Capítulo 4

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Josh no tardó en ver mis ojeras al día siguiente en cuanto entré por la puerta de la clase, y aunque me moría de ganas de desahogarme con él y contarle lo que había pasado, decidí no decir nada sobre eso. Por ahora creería que estuve hasta las tantas haciendo el trabajo que terminé ayer tarde.

-¿De verdad que estás bien?-Me preguntó por décima vez de camino a la cafetería unas cuatro horas después de empezar en día.

-Que sí, Josh, estoy perfectamente, solo tengo sueño, no es nada.

A decir verdad, estaba muerta de sueño. De sueño y de miedo. Le temía a la vuelta a casa. A la conversación que eso conllevaba.

Pasé toda la mañana entre pensamientos. Sumida en mi mente y en las posibles conversaciones que podría tener con mi madre al llegar a casa.

Los nervios se apoderaban cada vez más de mí, así que en cuanto terminó mi última clase, salí prácticamente corriendo de la Universidad, sin despedirme de Josh, directamente a la boca de metro.

En el metro miraba instintivamente hacia los lados. Probablemente buscando a esa chica de ayer, para devolverle su poema, y ya de paso, intentar intercambiar algunas palabras con ella. Pero no sucedió.

Al llegar a casa mi madre todavía no había llegado, pero era incapaz de ponerme a estudiar, así que me fui directa a mi habitación.

Cuando me senté en la cama y miré hacia mi armario, algo me sacudió por dentro. Recordé algo que había dentro de él. Algo que hacía años que no sacaba de ahí.

Me acerqué despacio y abrí el armario. Rebusqué en el hueco de la derecha donde suelo guardar la ropa de verano o cosas sin utilidad, y allí estaba.

Una guitarra.

Mi guitarra.

La saqué del armario con cuidado para no hacerle ningún rasguño y me senté con ella en la cama.

Intenté no recordar, pero era inútil, el recuerdo me estaba invadiendo.

-¿De verdad piensas que cantas bien? Eres una mierda de cantante y de persona, imbécil, haces todo mal, ni siquiera sabes tocar la guitarra, solo aporreas las cuerdas.

Me acuerdo de ese día como si fuese ayer. El día anterior subí una canción a mi perfil de Instagram. No era algo raro, me estaba empezando a gustar subir canciones para que la gente las escuchase y poder demostrar que había algo que se me daba bien. En los comentarios había de todo. Desde mis amigos y amigas diciéndome lo bien que cantaba, hasta los populares de mi clase diciéndome ridícula.

Ahora pienso en esos comentarios y sé que los mandaría a tomar por culo pero, para una niña de cuarto de ESO, ilusionada y con principios de depresión, fue un golpe tremendo.

-Dejadme en paz, si no os gusta, no lo escuchéis y ya está, no me sigáis si no os da la gana-Les dije cabreada.

-Es que eres un grano en el culo, cada vez que me meto en Instagram me sale tu mierda de cara en la pantalla, me voy a acabar traumatizando, gorda. Si tanto te molesta que te digamos la verdad, ¿Por qué no vas a decírselo a tu papá? Ah -Empecé a escuchar las risas de mis compañeros de clase- No -Las risas de los presentes se hicieron cada vez más sonoras, retumbándome en la cabeza- Que te abandonó cuando ni siquiera eras un feto-Las palabras duelen, y eso me rompió por dentro.

-Dejadme en paz-Intenté salir de allí lo más rápido posible y buscar a algún amigo, hasta que me di cuenta de algo. Me di cuenta de que eran mis amigos los que les habían contado a todo el mundo lo de mi "padre" y, cuando por fin todo cobró sentido en mi cabeza, les vi riéndose con los demás, de mí, de lo que me habían dicho.

La chica de las poesíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora