Mi sueño siempre había sido Nueva York, claro que no era el único, tenía una infinita lista llena de ellos, desde los más pequeños como comer un bote completo de helado – de esos que parecen cubetas – hasta los más grandes como publicar un libro.
Sin duda Nueva York entraba en esta última sección, toda la vida sentí atracción por esta magnífica ciudad, cada que la veía en películas una extraña sensación se apoderaba de mi pecho. Era mi lugar, mi hogar o al menos así lo sentía y ahora que por fin estaba aquí lo pude confirmar.
Me sentía en casa.
Mientras todos me decían que saltara el charco, que viajara más lejos, yo más me aferraba a mi anhelante deseo de la gran manzana.
Desde que empecé a luchar por mi sueño me prometí que el día que lo cumpliera saldría del aeropuerto y tomaría un taxi directo a Times Square con New York State of Mind de Alicia Keys reproduciéndose en mis audífonos. Me pararía justo en medio de esa imponente avenida y sonreiría al cielo agradecida por al fin haberlo logrado, y seguía decidida a hacerlo solo que...
-¡Avanza inútil!- se escuchó el grito desde el conductor de a un lado.
-No entiendo la necesidad de gritar esas cosas, al menos que los autos puedan volar no les servirá de nada- argumento Francesco mientras acomodaba por octava vez su bigote.
Nos encontrábamos atorados en medio de un embotellamiento, no había forma de que saliéramos de aquí en la próxima media hora, los autos no avanzaban ni siquiera un milímetro y no llevábamos ni la mitad de camino.
Mi celular ya se había averiado de tantas veces reproducir la misma canción, quizá debí tomar en cuenta estas posibles situaciones a la hora de querer cumplir mi fantasía. No ayudaba mucho el hecho de que mi vuelo aterrizara justo en la hora pico.
Francesco – el chofer del taxi – y yo nos hicimos amigos a los cuarenta minutos de estar atorados en esta mierda, me contó que, efectivamente, era francés, toda su familia lo era. Solían vivir en Lavardin, una pequeña comuna francesa que por la forma en que hablaba de ella podías percibir que era un lugar muy hermoso, vinieron a la ciudad de Nueva York a cumplir el sueño americano de su hija Amelie, justo igual que yo, solo que a ella su familia decidió acompañarla.
-"Morgan" Nombre británico pero, no pareces una jovencita de por ahí- todos se preguntaban lo mismo, incluso yo para ser sinceros.
-Soy de México Fran, nací y crecí allá, mi madre me puso ese nombre con la justificación de que era el que me pertenecía- expliqué recordando los innumerables intentos de obtener información sobre el origen y el porqué de mi nombre.
-Tampoco pareces de por ahí, tienes un aire más exótico y si me permites decirlo, misterioso- argumentó Fran.
-Vivo con esos comentarios a diario- murmure, a la par que dirigía mí vista a la ventana junto a mí.
Yo no era tonta, tampoco engreída pero sabía que simplemente mi apariencia no era de un mexicano promedio, ni siquiera lograba encontrarme algún parecido con mi madre. Mientras su tono de piel era de un marrón cenizo, la mía poseía un inusual brillo, como si todo el tiempo el sol me estuviera dando directo. Mi cabello era de un negro tan pero tan profundo y el de ella un castaño oscuro, y ni hablar de los ojos, yo adoraba los ojos color miel de mi madre con esos años de fondo, los míos sin embargo, tan opuestos a los de ella, eran de un tono grisáceo con pequeños destellos de un azul celeste casi blanco. A mí me gustaban mis ojos pero durante un pequeño periodo de preparatoria recibí mucho bullying a causa de ellos.
A mis recién 18 años cumplidos, mi madre aún no podía sostener una plática conmigo sobre el porqué de nuestra apariencia tan distinta. Llegué a pensar que era adoptada pero jamás encontré algún papel o evidencia que lo demostrara, y créanme que lo había buscado bien.
Mi última opción era que todo mi aspecto fuera debido a mi padre, jamás lo conocí y ese era uno de los tantos temas que mi madre solía evitar, y dado que nunca lo necesite no encontré razón para preguntar más.
Una hora y media después Fran se encontraba ayudándome a bajar mis maletas del taxi, le pagué con lo que fácilmente podría comprar un riñón y el me dio su número por si en algún momento necesitaba un transporte de confianza.
Vi marchar su auto mientras el ruido del bullicio comenzaba a hacerse presente en mis oídos, a mis lados se alzaban i ponentes edificios con infinitas ventanas y si volteabas hacia el cielo podías observar que incluso algunos no tenían fin.
A donde quisiera que volteara enormes pantallas con numerosos anuncios eran víctimas de miles de espectadores, las personas iban y venían todas en su mundo, a un ritmo apresurado, tanto que no se daban cuenta de la maravillosa ciudad que los rodeaba, solo esperaba que con el tiempo y mi estancia aquí, eso no sucediera conmigo.
Tomé mis cosas que consistían en una maleta de tamaño mediano y mi bolso, el resto de mis cosas debían estar ya en el instituto, decidí ir a Central Park, iría caminando ya que no quería pasar otras dos horas y media encerrada en un auto con tanto calor.
Fueron bastantes cuadras, quince para ser exactos, mis brazos dolían de tanto jalar la maleta y ni hablar de mis piernas, en mi frente comenzaba a aparecer una ligera capa de sudor y la chaqueta que llevaba puesta empezaba a ser un estorbo.
Pero no importaba, no importaba para nada pues frente a mi ese inmenso parque me observaba, con sus senderos tan intimidantes, esos enormes árboles y esos misterios que prometía.
Sabía que era grande, que probablemente hoy no me alcanzaría para recorrerlo todo y aun así lo intentaría, me adentraría en algún camino – el que fuera – y simplemente caminaría sin rumbo, me perdería así me tomara el resto de la tarde.
Era mi primer día aquí y para ser sinceros una vez llegando al instituto no sabía cuándo volvería a tener esta oportunidad así que no quería volver ahora y no lo haría.
***
Aproximadamente a las ocho y media me encontraba en un taxi de nuevo, rumbo al instituto. Había tardado veinte minutos en conseguir que uno parara en esa gran avenida.
Si pensaba que al caer la noche el caos de las calles disminuiría estaba completamente equivocada, pues dos horas después de viaje el campus por fin comenzaba a verse, no podía apreciarlo bien ya que la noche se encargaba bastante bien de esconderlo, ya tendría tiempo de recorrerlo mañana, pero por ahora solo quería tumbarme en una cama y no saber de nada por horas.
-Serían veinticinco con cincuenta.
Y ahí va otro riñón
Este ni siquiera me ayudo con mis maletas, simplemente me dejó botada al inicio de un largo camino de grava que me llevaría a mi hogar en los próximos años.
Ya estaba lo suficiente cansada así que cada cinco pasos tomaba un descanso y maldecía por lo bajo cuando mi maleta se atoraba con las pequeñas piedrecitas. A este paso prefería tirarme al suelo y dormir justo ahora, ya no podía más, quería descansar.
-¿Necesitas ayuda?