Cuatro

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Era un trato bastante razonable. Ambos nos beneficiabamos de el. Acepté. Aquello le saco una sonrisa y me preguntó si quería algo más para acompañar mi té.

-No. Así está bien- le respondí.

-Hay un coche mirador y pronto pasaramos por las célebres cataratas de esta montaña ¿Me acompaña?

No iba a negarme, aun cuando me tocó atravesar seis vagones. Aquel espacio era amplió y tenía grandes ventanas para poder observar el paisaje. Me pegue a una de ellas para mirar la enorme cascada, que caía sobre una profunda depresión de la que nacía un río sobre el cual pasaban las vías. Rápidamente saque mi teléfono celular para grabar un pequeño vídeo, pero no quería ver tan majestuosa escena a través de un lente.

-No se preocupe por eso-me dijo Dai y voltee a verlo. Sostenía una cámara a través de la que me miraba-Las fotografías y vídeos que tome se los compartiré en su momento. Capturar sus genuinas impresiones es parte de mi reportaje. Usted sólo disfrute.

Le sonreí un poco incómoda,
pero no replique porque pasábamos justo frente a la rugiente catarata, que como el colosal velo de una novia se desprendía blanca desde lo alto, para luego fluir espumosa por el espacio entre los riscos. Ese color inmaculado en medio de un verde frondoso y profundo a sido una de las cosas más lindas que he visto. Su rugido podía escucharse aún a través de ese cristal, en que puse mis manos como una niña embelesada. Poco a poco, aquella imágen iba quedando atrás y el verde que se trepaba por aquellas escarpadas montañas nos iba abrazando de nuevo. Fue cuando oí el disparo de una cámara y mire detrás de mí.

-Esa fue una toma muy buena-me dijo.

Iba a comentarle algo, pero entonces en tren se sacudió un poco y cai de rodillas al piso,
junto a una señora y un niño. Dai me tendió la mano para ayudarme y no fue hasta ese momento que note llevaba una argolla de matrimonio. Mire ese delgado aro de oro entorno a su dedo y a penas me puse de pie, tomé un poco de distancia. Le pregunté que más habia por ver y me habló de unas aldeas entre las montañas. Me contó un poco de ellas mientras descansaba su espalda contra el cristal, para revisar su cámara y cambiar el lente. Yo me sumergí en el paisaje intentando ignorar aquella joya en su mano.

Supongo que no la ví antes porque siempre tenía las manos ocupadas, de alguna forma, o bien sólo pase por alto ese detalle porque no me gustaba la idea de que ese hombre fuera casado, aunque era bastante obvio asumir que lo era. Después de un rato me dijo que iría a tomar fotografías al resto del tren y yo le dije que me quedaría ahí un poco más.

El paisaje comenzó a hacerse monótono mientras en mis oídos sonaba una canción en violín y mis ojos se perdían en mi débil reflejo en el cristal de la ventana. No podia evitar sentirme como una niña ingenua en busca de una experiencia romántica de novela barata ¿Pero acaso había algo de malo en ello?

Una aventura inocente en medio de un fuego blanco que arde y no quema. Una historia en que nadie saliera lastimado o al menos sin grandes consecuencias. Un oasis, quizá un cliché, pero esos tienen encanto si se les maneja bien.

Esa noche, al volver al coche donde dormimos le pedí a la persona, sentada junto a Dai, si podíamos cambiar de lugar y el hombre acepto.

Él me miró con extrañeza cuando me senté a su lado, pero no hizo comentarios. Se limitó a saludarme y hablarme un poco de las fotografías que había tomado. Una hora después se acomodaba para descansar. Se cubrió las piernas con la manta, apoyo los brazos en el descansa brazos y cerro los ojos, cayendo pronto en un sueño tranquilo. Lo mire un momento, después de que se durmiera y luego aparte la vista para dormir yo también.

Una vida de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora