Siete

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La escena había sido terrible.

No supo cómo lo logró ni entendió en qué momento adquirió la condición física para hacerlo, pero en menos de lo que parecieron cinco segundos, Adrien Agreste había atravesado toda la zona recreativa del hotel y había llegado hasta el vestíbulo, donde en medio de una docena de personas, tumbada sobre un sofá, Ami-Lynn abría y cerraba la boca como un pez fuera del agua.

De ahí en adelante, todo estaba pasando como cámara lenta, el correr hasta ella y tomarle la mano que ya había empezado a hincharse, el quitarle el cabello de la cara y presenciar cómo su bonito rostro de pronto se había vuelto una esponja roja y cubierta de brotes de lo que simulaba ser viruela.

—¿Qué demonios pasó aquí?—gritó el rubio mientras sacaba su teléfono y abría el apartado para marcar.

—Ya llamamos a una ambulancia, no se preocupe—declaró una mujer vestida con el uniforme del hotel.

—¿Qué no me preocupe? ¿Hace cuánto lo hicieron? Hasta donde yo veo, se puede estar muriendo—exclamó con los ojos ya empapados de lágrimas que no permitiría salir.

Nunca creyó ver en un estado como aquel a su prima, y eso que la había visto en repetidas ocasiones en el hospital cuando esta se rompió la clavícula y cuando se cortó la parte interna de la mano. Pero nunca antes la había visto con el cuello hinchado, enrojecimiento facial, los labios inyectados en tinta morada y los ojos desorbitados gracias a una obstrucción en la garganta.

Y lo que se suponía sería un tierno día compitiendo por ver quién ganaba la primera ronda de la lista de deseos de Alya, se había convertido en una de las peores pesadillas del rubio.

—¿En cuánto llega la ambulancia?—preguntó levantándose de al lado de Ami y examinando en la pantalla de su celular el camino al hospital más cercano.

—Dijeron que no se tardarían más de cinco minutos—aclaró la misma empleada con semblante pálido.

—¡¿Cinco minutos?! Pero si el hospital más cercano está a dos en auto—refunfuñó él, dando vueltas en su lugar y queriendo arrancarse los cabellos exactamente en el momento en que la azabache y el castaño aparecían en la puerta.

Alya miraba con los ojos llorosos todo el panorama y se tuvo que sujetar a Nino para no caer de bruces contra el piso.

Marinette por su parte, apenas y podía procesar la escena.

Ella tenía muy mal estómago para ese tipo de cosas, y apenas vio el rostro de la rubia, sintió cómo la presión se le bajaba y le entraban ganas de devolver el desayuno. De modo que tuvo que recargarse en el marco de la puerta para que no se le vencieran las rodillas.

—Al carajo con la ambulancia—farfulló por fin el rubio y de un solo y rápido movimiento, cargó a Ami entre sus brazos y se encaminó a la puerta.

—¿Qué haces? No puedes llevarla solo—espetó Alya corriendo hasta él.

—No voy a esperar ni un minuto más a una ambulancia que no sabemos en qué momento va a llegar, y si la tengo que llevar corriendo, eso haré—aseveró el otro, tratando de abrir la puerta sin mucho éxito sin dejar caer el cuerpo de su prima.

Pero antes de que sus dedos pudieran agarrarse al mango de la estrafalaria entrada, unos finos dedos blancos se aferraron a ella y la abrieron sin titubeos.

Él apenas pudo bajar la mirada y verla, con el rostro más pálido que nunca y haciendo un esfuerzo enorme por no derrumbarse.

—Cory los lleva, vamos—fue lo único que dijo y un segundo después, la azabache les abría ambas puertas para que los dos aludidos pudieran pasar.

Yes, I do.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora