Cinco

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La mantequilla derritiéndose en la sartén era una de sus cosas favoritas en el mundo.

La retiró cuando quedó completamente líquida y la vertió en el tazón donde tenía en resto de la mezcla para sus hot cakes de la mañana.

Detrás de sí, y a unos metros dentro de su cuarto, una rubia se levantó de la cama y se desperezó alzando los brazos.

La chica bostezó un par de veces y al entornar los ojos hacia el espejo se dio cuenta de que su cabello había quedado hecho un desastre gracias a la almohada. Se pasó los dedos unas cuantas veces a través de su larga cabellera para acomodarse las finas hebras, se levantó de la cama y se encaminó hacia el rubio.

—¿Qué hacemos despiertos un domingo a las 8:00 am?—preguntó entre bostezos mientras se sentaba en la barra de la cocinita.

—Ya te dije que tienes que ayudarme con todo en lo de Nino—explicó Adrien dándole vuelta al panqué en su sartén.

—¿Y por qué no podían hacerlo hasta en la tarde? Los domingos son el día de dios—replicó ella.

—Porque Nino no puede y ya te dije que dejes de echarte en mi cama cuando llegas a mi casa—soltó él, de muy buen humor cuando bajaba las mermeladas de la alacena.

La noche anterior, tras regresar a su casa después de su declaración de guerra con esa testaruda azabache, Adrien se había topado con Ami dormida en su cama, y su única condición para dejarla quedarse ahí y dormir él en el sofá, fue que ella lo acompañaría al día siguiente al primer enfrentamiento de su "mortal" batalla.

De modo que ella, en ese limbo entre el sueño profundo y que alguien te despierte porque quiere hablar contigo, había accedido, y ahora mismo su decisión le pesaba más que nada.

—¿Por qué no llegaste a casa anoche?—inquirió él.

Sacó el panqué de la sartén y lo colocó en un plato junto a otros tres.

Ami pellizcó una orilla y se la llevó a la boca.

—¿Otra vez problemas con tu padre?

Ella tragó, se limpió los dedos en un trapo y lo miró con semblante cansado.

—Ese hombre no me ve como su hija. Para él soy otra empleada más a la cual sobre explotar fuera del horario laboral—refunfuñó.

—¿Por qué no le dices algo?—resolvió él restándole importancia, a lo que ella respondió lanzándole un trozo de panqué—¡Oye!

—Adrien, ¿alguna vez trataste de negarle algo a tu mamá o a mi papá?—pregunta que a él le despertó hasta traumas de la infancia—No, ¿verdad? Esos dos son más pesados que nada.

—Creo que mi madre está siendo más blanda por todo lo que sucedió con...bueno, ya sabes—murmuró incómodo.

—Y mientras más lejos estés tú del trabajo, más tengo que cargar yo con todo lo de la empresa—se quejó ella.

La rubia se bajó de la barra y llegó hasta la mesa de la salita en seis o siete pasos, luego tomó su bolso y sacó una cajetilla de cigarros.

—No vas a fumar tan temprano, ¿o sí?—observó él.

Terminó el último panqueque y lo colocó en otro plato, listo para hacer la repartición del desayuno.

Ella por su parte, encendió el cigarrillo y le dio una calada.

—Ami, prometiste dejarlo el año pasado—le recordó al tiempo que dejaba el plato de la chica ya preparado sobre le barra.

Ella soltó el humo.

Yes, I do.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora