Una muggle.

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- ¿Se puede saber qué rayos estabas pensando? - pregunta Hermione.

La risa boba vuelve a aparecer. No sé qué me sucede en el mundo mágico, pero en el mundo real no pasaría por mi cabeza quitarle la vida a alguien. Pero es que aquí todo se me hace tan sencillo, el simple hecho de imaginar que podría hacer cualquier cosa, en verdad cualquier cosa y desaparecer sin recibir castigo alguno me hace sentir poderosa.

- ¿No tienes ojos o necesitas los lentes de Harry? - pregunta sarcásticamente Ron.

- Ron, tus sarcasmos innecesarios me hacen reconsiderar la certeza de que estas en la casa correcta, tal vez en Slytherin te sentirías comprendido. - ataja Hermione.

El pelirrojo rodó los ojos sin emitir palabra alguna. Continuamos avanzando hacia la sala común cuando un pensamiento me invadió.

- Chicos, olvidé algo. En un momento regreso. - avisé de manera casual. Los tres asintieron sin decir nada.

Regresé por los pasillos en sentido contrario. Miré hacia todos lados esperando que nadie viera hacia dónde me dirigía. Caminé hacia el vestíbulo de la entrada al castillo, abrí la puerta que dirigía hacia las mazmorras y bajé con pasos lentos e inseguros la gran escalera de mármol. El pasillo finaliza en un gran muro, no tiene puerta ni cuadro. Nada. Me recargué en una de las paredes esperando encontrarme con Draco. Después de veinte minutos el platinado hizo su aparición. Venía llegando de su última clase, con la cabeza baja. Al sentir una presencia levantó la mirada y me observó fijamente mientras se quedaba inmóvil. Dudando si avanzar o regresar. Decidí quedarme en mi lugar y dejarlo dar el primer paso, era su turno, yo lo di en la clase de DCAO. Para mi sorpresa el platinado comenzó a avanzar hacia mi. En el fondo me dolió verlo en ese estado, parecía que lo habían encerrado en una mazmorra sin agua, comida y luz solar. 

El platinado llegó hasta mi, me tomó con firmeza de la muñeca derecha y para mi sorpresa seguía siendo muy fuerte, mucho más fuerte de lo que su débil cuerpo aparentaba. 

- ¿A dónde vamos? - por fin me animé a hablar. 

- A un lugar seguro, donde no haya nadie que se pueda entrometer. - aseguró con voz firme igual que su mano apretándome. 

- ¿Me vas a matar y no quieres que nadie te interrumpa? - erróneamente procuro bromear. El platinado no dijo nada, ni siquiera un ruido, nada. Inevitablemente me arrepentí de haber abierto la boca. 

Después de avanzar por pasillos solitarios y pasajes secretos de los que no sabía de su existencia, finalmente llegamos a un aula abandonada. Draco abrió la pesada puerta de madera y me hizo señal de que yo debía pasar primero. 

Al entrar me percaté de que todos los muebles estaban viejos y polvorientos, cubiertos por algunas telarañas. Draco sacó de su túnica un pañuelo negro de seda con el cual sacudió dos bancas, una frente a la otra, manteniendo distancia. 

Me senté después de él. El silencio me atormentaba. Me hizo sentir que el aula era más grande de lo que realmente es y que la presión del aire comenzaba a disminuir. El eco del silencio golpeaba las paredes, aturdiendome. 

- Creo que, a partir del día de hoy deberíamos mantener distancia. Limitarnos solo a ser compañeros de clase y hablar si así se requiere. - su seriedad era palpable e hiriente. 

- ¿De qué hablas? ¿Por qué? - mis palabras apenas y lograban salir a la superficie. 

- No creo que sea correcto que una persona como tú este con una persona como yo. 

- ¿Una persona como yo? - la decepción se mezclaba con la tristeza y la rabia. 

- Sí, no eres de aquí. Eso te hace una... muggle. Sigo sin entender porqué Dumbledore te permite permanecer aquí. 

Draco se levantó de su asiento, se sacudió el uniforme y se dirigió a la puerta. 

- Espero sepas cómo regresar, y espero también que respetes lo que te acabo de decir y mantengas tu distancia, o tengas la decencia de regresar a donde realmente perteneces, no te engañes. - me dio una última mirada y salió del aula. 

Mientras no esté - (Draco Malfoy y tú) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora