DOS

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Llegaron a la fiesta en el departamento de Alya a eso de las 8:30, y Gi aparcó su flamante deportivo rojo frente al compendio de apartamentos.

Alya y Nino habían logrado comprar un departamento en el último piso de aquel bonito edificio en el centro de la ciudad hacía dos meses. Con su trabajo como editora en una de las aclamadas revistas de toda Francia, y él como ingeniero en audio para casas productoras de comerciales, no se les había hecho tan complicado después de todo.

Y tras seis años de relación, por fin habían dado el enorme paso de vivir juntos. A Marinette siempre le había encantado la idea de hallar al amor de su vida, vivir con él, desayunar juntos y después de un tiempo casarse, pero con su reciente ruptura, no le quedaba más que resignarse a aceptar el curso de su vida y tal vez adoptar un perico.

Pero por más que le doliera el ver al resto de sus amigos teniendo la vida que ella siempre había soñado, no podía sentirse más que completamente feliz por ellos.

Sabía perfectamente que no había persona en el mundo que se mereciera más esa felicidad que Alya.

—¡Marinette, llegaste!—gritó la morena en cuanto vio cómo la puerta se abría, corriendo a abrazarla—¡Y trajiste a Gi!

—¡Alya!—gritó la pelirroja, abalanzándose hacia ella.

Se veía deslumbrante. Literalmente.

Llevaba un vestido dorado que se ajustaba a la perfección con sus curvas, dándole créditos a la increíble dieta que había estado haciendo desde hacía tres meses. Además, traía puestos unos tacones de once centímetros que la hacían ver como una verdadera estrella de cine.

—¿Qué les parece?—preguntó la anfitriona dándoles un pequeño recorrido por el lugar, que ya estaba repleto de gente—, esta es la sala principal, por allá a la izquierda están las habitaciones y a la derecha sobre el mismo pasillo está la cocina.

—Qué lindo...¿dónde está el baño?—preguntó Gi, bailoteando sobre su eje.

—A la derecha, es la primera puerta—respondió Alya.

—Gracias, ya vengo.

Tras lo cual, salió disparada, dejando a las dos amigas sin poder decir ni pío.

—¿Cómo sigues?—preguntó Alya en cuanto no quedó rastro de Gi.

Marinette suspiró.

—Estoy bien. Hoy traté de mantenerme ocupada. Gi y Brando fueron de gran ayuda.

—Agh, odio a Brando.

—Te juro que sólo lo odias al inicio.

Alya rio y le dio un sorbo a su bebida.

—¿Y qué? ¿Sigues con tu idea de no más chicos?—bromeó.

—Ja-ja—respondió irónica Marinette al tiempo que se acercaban a la barra—, sólo ha pasado un día, Alya. Sería extraño no odiar a los chicos después de anoche.

—Qué gran tradición la de odiar a los chicos hasta que llegue el indicado—suspiró teatralmente la otra.

Marinette no pudo evitar reírse.

—No es una tradición, es mi nuevo pacto—aseveró sirviéndose un trago de vodka.

—Heeeeey—la detuvo antes de llevarse el vaso a la boca—, no bebas tanto. Tú bebes cuando entras en crisis, te conozco.

—Ay, por favor—rodó los ojos.

—Es en serio, Marinette. Si bebes de más voy a tener que volver a evitar que quieras hacer el ridículo.

Yes, I do.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora