Cinco

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La luz del sol, en mi rostro, me despertó. Me ampare los ojos con mi mano y al intentar mover el otro brazo fue que descubrí que Dai descansaba sobre el. Su pequeña estatura le permitía hacer un uso muy cómodo de aquel asiento, por lo que consiguió apoyar su cabeza sobre mi antebrazo y sujetar mi mano, de esa forma en que a veces sujetamos el borde de la cama. Lo mire un momento,
mientras sentía un cosquilleo en mi abdomen y me empezaba a subir la sangre a la cabeza.

Con cuidado intente liberarme,
pero sólo conseguí despertarlo. Me miró un instante y se cubrió la boca para bostezar, mas cuando notó que lo veía retomó su actitud estirada de siempre. Se peino el cabello con la mano, para volver a darle forma a ese peinado perpetuo, buscó un pañuelo para secarse el costado de la boca, se disculpo y se levanto. Supongo que para ir a refrescarse un poco y también aliñarse. Me resulta graciosa su actitud, pues parecía que para Dai, verlo desgarbado era igual o peor a que lo sorprendieran desnudo.

Por los altavoces se anunciaba la próxima estación y una parada de doce horas para que los turistas conociéramos la ciudad. Aquello me sonó muy agradable. Necesitaba caminar y respirar un poco de aire fresco. Me levanté, tomé mi maleta, mi bolso y me encanine hacía la puerta. Realmente me urgía dejar el tren. Esperé a Dai en una banca del andén, pues me había dicho que me llevaría a algunos sitios interesantes de la ciudad. Una vez me alcanzó me habló acerca de "la custodia" un lugar donde podíamos dejar nuestro equipaje seguro y poder andar con mayor libertad por las calles. Allí deje mi maleta, pero puse una muda de ropa en mi bolso además de otras cosas básicas.

Dejamos la estación para tomar un taxi, que nos dejó en un viejo bulevar donde encontramos un sitio donde desayunar. La comida era muy abundante allí. El tazón con leche que me pusieron delante, era suficiente para dos personas. Las tartas pasteles, panes, patés y demás se me hizo demasiado.

-¿No te gustó la comida? Puedes ordenar otra cosa, a mis expensas está vez-me dijo Dai.

-No, no así está bien. Es sólo que no suelo comer tanto-le dije.

-Sólo come lo que puedas-me dijo con una sonrisa simpática- Pero date prisa. El autobús sale en cuarentena minutos.

-¿Autobús? ¿A dónde vamos?

-A una ciudad que tiene más de ochocientos años. Está sólo a una hora de aquí. Es una de las paradas imprescindibles de este viaje. Te garantizo que te gustará.

Admito sentí una enorme curiosidad por aquel lugar y sin demasiados cuestionamiento subí al autobús. Claro desde el inicio del viaje, yo iba reportándome a mi familia cada día. Les enviaba mi ubicación y les hablé de que conocí a una persona, que me estaba haciendo de guía. Era algo que hacia por seguridad.

Dai me hizo sentar junto a la ventana. Mientras yo apreciaba el paisaje, pude ver cómo iba a tomarme una fotografía, en el reflejo de la ventana. No pude evitar voltear a verlo.

-Es un retrato encantador-me dijo y me mostró el resultado. Era una cámara digital.

-No vas a publicar esa fotografía ¿verdad?

-¿Por que no? Tienes una tierna expresión de sorpresa.

-No...no lo hagas. Me veo horrible-le dije e intente tomar la cámara, pero Dai la aparto de mi moviendo el brazo hacía el pasillos.

Ese movimiento me hizo terminar en su regazo, medio colgando hacía el corredor, en una postura algo vergonzosa e incómoda me quedé un instante.

-Lo siento-le dije al levantarme, poniendo una mano sobre su pierna.

-¿Estas bien?- me preguntó tomándome por el brazo, para ayudarme a volver a mi lugar.

Asinti con la cabeza y me le quede viendo. Su rostro estaba muy, pero muy cerca del mío...

Una vida de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora