CUATRO

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—¿Estás segura de que no quieres que entre contigo? Porque puedo hacer el sacrificio de comer con ustedes en este lindo restaurante.

Marinette soltó una risa y abrió la puerta del auto.

—Si tuviera que ver a gente que no quiero te diría que te quedaras, pero hoy puedo hacer el intento de comer sin ti—dijo la azabache rebuscando su teléfono en el bolso.

Brando hizo un puchero y la miró por un par de segundos, para después resignarse y encogerse de hombros.

—Eres mala, Dupain—le dijo con su bonita sonrisa de cassanova—, pero quiero que te quede claro que no te vuelvo a llevar a ningún lado en mi bebé.

—Tú fuiste el que se ofreció a llevarme—se quejó ella con burla.

—Sí, pero creí que al menos entraría a comer algo.

Después del agotador día de trabajo en que habían estado inmersos, apoyando a la junta directiva con respecto a la nueva colección y sirviendo de asistentes personales para el señor Braud, tanto Marinette como Gi y Brando habían quedado completamente cansados.

El chico había estado trabajando como asistente del gerente de puntos de ventas desde hacía al menos cuatro años, después de terminar su carrera y que su madre lo botara de casa por haberlo encontrado con dos chicas en su habitación. Y cómo no, si era un joven risueño, agradable, simpático, atlético, medianamente atractivo (desde el punto de vista de Marinette), y un pseudo ninfómano incorregible.

Qué sorpresa se habían llevado ambos cuando al conocerse, a él no le interesó la ojiazul ni un poco. Lo que a la larga les permitió llevar una bonita amistad que consistía en ver How I Met Your Mother juntos e ir a pasarelas.

Esa misma tarde, Gi se había ido antes que ellos para ir a ver a su prometido, cosa que les sirvió a ambos para dar un paseo en auto después del trabajo, antes de que ella tuviera su cita con Alya.

Sin embargo, el castaño había estado convencido de que su amiga habría de invitarlo a pasar con ella y cenar todos juntos.

Es sólo que a veces hay cosas que no pueden ser.

—Sabes que volverás a traerme—dijo una muy feliz azabache al abrir completamente la puerta y bajar del auto—, además, ¿qué te parece si compensamos esto después?

Él la miró con los ojos entrecerrados, como escudriñando dónde estaba la trampa, pero después de unos instantes, soltó un suspiro y movió la cabeza en desaprobación.

—¿Krispy Kreme?—soltó él.

—Krispy Kreme—aseguró ella.

Tras lo cual, cerró la puerta y agitó la mano en el aire a modo de despedida.

Y como Brando tenía mucha hambre como para siquiera esperar a que ella entrara, le tocó ver cómo el auto de su amigo se alejaba por la calle, dejándola plantada a media acera, con la ligera brisa de la tarde rozándole los muslos bajo la falda.

El restaurante en que Alya la había citado era un lugar bonito y elegante, con grandes puertas de cristal talladas por los bordes con lo que parecía ser alguna clase de arte renacentista, y barandales sobrios que adornaban las escaleras hacia la planta alta, donde los ahora prometidos debían estar esperándola.

Al entrar, se acomodó ligeramente el cabello y saludó muy cordialmente al hombre que habría de conducirla a su mesa.

El lugar estaba repleto, y se palpaba un ambiente tan ameno y agradable que casi se cae de espaldas cuando, al aproximarse a su mesa, no sólo vio a Alya y a Nino, sino también a una cabellera rubia desordenada que desde ayer no se le quitaba de la cabeza.

Yes, I do.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora