el deporte, me motiva y me relaja y gracias a eso es verdad que estoy bastante fuerte, no tengo unos abdominales súper definidos, pero sí lo bastante como para que se vea la marca de los cuadraditos en mi abdomen.

Josh siempre dice que tengo que ser la persona que mejor besa del planeta. No es por fardar, pero la verdad es que sí que se me da bastante bien, por raro que suene. Sobre todo lo dice por el grosor de mis labios, que los tengo bastante gruesos, no mucho, pero sí bastante.

En general mi cara me gusta mucho. Mis cejas son normales, aunque de pequeña tenía un entrecejo que parecían dos gatos echándose la siesta encima de mi frente. Tengo algunas fotos mías de chica que me gustaría que no existieran, sobre todo en las que salgo con el entrecejo, qué horror.

Nos mudamos aquí cuando acabé 1º de Bachillerato. No me costó casi nada hacer amigos en el nuevo instituto, y algunos de ellos me llamaban M&M.

No tengo un tono de piel muy oscuro, de hecho en invierno soy igual de pálida que mi madre, pero en cuanto me da un poco el sol me pongo morena, un moreno dorado muy bonito. Me encanta tomar el sol, cosa que no es muy posible con el tiempo de mierda de Londres.

La chica de las poesíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora