-¿Necesitas ayuda?
¡Diablos! Pegué un pequeño brinco al escuchar esa voz que no sabía de dónde provenía, comencé a recorrer la mirada por todos lados hasta que percibí un movimiento cerca de un árbol. Había una persona ahí, no podía distinguirla bien pero a juzgar por su silueta y como había sonado su voz sabía que era un chico.
-Eh gracias pero no.
No me mal entiendan, claro que me vendría bien un poco de ayuda, pero ¡vamos! Eran ya pasadas las doce de la noche, en la entrada de un instituto en medio de la nada, con la tienda más cercana a unos veinte kilómetros de distancia, y por si fuera poco no había ni una sola luz en este tétrico camino salvo la de la propia luna. Solo un loco estaría aquí en este momento y en la única loca que confiaba era en mi misma.
-¿Esta segura? No puedes ni con tu alama.
El chico decidió salir de las sombras y entonces lo vi.
Parecía que la luna lo alumbraba solo a él, era alto, podía sacarme por lo menos una cabeza lo que era bastante sorprendente dado que yo no era una persona pequeña, estaba por mucho más allá de la media de belleza que existía hoy en día, era muy, muy apuesto tanto que parecía irreal, sus músculos parecía tallados por los mismísimos dioses. Su rostro tenía los rasgos más definidos que había visto en mi vida y la forma en que su quijada se marcaba ¡Dioses!
Tenía unos ojos de un azul tan profundo – jamás había visto unos así – eran como el mismo mar y llámenme loca pero podía jurar que si los observabas por más tiempo pequeños destellos rojos podía ser vistos. Nunca creí llegar a ver un negro tan profundo a excepción del de mi cabello, pero el suyo sorpresivamente lo era igual.
El tío estaba para comérselo, no podía negarlo.
-¿Disfrutando las vistas?- al parecer lo observe más de la cuenta.
-La verdad es que si- dije sin tapujos ni vergüenza.
El reflejo una cara sorprendida – adoraba generar esa reacción en las personas – apostaría todas mis pertenencias a que era la primera vez que le respondían esa pregunta de la forma en que yo lo hice, sin sonrojos de por medio ni tartamudeos.
Fue entonces que su sonrisa ladeada apareció, su mirada ya la conocía, la de un engreído y arrogante de primera, tenía cierta experiencia en ellos.
-¿Qué haces aquí a estas horas? No pareces del tipo problemática- me dijo con un tono bastante burlón.
-Y tú no pareces policía- respondí sarcástica mientras lo observaba con una ceja alzada.
Sin querer prolongar más la conversación y gracias a mis deseos sobrehumanos de tomar una larga siesta, de esas que te hacen parecer estar en coma, simplemente di media vuelta y proseguí con mi reto del año que era prácticamente llegar con vida a mi residencia.
Aun cuando ya me había alejado lo suficiente seguía sintiendo su mirada clavada en mi nuca, eso me producía una sensación escalofriante, escalofriante pero excitante.
Maldita loca.
Una vez que llegué al final del camino estaba segura de que mi quijada en estos momentos alcanzaba el centro de la tierra. ¿Acaso era una broma?
Frente a mi estaba un edificio que fácilmente podía ser confundido con el Coliseo Romano, claro que para algunos amantes de la cultura romana y griega y todo lo que eso conllevaba, era bastante obvio que este de aquí era solo una copia barata. Ni hablar de los edificios a su lado, me hacían sentir en Grecia, dios mío. Uno de esos edificios restantes era la residencia para señoritas y mientras más me acercaba, la sensación de que alguna ninfa saliera de cualquier rincón de ese lugar, iba en aumento.
¿Qué seguía? ¿Ir a clase en túnica?
A esta hora era más que seguro que no encontraría a nadie en recepción, pero dado que yo estaba consciente de que esto pasaría, ya lo había solucionado. Semanas antes de mi llegada pude contactar a la coordinadora de la residencia y acordamos que dejaría la llave de mi habitación en el buzón que me habían asignado, información que recibí junto con mi horario de clases y entrenamientos mediante un correo electrónico.
Por supuesto que mi madre no sabía nada.
Y ¡Bingo! A la derecha de la recepción se encontraban los buzones, apilados uno tras otro, el mío era el número ocho así que me apresure a tomar la llave dentro de él y correr a mi habitación.
***
Frente a mí una puerta color negro con el número ocho en el centro era lo único que se interponía entre mi descanso y yo. No espere más e introduje la llave adentrando mis cosas sin más. Les habría dado una descripción con lujo de detalle de cómo era la habitación, pero, como mi prioridad era dormir, solo tire mis cosas a algún lugar y camine hacia la cama alumbrada únicamente por la luz de la luna que tanto me esperaba.
-¿Pero que son estas horas de llegar?