DIEZ

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Las donas de nuez glaseadas eran uno de sus mayores delirios.

Podía comerlas todos los días, en el supuesto caso de que no subiera de peso extraordinariamente como le había pasado hacía un par de años.

Si algún día alguien le hubiera preguntado con qué comida se casaría en caso de ser posible, hubiera escogido total y absolutamente donas de nuez glaseadas. Tal vez las arepas le harían ojitos en la ceremonia de casamiento y las hamburguesas tratarían de gritar Yo me opongo, pero al final el suceso se efectuaría.

Y ahora mismo se comía una de esas deliciosas donas, lameteándose los dedos y disfrutando de lo ordinario de la vida.

Fue por eso que cuando su teléfono timbró en busca de su presencia, algo en él se rompió y le dieron ganas de romper sus lazos amistosos con cierta azabache que interrumpía uno de los mejores momentos de su vida.

Pero aún con ello, Cory tuvo que dejar la dona sobre una servilleta y deslizar el flotante sobre la pantalla.

—Espero que estés feliz de destruir mi momento de placer.

Yo...Ou...debiste decirme que estabas saliendo con alguien...

—¡Hablo de mi dona!—espetó ante la voz de su amiga, que ya se partía de risa en el otro lado del parlante—¿Todo bien?

Sí, es sólo que quería preguntarte a qué hora vendrías por mí.

Mierda.

Lo había olvidado por completo.

¿Cómo habría de decirle a la azabache con quien había hecho planes el día anterior, que hoy se encontraba disfrutando un par de donas en un café preciosamente decorado que se ubicada del otro lado de la ciudad?

—Ay.

Déjame adivinar, lo olvidaste.

—Bueno...yo...pues sí, para qué te miento.

¡Cory!

—Perdón, es que tenía el día totalmente libre, y sólo aquí venden estas tontas y deliciosas donas que me encantan y no comía desde que me fui.

Marinette rodó los ojos desde el hospital, dando pequeños golpecitos con la punta de su zapato sobre el suelo perfectamente pulcro y blanco.

Llevaba la caja de chocolates bajo el brazo, decisión que tomó en cuando vio que Ami-Lynn no tenía autocontrol y que de dejársela terminaría no sólo intoxicada si no con un posible coma a culpa de la glucosa, de ser eso posible.

—¿Qué tan lejos estás del hotel?—preguntó ella.

—Digamos que...a una o dos horas, según el tráfico.

—¡Cory! Sabes que odio que lleguen tarde—se quejó por lo bajo.

—¡Ay, no digas, Marinette! ¿Ya se te olvidó que a la boda de mi media hermana llegaste dos horas tarde y tuve que esperarte fuera de la iglesia cuando ya todos se habían ido?

—Sabes perfectamente que lo hice porque no me gustan las iglesias—soltó en una risa incómoda y se acomodó el cabello—Cory, esto es importante, si no llego a la hora indicada ese rubio idiota va a ganarme, no puedo quedar descalificada por falta.

—¿Cuándo fue que pusieron las reglas? ¿Qué acaso también tienen un contador por puntos a media cancha? Relájate, niña, te puedo mandar un coche, yo pago.

—No...no quiero que pagues por mis estupideces, pero sí que vas a pagar por las tuyas, así que prepárate para invitarme unas de esas donas.

Cory rió del otro lado de la línea, seguramente sacudió la cabeza y se llevó otro trozo de dona a la boca, porque después de su poco sutil carcajada no se escuchó más que su masticar.

Yes, I do.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora