Historia corta de graduación

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Era el último viernes del año escolar, la noche más esperada: en ese momento estaba ocurriendo el baile de graduación. Shun llevaba a June del brazo mientras subían las escaleras del colegio. Al llegar a la puerta principal, Shun soltó a su compañera y se recargó en un pilar, intentando controlar su respiración. Ella le acarició las manos, y con su sonrisa reconfortante le aseguró que todo estaría bien. Echaron a andar de nuevo hasta que se vieron en el amplio gimnasio que hacía las veces de auditorio y salón cuando se requería. Una colección de adolescentes festejaba bajo haces de luz tan estridentes que llegaban a marear. Medio colegio bailaba, y la otra mitad criticaba a los primeros por cualquier cosa. June arrastró a su amigo entre toda la gente pero este frenó en seco.
     —No lo sé, June — titubeó Shun sobre el oído de la chica— Aún estoy a tiempo de irme, ¿no?
     —Tú y yo sabemos que esto solo puede terminar de una manera —sentenció ella, retomando el paso. Flotó como una burbuja sobre la muchedumbre hasta dar con la persona que buscaba— ¡Hola, Hyōga!
     —Ey, ¿qué tal? —saludó Hyōga con un meneo de cabeza que le revolvió el fleco.
     Hyōga compartía casi todas las clases con Shun, y era muy raro no verlos juntos. Hyōga era atlético, gentil y daba la impresión de ser galán de película romántica. Shun era el tercer mejor promedio de toda la escuela, ayudaba siempre a quien lo necesitaba, pero le daba vergüenza hasta pedir un sacapuntas prestado. Shun perdía la cabeza cada vez que veía venir al rubio: sentía ganas de hablar con él por horas, pero también quería meterse bajo una piedra y no volver a salir.
     June y Hyōga hablaron un rato, pero Shun creía que usaban un idioma que él mismo no conocía, y apenas distinguía otra cosa que el flujo de sangre corriendo por su cabeza. Al cabo de unos minutos June se fue a bailar con algunas amigas, y el niño de pelo verde se quedó clavado al suelo, incapaz de hacer nada excepto mirar a Hyōga como si fuera una bestia sin jaula.
     —¿No vas con ella? —preguntó el rubio.
     —No creo que me necesite —resolvió Shun.
     Sintió la pregunta como una cachetada. Había demasiadas cosas aturdiendo sus sentidos: los parpadeos de la luz, las conversaciones transformadas en gritos, la horrible música que no había notado hasta ese momento, y el ecuánime rubio por encima de todo. Era como encontrar la calcomanía de un cisne en pleno vuelo pegada en un baño público. Shun se sintió ridículo por usar monosílabos para responderle a Hyōga que siempre le compartía cosas interesantes. De pronto vio a su camarada dar un paso adelante y entró en pánico. Shun vio el amplio pecho de Hyōga contra su hombro, y sintió al rubio hundir la nariz en su frondosa melena verde. Se le detuvo el corazón cuando escuchó su voz:
     —¿Vienes conmigo? Necesito aire
     Shun quedó en silencio y Hyōga asumió que quien calla otorga, por lo que se llevó al muchacho de pelo verde a empujones.

Llegaron a su lugar especial: una jardinera con pasto detrás de unos arbustos muy altos y espesos en el patio trasero de la escuela. La jardinera pasaba detrás de un aula clausurada, y había espacio para unas cinco personas pero ellos dos siempre se sentaban bien cerca, contra la pared y viendo las plantas por si algún maestro se acercaba. Shun volvió a la normalidad. Siempre se sentía cómodo ahí: creía que era un bosque mágico al que solo él y su amigo podían acceder. Miró el cielo salpicado de diamantina y pasó sus finos dedos por el césped. Los ruidos del entorno se oían como tapados con almohadones. Fue una noche mágica. Eran él y Hyōga respirando aire tibio. El rubio sacó un cigarrillo y lo encendió. Uno de los placeres culpables de Shun era ver a Hyōga fumando: sentía la adrenalina de estar haciendo algo prohibido. Le encantaba cuando el cabello dorado de su amigo olía a shampoo y chico malo.
     —¿Quieres? —preguntó Hyōga, ofreciéndole su cigarrillo a Shun.
     El chico se mordió los labios, y vaciló antes de dar una calada del pequeño cilindro. Le molestó sentir esa nube caliente en su boca y nariz, pero el sabor le había gustado. No la mezcla de tabaco, nicotina y demás cosas, sino el sabor que había dejado Hyōga en el cigarro. Su corazón dió un vuelco tan grande que se le subió la presión de un segundo a otro, y el rubio lo acostó en su regazo para calmarlo.
     —Es el humo —explicó el rubio, sin creer demasiado en su propia excusa.
     «Eso debe ser, no estoy habituado», concedió Shun. Pero no podía sofocar la idea de que sus labios y los de Hyōga se habían posado en el mismo lugar. ¡Eso era casi un beso en sus términos!
     —Necesito practicar mis dibujos en vacaciones, ¿serías mi modelo otra vez? —pidió Shun, cohibido pero sonriente.
     —Seguro. ¿Qué vas a hacer? ¿Manos, ojos, cuello?
     —Todo. Quiero intentar hacer un cuerpo completo —respondió el chico de pelo verde, y luego miró las manos de su compañero. Revivió la primera vez que las dibujó.
     Él y June necesitaban ayuda para completar una tarea de arte, y ella le pidió a Hyōga que fuera el modelo. Se conocían de vista, y se habían saludado un par de veces, pero esa fue la primera vez que compartieron tiempo juntos. Curiosamente June estaba muy borrosa en ese recuerdo, pero sin ella los chicos jamás se hubieran acercado. Ese fue el inicio de una pila de carpetas rebosantes de hermosos dibujos: de distintos colores y tamaños, pero todos eran Hyōga según la mano de Shun.
     —¿En qué piensas, conejo? —indagó Hyōga, como queriendo escuchar el eco de sus pensamientos.
     Shun dejó de respirar un momento para evitar que sus tripas y su cerebro se hicieran licuado. Giró la cabeza apenas para ver a Hyōga, y este lo miró de vuelta. El chico de pelo verde abrió la boca, pero no pasó nada. Se veía adorable, recostado en la hierba con su traje blanco brillante, desesperado por no saber qué contestar.
     —Hyōga, yo… —las consonantes se tropezaron con las vocales, pero fue lo único que pudo articular.
     Parpadeó, queriendo disipar la neblina que sentía en los ojos. Hyōga lo veía de vuelta, estaba sonriendo con dulzura y se veía tranquilo. Parecía satisfecho, como si se hubiera comido una buena rebanada de pastel. La mirada le destellaba tanto que Shun hubiera jurado que había polvo de diamante en ella. El pequeño de cabello verde inhaló profundo. Había ensayado el momento con June, lo había hecho hasta el cansancio. Había puesto todo su empeño en hacerlo bien. ¿Por qué no podía decir esas tres sencillas palabras?
     —Yo… ¡Yo…! —quiso continuar, pero tenía constreñida la voz por los nervios. Se tapó los ojos con el interior del codo y apretó los puños—. No puedo.
     —Inténtalo —le animó el rubio.
     Ya lo sabía. ¡Por supuesto que lo sabía! Todo el mundo sabía ya lo que Shun no podía confesar. Se querían mucho, tanto que Hyōga había reprobado un año intencionalmente para quedarse con Shun. Shun había decidido tomar la iniciativa luego de que Hyōga se tiró a la piscina de la escuela y fingió un desmayo para recibir RCP. Habían intentado de todo para decirse la verdad, pero ninguno tenía el coraje de abrir su corazón. Pero ahora Shun estaba determinado. Se destapó el rostro, y con el corazón en la mano declaró:
     —Yo te amo, Hyōga. Te amo, y quiero que seas feliz.
     —Shun, ¿sabes qué me haría feliz? —preguntó el rubio.
     El chico de pelo verde sintió una mano acariciando su mejilla y su piel se erizó al momento. Luego algo tibio y dulce se posó en sus labios. Le tomó unos instantes comprender que Hyōga lo estaba besando. Cerró los ojos poco a poco y removió sus piernas en el césped, envuelto en un calor que hasta entonces desconocía. Se fusionaron en ese acto de amor puro y sincero. Hyōga asió a Shun por la nuca y después liberó su boca. El muchacho se quedó temblando y se llevó la mano a la boca, como queriendo preservar la sensación de ese beso. Su primer beso. Hyōga pensó que una luz se desprendía del chico que descansaba en sus muslos, y que en sus divinos orbes de color verde había nacido una galaxia entera.

Shun no se dio cuenta de cuándo había entrado de nuevo a la fiesta. No dejaba de morder sus labios, porque estaban impregnados del sabor de los besos que su novio le había regalado. Su carita angelical estaba bañada de tinte de rosas, y estaba ebrio de amor. Hyōga, hipnotizado por la balada que estaba sonando, puso sus manos en la cintura del chico de pelo verde e hizo su camino hasta la pista de baile. June contemplaba todo a la distancia y cuando vio de frente a Shun le preguntó con señas cómo le había ido. Shun levantó el pulgar y luego escondió su rostro en el cuello de Hyōga. June y los demás amigos de la pareja gritaron de gozo.

Cuentos del conejo que se enamoró de un patoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora