Capítulo 2

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La flecha silbó en el aire y se hundió en el costado del Lizalfo. El monstruo, preso de pánico, dejó caer su lanza y colapsó. La tormenta de nieve se encargó de cubrir el cuerpo hasta que solo quedó un bulto amorfo.

Revali tembló de pies a cabeza y estiró el ala hacia su carcaj. Cinco flechas. Eso era todo lo que tenía, y después quedaría a merced de Hebra.

El cielo era una nube que se desplomaba en forma de nieve. Curiosamente, hoy no había viento. El aire era estático, como si este mismo se hubiese congelado.

Alrededor de Revali, yacían Lizalfos inertes. De piel verde, porque unas flechas de fuego habían bastado para desintegrar a los elementales. Revali suspiró, sacudiendo la cabeza. Pasaría bastante tiempo antes de que pudiese olvidar sus rostros petrificados disolviéndose en escarcha.

Continuó adentrándose en la tundra. Había sido una imprudencia venir, lo sabía, pero incluso sabiéndolo se negaba a volver. La princesa había depositado en él su fe. De él (y solo de él) dependía terminar con la bestia. Fallar no era una opción.

El médico le había dicho que debía guardar reposo hasta que su ala sanase. "Romperte un hueso sería fatal, especialmente considerando tu... condición," cuando el médico hubo pronunciado estas palabras, Revali se retiró indignado. Estaba molestísimo, al grado que había decidido ir al día siguiente.

Acostumbrado a evitar hordas de enemigos con su vuelo, ahora se veía obligado a enfrentarlos cara a cara. Hasta ahora estaba bien, pero encontrarse con un Lynel o con un Hinox sería su fin. O con el mismo dragón.

Su mente conjuró un escenario en el que el monstruo le hundía las garras en el costado y lo elevaba hasta el cielo. Indefenso y con las alas frágiles, Revali no podía luchar. Entonces, una vez en el borde del cielo, el dragón lo soltaba. Revali caía y caía. Y el cielo que tanto había odiado, que tanto había amado, era el único que lo veía estrellarse hacia el suelo. El cielo... y el dragón, con aquellos ojos insondables y vacíos. Con aquellos ojos que tanto había odiado...

Revali se restregó un ala en el rostro. No servía de nada conjurar esas visiones. Sabía que el dragón era un desalmado, pero él también podía serlo. "Antes de que me toque una pluma del cuerpo, yo lo habré despojado de sus escamas," pensó Revali, reconfortándose.

Revali avanzó por el bosque, notando signos de la persecución del día anterior. Las ramas rotas, que descansaban en trozos en el suelo; la nieve esparcida desordenadamente; el silencio. Revali tomó una bocanada de aire, cubriéndose el ala herida.

Un impulso misterioso lo llevó al lago, al mismo lago de ayer. Vio el mismo cielo, la misma montaña... Solo la neblina se había dispersado, dando paso a una hermosa vista.

Revali se arrodilló junto a la orilla del lago. Rozó el agua, que había perdido su capa de hielo. Estaba fría, pero no demasiado.

Revali extendió el ala herida y la hundió en el agua. Soltó una exclamación que se desvaneció  al notar al dragón, quien lo miraba desde el centro del lago. Sus ojos estaban clavados en su rostro, pero lentamente se deslizaron al ala herida. El dragón entreabrió los labios, pero no profirió ningún sonido. Tampoco Revali, mudo del susto.

Verloren (Revalink)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora