● Uno | chocolates

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1971









—No sabía que esto podía ponerse peor —masculló Rainey, intentando con todas sus fuerzas no coger el cepillo de su hermana mayor y darle un pequeño golpe en la cabeza, algo sorprendente viniendo de ella, ya que normalmente no mataría ni a una mosca.

—Tendrías que peinarte por lo menos una vez al día —responde ella, con esa paciencia suya que le caracterizaba tanto.

Siempre decían que las hermanas Davies eran dos angeles, pero Rain siempre creyó que ese título tan solo pertenecía a su hermana, Gia. Ella la salvaba cada día, ella era su ángel.

—No tengo tiempo para eso —bufó con delicadeza un mechón que le atravesaba el rostro—, estoy demasiado ocupada pensando lo mejor que me pasara en la vida —exclamó abriendo mucho los ojos, su hermana que la observaba por el espejo rodó los ojos.

—Siempre tan melodramática —suspira, pero sin embargo su pequeña sonrisa no se desvanece.

Rain se giró para verla un momento.

—Desearía ser tan vieja como tu.

La sonrisa desapareció al instante.

—¡No soy vieja! —reniega con el ceño fruncido.

—Este año comienzas tu ultimo año —dijo, como si fuera algo demasiado obvio como para discutirlo—, eso es ser vieja., y a mi me encantaría.

—Te equivocas —continuo con su tarea, cogiendo los cabellos dorados de su hermana—, eso es ser joven. En cambio tú aún eres una pequeña bebé —soltó una corta risa. Incluso sus risas eran elegantes. No había nada en Gia que no lo fuera.

—¡Retira eso ahora mismo! —exclamó Rainey con una mueca adorable.

—Este es tu primer año —sonrió, imitando la voz que Rain había usado posteriormente—, para mi eso es ser una bebé —la abrazo por los hombros, riendo ligeramente. Rain la estrecho más hacia ella. Como la adoraba.



...



—No puedo creerlo —susurró Rain, tras haber perdido a su hermana con tan solo entrar al gran tren escarlata. Había demasiadas personas, y más de la mitad parecían igual de perdidas que ella.

Escabullirse entre la gente no fue tan difícil debido a su baja estatura, pasaba desapercibida. En cambio, encontrar vagón le fue mucho más difícil a la pequeña. En el primero que abrió encontró dentro a un grupo de tres chicos, uno de ellos extremadamente rubio, casi igual que su color.

—Hola —saludó, con la voz algo chillona, pero sin una pizca de timidez. Rain podía relacionarse muy fácilmente con la gente—. Hum ¿Podría sentarme con vosotros?

No espero que los tres, al mismo tiempo, y de forma escalofriante la recorrieran de arriba a abajo. Parecían analizar absolutamente todo, incluso la velocidad de su respiración.

Ahora si que estaba nerviosa. Trago en seco, sin saber que decir en una situación como aquella.

—¿Entonces...?

—Fuera —sentenció el rubio, desviando la mirada hacia la ventana. Dejó a Rain tan estupefacta que no le dio tiempo siquiera a mover un pelo. Ella siempre conseguía caer bien a las personas, en el primer instante, y aunque sonara algo arrogante, le sorprendió gratamente. El rubio al ver que no tenía intención de irse volteó de nuevo la mirada, de forma rápida, en un instante, su mirada fue todo lo que necesito Rain para cerrar de golpe las puertas.

Empezaba con buen pie, sin duda alguna.

Siguió un par de pasos más hasta abrir otro compartimento, se encontró de nuevo con tres chicos, que al igual aparentaban su edad. Sonrió de inmediato, rogando a sus interiores que ellos no la echaran con tan solo verla.

—Hola —saludó, aún con su amplia sonrisa— ¿Podría sentarme con vosotros? —pestañeó repentinas veces.

Los tres chicos tenían su mirada fija en ella. De manera diferente, a diferencia de los anteriores. El primero, uno de melena tan negra como la de su hermana, la estaba analizando con los ojos entrecerrados, pero no de forma maligna, le recordó vagamente a uno de los chicos con los que se había cruzado atrás.

Después estaba el chico de gafas. La miraba al igual con una enorme sonrisa, y no paraba de asentir. Parecía muy entusiasmado por conocer nueva gente.

Y finalmente el más misterioso. Un niño que llevaba toda su ropa del color de la avellana, toda. Y tenía un par de cicatrices en la mejilla y cuello. Su cabello estaba completamente alborotado y a diferencia de los otros dos, su mirada era tímida, al igual que la pequeña sonrisa que llevaba plasmada  en los labios.

—Claro —respondieron los tres al unísono.

Rainey dejó escapar un gran suspiro de alivio, dejándose caer al lado del chico de las cicatrices.

—Menos mal —suspiró, sin darse cuenta que aquel acto les había parecido adorable a los tres—. Un vagón atrás me encontré con las que probablemente son las personas más desagradables en este tren. Me miraron como si fuera... —no encontraba la palabra.

—¿Escoria? —preguntó el de cabello azabache, alzando una ceja. Rain asintió casi al instante —. Si, esos deben ser Lucius, Evan y mi hermano —al mencionar a su hermano una inevitable mueca se apoderó de él—, Regulus. No te ofendas, son así con cualquiera que no sea de su grupo.

—Pues —metió su mano en el bolsillo de su jersey, buscó un poco, con la lengua ligeramente salida—, se perdieron de esto —sacó los cinco chocolates que había cogido de la alacena de su casa antes de marcharse.

Las miradas de los tres se iluminaron al instante, pero sobre todo la del chico a su lado. Todos extendieron sus manos enseguida.

—Un momento —Rain apartó su mano—, aún no sé vuestros nombres.

—James Potter —contestó el chico de gafas en seguida, con la mirada hambrienta fija en los chocolates.

—Sirius.

—¿Solo Sirius? —cuestionó.

—Black, Sirius Black —rodó un momento los ojos, con una sonrisa ladeada—, ahora, chocolates por favor.

—Aún no —sonrió y su mirada se posó en la mirada más tímida de todas.

—Remus, Remus Lupin —tartamudeó, sin mirarle directamente a los ojos.

—Perfecto —río ella, y les extendió los chocolates, que todos cogieron enseguida.

—Espera —habló James, con la boca llena y los dedos llenos de chocolate derretido— ¿Y tu?

—Rainey Davies.

THE NIGHT WE MET, Remus Lupin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora