Soledad.
A pesar de que toda mi vida eh estado rodeada de personas, ya fuera mi mamá, mi mejor amigo, el equipo con el que entreno o mi pequeño círculo social que comencé en la preparatoria, siempre me había sentido familiarizada con la palabra soledad. Me gustaba.
Era fan de esos pequeños momentos que compartía solo conmigo, era cálido para mí estar sola, abrazaba como a una buena amiga a la soledad y no me parecía que fuera algo malo.
Creía firmemente en que si podías vivir plenamente el día a día sin necesidad de compañía, lo tenías todo. Llegamos a este mundo solo y es así como nos vamos, la vida nos rodea de personas maravillosas pero solo pasajeras, en cambio, la soledad nunca se iba, por lo que aceptarla y convivir con ella te quitaba un peso de encima que todos deberían descubrir.
Pocos éramos los afortunados que ya lo habíamos hecho.
Frente a mi Amelie se encontraba metiendo las últimas prendas a su maleta improvisada mientras que yo intentaba terminar de ponerme al corriente con todos los deberes, era lo único malo de haber llegado a mitad del año.
-¿Segura que no quieres que te acerquemos a la ciudad?- preguntó ella por quinta vez.
-Segura, quiero aprovechar estos dos días para terminar todo esto- respondí volteando a verla con una sonrisa de boca cerrada tratando de convencerla de que se fuera sin preocuparse más por mí.
-Bien, aprovecha los sábados de waffles en la cafetería- sin más cierra la puerta tras de sí.
La universidad no era una clase de internado, si, había residencias dentro de ella pero no todos optaban por vivir aquí, muchos venían desde la ciudad todos los días, todos aquella que tenían el lujo de costearse un carro.
No existían reglas exageradas como horario de llegada o algo parecido, las residencias estaban abiertas las veinticuatro horas del día, podías entrar y salir las veces que te vinieran en gana. Ya éramos adultos, cada quien era dueño de su vida.
Desafortunadamente el plan de estudios que el Instituto Roma ofrecía no te permitía andar de libertino y vivir la vida loca cada que las clases terminaban. La mayoría de los que estudiábamos aquí pertenecíamos a algún programa extracurricular que consumía por completo nuestras tardes, mientras que unos nos habíamos decidido por el ámbito deportivo, existía también el área creativa.
El Instituto apoyaba el sueño y talento de aquellos jóvenes que queríamos dedicarnos no solo a nuestra carrera, sino también a nuestra pasión.
Era por eso que la mayoría aprovechaba los fines de semana para salir de aquí e ir a visitar la ciudad, visitar a su familia o simplemente ir de fiesta en los únicos días de la semana que podían hacerlo.
Aun si mi familia viviera en la ciudad, estaba segura de que ellos darían por hecho que no sería de esas personas que los visitarían, siempre había sido así, los quería muchísimo per nunca fui una persona que se apegara demasiado a los demás.
Me gustaba vivir sin ataduras, estar aquí y allá sin pasar por la angustia de extrañar a alguien tanto que comenzabas a depender de ello, añoraría vivir cerca de mi madre e incluso de mi mejor amigo, pero, yo no era como aquellos que limitaban sus decisiones por lazos amorosos con terceras personas.
Amelie por otro lado siempre aprovechaba los fines de semana para ir a visitar a sus padres a la gran manzana, me conto que vivían en un pequeño departamento en Brooklyn. Se ofreció a llevarme a la ciudad ya que su papá pasaría a buscarla, sin embargo tuve que explicarle que me encontraba sola en el país.