OCHO

129 13 5
                                    


Su piel blanca debajo de la fría luz de la lámpara, acuñada por el fervor blanco de las paredes de la habitación la hacían ver como un ángel dormido, un ángel de piel transparente y el cabello rubio casi como el oro.

Dormía tan plácidamente que si su familia estuviera ahí ya la hubiera despertado para ponerla a trabajar en vez de estar holgazaneando. Porque para los Blanc claro que eso significaba estar en cama pseudo-sedada tras sufrir una reacción alérgica.

Y ella no podía dejar de verla con ese cara de preocupación que ponía tan seguido que a veces pensaba que ese podría ser su semblante normal.

Un nudo se le estaba formando en la garganta y no podía hacer más que frotarse el costado del brazo izquierdo, muda, sin un solo atisbo de qué sería bueno decir en momentos como este. Sólo sabía que de haber podido le hubiese llevado una serenata para disculparse.

Recordaba bien una vez en que su madre había sido operada y ella sólo había podido verla después de un par de días gracias a que su padre le consiguió un pase para visitarla. Por aquel entonces ella no era más que una niña de secundaria, pero no recordaba haber estado en un hospital desde ese entonces, lo cual no podía evitar desatar sus nervios y hacerla sentir aún peor.

Una parte de ella sólo quería que Amy-Lynn despertara y le dijera que no había problema, que era algo que a cualquiera le pasaba, pero la parte fatalista de sí, esa que te hace tener miedo de no hablarle al chico que te gusta porque no cree que seas lo suficiente, le decía que la chica la odiaría por y para siempre.

Marinette ya se imaginaba el escenario, con la rubia despertando frente a sí, sólo para decirle que la odiaba y que sabía que ella había intensado matarla, aunque eso no fuera exactamente lo que había sucedido.

Estaba hecha un manojo de nervios, y la cosa no se disipó no gracias a su complejo de culpa, sino también por el chico que parado a su lado, no hacía más que ver sin entender por qué demonios es que ella estaba ahí.

—El médico dice que está bien, sólo necesita reposar un poco—murmuró él acortando la distancia entre ambos y alzando la mano como para sobarle el hombro en consolación, pero apenas recordó que ella lo odiaba decidió que no quería quedarse sin brazo, así que regresó la mano al bolsillo de su pantalón.

Además, ¿en consolación de qué? Hasta donde él sabía, ellas dos no se conocían y no encontraba razones para que ella hubiera ido a verla.

La miró de reojo, tratando de leer con su mente qué era lo que pasaba por esa cabecita azabache suya, pero no era lo suficientemente listo ni telequinésico como para dar con una respuesta.

Y aunque hubiera podido leerle la mente, se hubiera quedado igual de confundido al ver que la azabache estaba creando escenarios post apocalípticos en donde el fin de la humanidad se debía a algún tipo de platillo que ella hizo queriendo jugar a la chef. No porque no supiera cocinar, más bien porque se creía con la capacidad de hacer algo como ello.

Marinette se acercó a la camilla y se sentó delicadamente a su lado, escudriñando su rostro.

Había quedado ligeramente inflamado y enrojecido, pero las póstulas se habían ido y se veía mucho mejor ahora que sus labios eran de un color normal y no de un efusivo púrpura.

Era guapa, no podía decir que no, y por un momento se preguntó cómo es que ella se veía tan agradable considerando que su primo resultaba ser un verdadero dolor en el trasero.

Esbozó una sonrisa ante la idea de que ella pudiera pensar lo mismo y con cuidado le quitó un mechón de cabello que le caía sobre el rostro. Y se hubiera quedado más tiempo observándola de no ser porque una tos molesta sonó a sus espaldas.

Yes, I do.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora