III

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Al terminar en pasional beso que ambos demonios conllevaban, se acostaron sonriéndole al contrario, y se acomodaron. Pues, pensaban pasar gran parte de ese momento abrazos, recordando la belleza de lo que habían pasado hasta hace unos minutos. El amor de un demonio, es mayor al humano, por razones obvias.

Mientras, aquellos demonios estaban en la habitación, en la sala de estar, se encontraban otro par de espíritus demoniacos, conversando.

-Recuerde, su majestad. No enamorarse de ellos, usted me tiene a mi-.

-Lo entiendo, Claude. Tú, eres mío al igual que yo te pertenezco a ti-. Sonrío tranquilo.-Pero, ellos se merecen lo que haremos-.

Claude no contesto, solo se acercó a los labios de su majestad, y los beso con suavidad, para que el otro le correspondiera. Alois puso sus manos en el cuello de su mayordomo atrayéndolo, susurrándose entre sí, palabras tan dulces, que derretían el chocolate. Y tranquilizaban a una bestia.

Cuando comenzaron a pasar las horas, ambos mayordomos se levantaron de sus cómodos lugares, y comenzaron a preparar la cena para sus amos. Unos minutos, y estaba listo.

-Ahora explícame, Alois Trancy. ¿Cómo volviste a la vida?-. Pregunto Ciel, pues, aunque realmente no le interesara, tendría información acerca de cómo devolver a algún demonio a la vida.-Hablando específicamente de Sebastián-. Pues, a ese mayordomo podría pasarle cualquier cosa, sin que Ciel se diera cuenta. Eso le
enfermaba sus nervios.

-Como te intente explicar antes, le robamos el alma a un demonio que dejó de existir.-Dijo Alois serio, más de lo normal.-Actualmente compartimos aquella alma, y ambos renacimos cómo demonios-.

Ciel, lo miro interrogante unos minutos, y luego suspiro. Quizás sea mentira, quizás no. No le importa, y no es interesante.

-Bien, gracias por la explicación. Ahora, iré a dormir. Mañana tengo una salida importante-. Ciel se paro de su lugar, y lentamente comenzó a caminar hacia la puerta.

-¿Eh? ¿Por qué no me dejas acompañarte?-. En la voz de Alois, se hacía notar un leve tono de lujuria, bastante fácil de detectar para Sebastián.

-Haga el gusto de guardar silencio, joven Alois-. Dijo fastidiado Sebastián.

-Sebastián, ve a arreglar mi habitación y mi baño-.

-De inmediato, Joven amo-.

Claude y Alois guardaron silencio, chistando sus labios. Aunque, ambos lo preferían así. Entre más lejos, mejor.

Aquella noche, ambas parejas decidieron dormir juntas. No hicieron nada erotico, más de abrazarse, besarse y mimos que enamoraban al otro.

Ciel acurrucado entre el pecho y brazo de Sebastián, concentraba su mente en escuchar los latidos del corazón de su amante. Tan rápidos, tan hermosos.

-Pensar que esperé tanto para que esto pasara... Me hace muy feliz-. Ni siquiera Sebastián se fijó en lo que dijo. Simplemente fueron palabras que salieron desde su alma, hacia afuera, sin dejar surtir ni un otro pensamiento.

-No te dejaré ir jamás, por eso... Debemos hacer algo con Alois, y su mayordomo. Sé que ellos tienen algo ente sus manos-.

-¿De qué hablas?-. Preguntó dudoso, mientras hacía mimos en el cuello y cabello de su nuevo amante.

-Creo que están intentando tener venganza de lo que les hicimos. No cualquiera, se enamora de quien lo mato, ¿No?-.

-Tienes razón, pero preocupémonos de eso en otro momento, ahora quiero que tu mente se llene de mi-.

Las palabras de él mayordomo, solo lograban enamorarlo más. Palabras de lujuria, pasionales, de amor, cualquiera. Solo importaban que salieran de su boca.

-Sebastián... Te amo-.

La sonrisa de Sebastián, se hizo una perfecta. La sonrisa que alguien logra crear en el momento más feliz de toda su vida.

-No más que yo-.

Después de la declaración de amor, el cansado cuerpo de Ciel, deseo descansar. Sebastián, quien normalmente no dormía, acaricio el cuerpo de su amo, besaba, y le susurraba dulces frases a su oído. Toda la noche.

En la habitación de invitados, se encontraban otros demonios, conversando, y riendo. Hasta que, Alois decide cambiar de tema. Algo que le preocupaba bastante.

-Claude, prométeme, júrame que jamás me dejaras. Prométemelo, por favor-. Ya se había hecho un hábito, de suplicar a Claude, desde mucho tiempo-.

-No me supliques-. Claude delicadamente levanto el mentón de Alois para depositar un suave beso.-Jamás te voy a dejar, no podría. ¿Qué haría yo sin ti?-.

Llenos de esos versos, Alois logró quedarse dormido, mientras su suave cabello rubio era masajeado con cuidado. Al igual que su cuerpo. Es deseo de un demonio de monopolizar ese algo que desea, ni es algo que se encuentra a la vuelta de la esquina, ni mucho menos.

Solo soy un mayordomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora