La Pelea de Shun

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Parecía que Ikki sufriría una parálisis facial. Shun, su hermano menor, estaba sentado en el taburete de enfrente, y su amigo Hyōga estaba de pie junto a él. Ikki bufó como toro conforme se acercó a los chicos, y tensó el puño. Les entregó dos bolsas de vegetales congelados en lugar de unos buenos puñetazos. «Ya están bastante maltrechos», se dijo. No era para menos: tenían cortes en la cara, los labios reventados, estaban llenos de moretones y sus uniformes eran más bien andrajos.
     —Shun, entiende que no te voy a golpear. Necesito que me digas que pasó para encontrarle solución, y que no te expulsen del colegio —explicó Ikki.
     Shun se puso la bolsa en el cachete y arrugó la nariz. Tenía que decir la verdad en ese momento. No solo por respeto a su hermano, sino porque Hyōga también sería echado de la escuela. Ikki se sentó en el sillón, y Shun pudo empezar su relato.

Hyōga iba caminando por uno de los pasillos de la escuela, cuando un grupo de cinco estudiantes empezó a seguirlo. Lo empujaban y se burlaban de él, pero el rubio no les hizo aprecio. Shun corrió desde la explanada para encontrarse con el rubio, y lo saludó nervioso. «¡Ya llegó la novia de "Leches", miren cómo tiembla! ¡Par de afeminados! ¡Maricones!», decían. Hyōga se irritó bastante, pero su pequeño compañero lo calmó y fingió no escuchar los insultos. No dieron ni dos pasos cuando los hostigadores los separaron y los apresaron. El líder de estos tomó la mochila de Shun y la estrelló en el suelo, la pisoteó y le brincó encima varias veces. Los ojos verdes del niñito se llenaron de lágrimas, y Hyōga se soltó para detener la humillación, pero lo derribaron al instante. El jefe de los pandilleros dejó a un lado la bolsa y se volvió hacia el niño de pelo verde.
     —¡Ja! Tal vez lo que a Leches le gusta son tus gestos cuando te folla. ¿O eres tú el de los pantalones, cabeza de lechuga? ¿Este marica te hace morder la almohada, Leches? Chicos, ¿ustedes qué dicen?
     Shun lloraba pidiendo que se detuvieran, pero los secuaces se echaron a reír aporreando al rubio en el suelo. El niño de pelo verde estaba desesperado por no poderse zafar, y berreaba hasta quebrar su voz. La mano del jefe apretó sus mejillas, y por un segundo pensó que era una lija.
     —Con esa carita hasta yo podría cogerte. Veamos qué tal besas, marica.
     Hyōga aullaba y trataba de levantarse, no iba a permitir que degradaran a su novio. Se las arregló para tumbar a uno de los bárbaros y azotarlo contra el suelo. El líder soltó a Shun y se le fue encima a Hyōga. Shun sacudió su cuerpo y se liberó con un rugido desgarrador:
     —¡Ya basta! ¡Hasta aquí, salvajes!
     Corrió hacia el jefe y se rodó por el piso hasta someterlo, para dejarle caer una lluvia de puñetazos. Otro sujetó por el cuello a Shun y lo levantó, pero el pequeño le conectó una patada en las costillas y lo sentó de un golpe. Un sinfín de mirones los rodearon de repente, clamando: «¡Pelea, pelea, pelea!». Uno más de los matones intentó hacerle frente a Shun, pero este le pintó un derechazo en la mandíbula, y le pegó con la rodilla en el costado haciéndolo caer. Shun se plantó enfrente de Hyōga y subió la guardia otra vez. Tenía el rostro deformado por la ira: como si trajera una máscara encima, o como si lo hubiera poseído un demonio.
     —¡Vamos, vengan juntos! —vociferó mirando a los rufianes— ¡A ver quién puede más, canallas!
     Los dos bribones que quedaron limpios alzaron las manos en señal de rendición. El jefe se puso de pie y ordenó la retirada: había perdido la riña. Había provocado a un león dormido. Shun se arrodilló y abrazó a Hyōga, se miraron atónitos. El resto del colegio aplaudió enloquecido porque al fin alguien había puesto a los gamberros en su lugar.

Ikki escuchó cada palabra con un gesto inexpresivo. En cierto momento no reconoció a su hermano menor. Su hermano pequeño, que siempre era tan dulce y gentil, parecía tan frágil. Le resultaba increíble que ese mismo chiquillo se hubiera podido enfrentar con tres bestias más grandes y más fuertes que él. Los ojos de Ikki brillaron diferente cuando escuchó el final del discurso.
     —Hermano, yo me arrepiento muchísimo si te decepcioné, pero amo a Hyōga con mi vida. Siempre he creído que la violencia no soluciona los conflictos, pero si no hay más salida que con los puños, tampoco voy a huir. Defenderé lo que es sagrado para mí.
     El buen hermano mayor se puso de pie y revolvió el pelo verde de Shun. Lo miró con una extraña mezcla de orgullo y añoranza. Recogió las bolsas de verdura que ya estaban tibias, y les pidió que se lavaran antes de que llegara su esposa y se sorprendiera al verlos tan magullados. Invitó a Hyōga a cenar con ellos y el rubio aceptó contento.
     «Lo bueno es que no apaleó a los cinco, podré decir que fue benévolo», pensó Ikki sonriente.

Cuentos del conejo que se enamoró de un patoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora