Uno

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UNO

Se miró una última vez en el espejo que siempre llevaba en la bolsa y se acomodó el cabello lo mejor que pudo.

Okay, no se veía tan mal. Con el maquillaje y el perfume incluso podía verse decente y las ojeras debajo de sus bonitos ojos azules casi no se notaban. Era hora de hacerle frente a su nuevo estilo de vida, así que se colocó los lentes de sol en forma de corazón y entró al gran edificio.

Para cualquiera que la hubiera visto, no era más que otra chica entrando a Amour de tiroir, la exitosa empresa de modas que cada día se abría mayor camino en los aparadores de París y en los corazones de cientos de chicas, pero Marinette se sentía como un elefante entrando a una cristalería.

Casi corrió hasta llegar al ascensor y se metió en él tan rápido como pudo.

Con la resaca que llevaba, hasta la suave melodía del elevador le parecía los efectos de sonido del elefante de su imaginación en la cristalería.

Bajó en el tercer piso, y caminó rauda hasta llegar a su oficina, que más bien era un cuarto demasiado pequeño arrinconado al final del pasillo. Ni siquiera tenía una bonita puerta de cristal como todas las demás oficinas, pero para ser la oficina de alguien de acababa de ingresar a la empresa, se daba por bien servida.

—Tal vez Gisele no se de cuenta del retardo—se susurró antes de abrir la puerta y quitarse los lentes. 

Bueno, para ser esa linda ratonera una oficina compartida tampoco estaba tan mal.

Así que tomó valor, aire y entró a la oficina lo más sigilosa que pudo, al tiempo que la puerta chocaba contra un mueble y tiraba alrededor de cincuenta lápices al piso.

Nunca creyó que el sonido de cincuenta lápices fuera, en realidad, tan aparatoso.

De inmediato, una chica de largo y ondulado cabello rojo salió del cubículo de al lado y la miró con ojos juguetones.

—Marinette, ¿por qué tan tarde? ¿Es que alguien no te dejó dormir?

Y ahí estaba Gisele.

—No tienes idea—bufó mientras comenzaba a recoger el montón de lápices y la pelirroja se acomodaba en el marco de la puerta.

—Tienes que contármelo todo—dijo con total espíritu de chisme—, ¿realmente es tan sexy como luce con el traje?

—¡Gi, por favor!

La otra soltó una risotada.

—Ay, vamos, Marinette. Las dos sabemos que León está hecho un bombón, al menos cuéntame cómo es. ¿Sí es más sexy sin el traje?

—¡Gisele Braud!—dijo tan fuerte que ella misma se hizo doler la cabeza.

A lo que la chica volvió a reír, encaminándose hacia su silla en la oficina y subiendo los pies al escritorio.

Gisele Braud era nada más y nada menos que la hija de Frank Braud, el dueño de toda la compañía, jefe de Marinette y hombre a cargo de la mitad de las plazas comerciales de París. Pero sobre todo, era una de las mejores amigas que podrían conseguirse en el mundo.

No era la típica chica arrogante y airada hija de un empresario, en primera, porque era más divertida que nadie en la ciudad y porque su padre la obligaba a dedicarse a un trabajo que ella aborrecía con creces.

Se habían conocido dos años atrás, cuando la azabache hubo conseguido un puesto de asistente para uno de los diseñadores que estaba por jubilarse. Gi fue la primera en arroparla y defenderla del resto de los compañeros, y como a la hija del jefe nadie sería capaz de decirle nada, Marinette se vio sumamente agradecida con ella por el resto de sus días.

Yes, I do.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora